Nada más proclamarse la Segunda República, el cardenal Segura lanzó una soflama incendiaria e irresponsable conminando a los católicos a luchar con ahínco contra el nuevo sistema político surgido de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. Como consecuencia más inmediata, grupúsculos descontrolados de jovenzuelos anarquistas incendiaron edificios de culto religioso, ante la pasividad de la ciudadanía. La escalada de violencia fue ya imparable. Menos de dos años después, la impaciencia de los anarcosindicalistas ante la lentitud de la reforma agraria provocó la matanza de Casas Viejas, consumada por las fuerzas del orden público, hecho decisivo que marcó el devenir del sistema republicano. Estos trágicos sucesos desestabilizaron al Gobierno de Manuel Azaña, y contribuyeron al fracaso de sus reformas y a la victoria de las derechas en las elecciones de 1933, inaugurándose el conocido como Bienio negro, que abrió la puerta a la acción violenta de la derecha fascistizante. Que la FAI-CNT hubiese promovido la abstención entre sus seguidores había determinado ese resultado. Posteriormente, los anarcosindicalistas entrarían en grave conflicto con la Generalitat de Catalunya, presidida por Lluís Companys, el principal foco de izquierdas y republicano en el Estado durante el Bienio negro. Estuvieron también presentes, cómo no, en la rebelión de la Comuna asturiana de 1934, junto a UGT, PSOE y PCE, que terminó con una cruel carnicería perpetrada por el general Franco y sus huestes moras contra obreros y sindicalistas. A partir de las elecciones del 16 y 23 de febrero de 1936, la CNT puso en un brete al Gobierno del Frente Popular con sus huelgas injustas y sus abusos. Y durante la Guerra Civil su deslealtad, su indisciplina y su ilusorio utopismo irrealizable del comunismo libertario, pero sobre todo su ideario violento precipitaron la derrota del Ejército republicano. Verbigracia, la sangrienta escabechina de Paracuellos, donde se ejecutó sumarísimamente a grandísimo número de prisioneros franquistas, aunque existe un enorme interés en atribuirle la responsabilidad a Santiago Carrillo, exdirigente del PCE ya fallecido, no fue obra sino de grupos incontrolables de anarquistas violentos. La FAI-CNT se posicionó desde el primer momento contra la Segunda República; constituyó uno de sus principales problemas. En eso, los anarcosindicalistas se asemejaron a carlistas, monárquicos, falangistas y ultraconservadores, que también se dedicaron a conspirar contra la República desde el principio.

A diferencia de países como Alemania o Inglaterra donde el socialismo se erigió en la corriente mayoritaria en la izquierda, en el Estado español predominó en la primera mitad del siglo XX el anarquismo. En la actualidad, sin embargo, los sindicatos anarquistas cuentan con escasa afiliación. Pese a esto, su poso, su sustrato y su legado lo hallamos en muchas actitudes y comportamientos políticos y partidarios: en la apuesta por el enfrentamiento constante, interno y externo; en el deseo irracional de destrucción de todo lo existente; en la indisciplina incorregible, y en el posicionamiento irreductible en el caos político y social. En este sentido, se agradecen las palabras de Pablo Iglesias con las que afirmaba que en Podemos son gente de orden, pues en efecto la gran desventaja de la izquierda transformadora consiste en que asusta, en que no inspira confianza en los ciudadanos, quienes buscan ante todo estabilidad política, económica y social. Más que subvertir el orden constituido, la sociedad reclama que los políticos trabajen con inteligencia, honestidad y diligencia en favorecer y crear las condiciones sociales y económicas precisas para que las personas puedan cumplir con su autorrealización. Entretanto, en la formación morada, en vez de alcanzar el cielo por asalto, se hallan inmersos en una Torre de Babel donde cada uno habla un lenguaje político distinto.

El autor es escritor