Ovidio (siglo II a.C.) en su Ars Amatoria decía: “El cazador sabe muy bien en qué sitios ha de tender las redes y en qué valle se esconde el animal feroz”. Uno de los considerados grandes poetas latinos junto con Virgilio y Horacio toca, en una obra paradigmática que ha llegado a nuestros días con gran influencia, el tema de la “conquista femenina” con términos cinegéticos, y poniendo de relieve que “la ferocidad” era un desafío a batir desde la masculinidad. Probablemente, ni antes ni ahora, se entienda que el empoderamiento femenino tiene que ver con el cultivo del yo para hacerlo imponente y protagónico, visible, libre y respetable, que con mostrar esa “agresividad” o reticencias femeninas, tan subyugantes en el imaginario de hombres frustrados sexualmente.

La frustración sexual masculina debería estudiarse con más ahínco como foco, foso y abono de ese gran mal que padecemos la mujeres llamado acoso.

Los frustrados sexuales que persiguen de forma insistente a alguien con molestias o requerimientos rayando (o zambulléndose directamente) en lo delictivo están a todas luces mostrando déficits de salud mental y una insatisfacción absoluta de las necesidades sexo-afectivas. En realidad, un acosador es un malquerido, un hombre que se somete a estándares sexuales represores, que considera insana la masturbación, que no acepta su cuerpo -a veces tampoco su condición sexual- que no habla de sus necesidades ni busca ayuda profesional, que culpa y juzga a las mujeres que ejercemos la libertad, que nos quiere ver muertas.

Y ante eso, nosotras, lejos de amedrentarnos, tenemos que ejercer poderío, aunque estemos con enfermedades graves: siempre buscar el placer con nuestros/as compañeros/as, vivir relajadas, plenas, desarrollar la intimidad con imaginación, sentir y hacer sentir excitación, experimentar, tomarnos nuestro tiempo para lo romántico, en definitiva ser felices y vivir. Vivir para y por nosotras mismas, aunque los acosadores se revuelvan. Nuestra libertad les debe doler y que les duela. En todo este camino de vida plena y de tolerancia cero al acoso nos pueden ayudar las policías, los profesionales de la abogacía, terapeutas y personal facultativo. Todo apoyo es poco cuando se trata de librarse de la maldad que comporta una frustración patológica y no resuelta en un individuo que pudiera derivar en su psicopatía.

Una buena política de desarrollo de la atención en salud mental podría evitar muchos episodios de degenerados amargando la vida de mujeres como tú que me lees o como yo.

Transitar, vivir, trabajar en la plaza llamada libertad, así con mayúsculas por ser lo más preciado, no puede ser el cerco de los obsesos enfermizos que van arrastrándose agarrados al carrito del machismo opresor como un carcamal impedido. Pasearse, gozar, luchar y respirar en esa plaza que nos pertenece a todos y todas por ser un valor humano puesto en letras de oro durante la revolución francesa con la gran Olimpe de Gouges (lean la biografía escrita por Laura Manzanera) es hacer de este terreno, de esta senda, de esta plaza, de La Libertad, nuestro sentido vital constante, nuestra lucha decidida por la justicia ligada a una femineidad potente y clamorosa. Y al que le pique que se rasque.

La autora es escritora