Incluso a estas alturas me resulta entre fascinante y difícil de creer que pase realmente asistir a un modelo de acción política que practica el miedo como eje ideológico. Trump ataca incesamente a las ciudades y estados con alcaldes o gobernadores demócratas con todo tipo de datos falsos sobre delincuencia, inmigración, suciedad, violencia y demás consignas apocalípticas para luego agitar las redes y sus medios de comunicación y acabar señalándose a sí mismo como el salvador con sus propias recetas.

Da igual que no sea cierto nada, porque la acción política basada en la mentira y en los discursos tóxicos que azuzan la confrontación social necesita crear mundos paralelos a la realidad que la sustenten. Mundos oscuros y casposos en los que el miedo a todo tipo de acontecimientos apocalípticos es la base. Mundos donde suceden hechos gravísimos y antinaturales contra los que es necesario combatir en guerra santa. En esos mundos irreales todos tienen miedo de todos y así todos son enemigos de todos. Lo hemos visto recientemente en Torre Pacheco de la mano de Vox y ahora también en Jumilla con el PP y la ultraderecha intentando limitar la libertad de culto –un derecho recogido en el artículo 16.1 de la actual Constitución–, a las personas musulmanas de la localidad en espacios públicos. En realidad, ese discurso del miedo descubre su miedo a que su verdad absoluta se desvele como falsa e irreal. Por eso el discurso del miedo trata de ocultar sus verdaderos miedos a un presente que pueda alejarse de sus nostálgicos anhelos de su pasado. El miedo a la enfermedad, a la soledad e inseguridad, al diferente, a la pobreza, a la falta de vivienda, a la propia ignorancia, al mañana incierto y otros miedos más son una buena excusa argumental para manipular la verdad e influir en la opinión pública.

El curso de verano de Ujué de este pasado sábado organizado por la UPNA y Jakiunde y coordinado por el catedrático Humberto Bustince alrededor de un excelente plantel de ponentes fue un buen repaso y análisis a la influencia del miedo en la sociedad de hoy. Quizá el ejemplo más fácil ahora de ese modus operandi ideológico a través de la política sea la inmigración y el miedo que extiende el cóctel de mentiras que lo mismo mezcla sobrepoblación con inseguridad ciudadana que terrorismo yihadista con los menores migrantes no acompañados. El miedo es el camino, pero quizá el virus peligroso de verdad hoy es la extensión de la idiotez humana. Y no vale solo con descalificarlo sin más. Pero es evidente que asumir un discurso de confrontación, miedo y odio que arremete contra los principios democráticos y los derechos humanos desgasta la democracia y pone en riesgo el futuro, la calidad de vida, el bienestar y progreso de los ciudadanos. Se trata de polarizar la sociedad con un discurso alrededor del miedo y la expansión del odio como perfil e imagen política personalista.

Es una estrategia comunicativa perfectamente diseñada. Elevar lo anecdótico, lo amenazante o lo futurible a asunto de primer orden informativo. Una lluvia fina que repite el ritmo de caída hasta calar. La información, más aún ahora en un tiempo en que impera la desinformación, es el campo de pruebas clave para el proceso de devaluación y de retroceso de derechos y libertades en marcha.