C uando hablamos de inteligencia, es inevitable referirse al nivel intelectual de las personas y el desarrollado de las capacidades relativas al pensar y razonar. Afortunadamente, se ha vuelto familiar otro tipo de inteligencia, más allá del conjunto de las habilidades cognitivas o intelectuales necesarias para obtener conocimientos: la inteligencia emocional. Y está todavía lejos de un desarrollo adecuado la llamada inteligencia espiritual que la Organización Mundial de la Salud define como la parte inmaterial, intelectual o moral del ser humano. Ambas pueden desarrollarse tanto como se ejerciten sin el tope que tiene el coeficiente intelectual de cada persona.

Es curioso cuando Daniel Goleman populariza lo que Howard Gardner había apuntado acerca de las habilidades intrapersonales e interpersonales (es decir, la inteligencia emocional), nos convence de la importancia de trabajar estas capacidades: el control de los impulsos, de la ansiedad, la capacidad de motivarse y motivar a los demás, la perseverancia a pesar de las frustraciones, trabajar la empatía y la confianza, desarrollar las habilidades sociales que pueden ser usadas para persuadir y dirigir, negociar y resolver disputas, para la cooperación y el trabajo en equipo y el liderazgo. Sin embargo, oh misterio, mantenemos el déficit en estas capacidades esenciales que deberían trabajarse desde el ambiente familiar y escolar.

Pero para un desarrollo más completo de nuestra inteligencia no es suficiente. Necesitamos ir más allá, ir al rescate de la inteligencia espiritual a pesar de que su mera enunciación en cualquier sociedad materialista -de izquierda o de derechas- resulta refractaria. Una definición amplia de espiritualidad incluye necesidades humanas universales, como encontrar sentido y realización en la vida; la capacidad de admiración, del anhelo de autorrealizarnos; creer en algo o en alguien, de sentir interés genuino y profundo por el bienestar de todos los seres humanos. De peguntarnos, en fin, ¿qué es lo que realmente importa?, propia de la zona inmaterial o moral del ser humano que Howard Gardner denominó inteligencia existencial.

Ambas inteligencias están relacionadas porque la espiritualidad implica una sensibilidad emocional inteligente. Y aquello que sentimos hondamente acaba por inclinar nuestra persona en esa dirección. No todo está sujeto a la razón, la inteligencia en algo más global. Algunos llegan incluso a vincular el concepto de espiritualidad con el de inteligencia al entenderla como la base necesaria para el eficaz funcionamiento tanto del coeficiente intelectual como de la inteligencia emocional. Es la culminación de lo inteligente, nuestra inteligencia primordial. Al final, el desarrollo de la espiritualidad implica madurar la propia sensibilidad personal e interpersonal.

Algo de esto vio el psicólogo Abraham Maslow cuando teorizó su famosa pirámide o jerarquía de las necesidades humanas hace más de setenta años. Su teoría de la autorrealización en la cúspide coloca allí a esos momentos en los que se produce una integración de la persona a todos los niveles como verdaderas experiencias que nos transforman. La autorrealización para él, cubiertas las necesidades básicas, es un estado espiritual en el que el individuo emana creatividad, es tolerante y siente que debe ayudar a los demás si quiere alcanzar ese estado de sabiduría al que llamamos sentirse realizado, feliz. Es una experiencia de satisfacción profunda que da un sentido positivo a la vida.

Sin embargo, parece que el camino por el que discurre buena parte de nuestra sociedad es muy diferente, hasta el punto de que el amor entendido como valor humano no cala fuera del contexto sexual. El amor es la entrega que remueve la verdadera autoestima y se encuentra en el fondo de la inteligencia espiritual; es la segura evolución hacia una humanidad verdaderamente avanzada. De hecho, cuando el desarrollo logrado en el primer mundo decide laminar lo espiritual, acaba por ser involutivo generando grandes desigualdades. El materialismo abrasivo, en suma, nos hace insolidarios y poco inteligentes.

Quizá a algunos les parezcan estas cosas secundarias, por no decir irreales. A ellos les digo que se pregunten entonces, en serio, qué es ser inteligente de verdad.