Vivimos tiempos de zozobra e incertidumbre, los cuales además se han acelerado como consecuencia de dos de los más sorprendentes resultados electorales que hemos observado en mucho tiempo: el Brexit y la victoria de Trump en Estados Unidos.
¿Por qué se han dado esos resultados tan sorprendentes? ¿Cómo es que las encuestas no supieron verlo? Estas preguntas han sido suficientemente valoradas en los diferentes medios de comunicación, pero en torno a ellas siempre subyace una respuesta directa: las políticas actuales no están sirviendo para mejorar la situación económica que vivimos. No sabemos si profundizar en las políticas habituales o valorar que la transformación del trabajo y la tecnología que estamos viviendo en la actualidad requiere de otras teorías y, acompañadas de las mismas, de otras soluciones. Si pensamos un poco podemos argumentar la razón por la que nos encontramos en el segundo patrón.
Primero, de la misma forma que el trabajo en el campo desapareció debido a la revolución verde y a las diferentes mejoras tecnológicas, el trabajo en las fábricas va a disminuir de forma apreciable por la misma razón. Donald Trump tiene razón cuando habla de la reindustrialización norteamericana y de la vuelta de las fábricas a los Estados Unidos, aunque omite un pequeño detalle (o por maldad o por incompetencia): muchas fábricas ya no necesitan personas.
Las relaciones laborales actuales están basadas en el binomio empleador-obrero. En un mundo en el que muchos trabajos ya son por proyectos, esa idea va perdiendo importancia. Por supuesto, eso no quiere decir que debamos eliminarla. Se trata de pensar en las múltiples relaciones laborales que van a nacer. Y ya podemos prepararnos para ver cómo afrontar la renta básica, que de una forma u otra se implantará.
Segundo, el estado del bienestar está colapsado. En un mundo con más necesidades sanitarias debidas a la subida de la esperanza de vida, las cuentas no cuadran. Hoy en día los países siguen endeudándose debido a la política de bajos tipos de interés, pero los indicadores económicos adelantados sugieren que esta época está llegando a su fin.
Tercero, en un mundo con problemas globales como las guerras, drogas, mafias, migraciones, pobreza o desigualdad global los países eligen, en lugar de profundizar en las instituciones comunes, encerrarse en sí mismos echando la culpa a los de fuera. Para las comunidades autónomas, la culpa de todo la tiene Madrid. Para Madrid, la culpa de todo la tiene Bruselas. Y Bruselas no sabe qué hacer. Una curiosidad. En Europa mandan 5 personas poco conocidas: Mario Dragui, Donald Tusk, Martin Schulz, Jean-Claude Juncker y Jeroen Dijsselbloem. ¿Quiénes son? Hagamos una analogía con la política en Estados Unidos.
Para un norteamericano, votar un presidente es como para nosotros votar en Europa. (Muchas analistas piensan que en las elecciones norteamericanas deberían votar... ¡las personas del resto del mundo!; es una cuestión de influencia). Para un californiano, votar a su gobernador es lo mismo que para nosotros votar al presidente a su gobierno. Y respecto a Trump, las elecciones no las ganó él: las perdió Clinton. Trump obtuvo menos votos que los rivales a los que derrotó Obama. En todo caso, estamos en una involución peligrosa: en lugar de profundizar en lo que nos une, los países se dedican a separarse unos de otros.
Cuarto, el cambio climático. Cada vez más estudios científicos demuestran evidencias abrumadoras. Y estamos haciendo menos de lo que deberíamos. Eso se debe a dos patrones humanos. El primero, tendemos a dejar las cosas para más adelante, en especial si no notamos las consecuencias ahora. Segundo, cuando varios agentes económicos ven que tienen una responsabilidad pequeña en un problema determinado, tienden a diluir sus responsabilidades. Un ejemplo lo muestra el triste asesinato de Kitty Genovese hace varios años en Nueva York. Varias personas estaban viendo desde sus ventanas cómo la mataban. Pero como todo el mundo era consciente de ello, no se sentían tan culpables. Lo mismo pasa con los países y la asunción de las responsabilidades debidas al cambio climático.
Recientemente se acuñó como concepto del año el de posverdad, en el sentido de que ya no importa la veracidad de los análisis de la realidad.
No, el problema no es la posverdad. El problema es el mar de mentiras, de nuevo por maldad o incompetencia, en el que estamos rodeados. Y la realidad es la siguiente: tenemos cuatro problemas graves que pasan de la escala global a la particular. Son el nuevo mercado del trabajo, el colapso del Estado de bienestar, la regulación de la nueva economía (modelo GAFA), los problemas debidos a la interrelación humana global y el cambio climático.
Todos hemos oído la historia del borracho que busca las llaves que ha perdido debajo de la farola ya que sólo hay luz allí. Y debajo de la farola están los nacionalismos, los cotilleos políticos, el amarillismo o el mundo del deporte.
Nos toca afrontar la oscuridad.
El autor es profesor de Economía de la UNED de Tudela