Trump cumplió el guion esperado de la interpretación de su personaje. Se presentó ante la Asamblea de la ONU para descalificar a este organismo internacional, arremetió contra la Unión Europea por su apoyo a la creación –un imposible casi ya–, del Estado de Israel y por sus políticas migratorias, que, según él, están “destruyendo el mundo libre”.
La humillación pública de Europa es casi la única constante de sus discursos que no está sometida a los cambios de opinión o a giros de guion inesperados. Por ejemplo, apenas cinco semanas después de agasajar a Putin en Alaska cambió su posición sobre la guerra en Ucrania y afirmó que incluso puede ganar la guerra a Rusia y recuperar los territorios ocupados tras la invasión.
También lanzó una soflama contra todo aquel que no acepta sus órdenes y que se opone a su apuesta por un nuevo desorden internacional en el que mande sobre todo lo demás la ley del más fuerte. Nada nuevo y nada que no fuera esperado.
Un discurso más en el que el estado de delirio permanente en el que navega Trump anula cualquier intento de reflexión razonada. A Trump solo le importa Trump y los negocios de Trump. El resto del mundo es prescindible si no dobla el espinazo ante sus exigencias dañinas y peligrosas.
Sus nueve meses de este nuevo mandato como presidente de EEUU son una sucesión de caos. No sé si ese cruce constante de mensajes contradictorios forma parte de una estrategia diseñada para instalar al mundo en un devenir caótico permanente o es solamente fruto de la propia inestabilidad del personaje, pero es sin duda un mandato en el que sobre todo lo demás se impone el caos.
La amenaza y el chantaje como únicas premisas de cualquier negociación. Los aranceles son un ejemplo. Y no solo en el ámbito de las relaciones internacionales, también en EEUU. En tan poco meses ha dinamitado buena parte de los cimientos del sistema democrático estadounidense, desde la limitación y persecución de la libertad de información señalando a los periodistas críticos a la bronca y presión directa y personal a aquellos jueces y juezas que osan oponerse a sus directrices.
Las consecuencias siempre son malas. Incluso para la economía de EEUU que apunta a parálisis a medio plazo. Quizá sea su talón de Aquiles.
Tampoco de Netanyahu se esperaba nada. Nada bueno al menos. Siguió el guión de Trump y amenazó, ante una sala casi vacía durante su intervención, a todos los que no se pliegan a los intereses de su Gobierno sionista y advirtió que el genocidio y la ocupación ilegal de territorios seguirán en Palestina.
Seguramente, la ONU no cumple todos los objetivos de su creación en el ámbito de anteponer la diplomacia, el diálogo, la legalidad y el derecho internacionales y el valor de los derechos humanos a la guerra y al “sálvese quien pueda”. Pero debe seguir siendo el organismo internacional que vele por esos valores originarios y por su aplicación en el mundo.
Y si para Trump no es un instrumento que le interese quizá haya que negociar trasladar su sede a otro lugar, un espacio neutral en el que se fortalezcan las capacidades políticas y jurídicas de la ONU como alternativa a las consecuencias de las extravagantes decisiones que pueda tratar de imponer al resto del mundo.
Acaba de comenzar, le quedan más de tres años de mandato, y puede hacer aún mucho daño.