El pasado 28-1-2017 se publicó en este diario un artículo titulado Poso del anarquismo violento que, dejando al margen debates ideológicos o consideraciones sobre qué era o no posible y/o deseable en ese difícil contexto, contiene una serie de inexactitudes en torno al papel del anarquismo durante la II República que convendría puntualizar:

1. Los sucesos iconoclastas de mayo de 1931 no son imputables en exclusiva a “jovenzuelos anarquistas”. No parece que hubiera detrás de ellos ninguna organización y su autoría sigue siendo oscura. Pero el anticlericalismo, desde luego, dado el papel político jugado por la Iglesia de la época, se extendía mucho más allá del anarquismo.

2. Los anarcosindicalistas no fueron los únicos impacientes ante la lentitud de algunas reformas y la intransigencia patronal. El desencanto con el proyecto reformista a la altura de 1933 estaba extendido por gran parte de las masas que habían apoyado el cambio de régimen, significativamente entre las bases campesinas socialistas. Y ni que decir tiene que la matanza de Casas Viejas la provocaron quienes la ejecutaron, no las víctimas. De hecho, la violencia institucional, heredada del régimen anterior, es uno de los elementos fundamentales para entender la escalada de violencia de esos años.

3. Ese desencanto, y la división de las fuerzas de izquierdas, fue lo verdaderamente determinante en el resultado de las elecciones de 1933. Si bien es cierto que hubo una clara consigna abstencionista desde el anarcosindicalismo (al contrario que en 1931 y 1936), hay estudios que muestran que el seguimiento de dicha consigna variaba mucho entre los afiliados a la CNT y muchos no la cumplían.

4. También es extremadamente reduccionista decir que la CNT puso en un brete al gobierno del Frente Popular durante la primavera de 1936 con sus huelgas injustas. De hecho, en ciudades con hegemonía de la CNT tan importantes como Barcelona hubo menos conflictos que en otros lugares. Y precisamente en esos meses se puede apreciar en la CNT un mayor pragmatismo y disposición a colaborar con otros sindicatos. En cualquier caso, tampoco se entiende la desestabilización del período sin tener en cuenta otros factores como el terrorismo de extrema derecha.

5. Sobre la indisciplina de los anarquistas durante la Guerra Civil (cuyo peso en la derrota republicana también se sobredimensiona), el artículo traslada a todo el movimiento libertario el comportamiento de un sector determinado. Se obvia que la CNT colaboró con el resto de fuerzas antifascistas en diferentes órganos, con el acuerdo incluso de los principales líderes del sector más radical, el de la FAI, algunos de los cuales llegaron a ser ministros y durante los famosos sucesos de mayo de 1937 viajaron a Barcelona para que sus correligionarios depusieran las armas.

6. Sobre Paracuellos (esa excepción dentro de lo acontecido en la retaguardia republicana que algunos pretenden hacer norma), si bien es cierto que existe un enorme interés por atribuirle la responsabilidad a Carrillo (la prueba es que sólo se le acusa cuando años después es nombrado secretario general del PCE), lo cierto es que la iniciativa de la masacre fue de cuadros comunistas en contacto con los servicios secretos soviéticos. Aunque debió contar con la colaboración de los militantes cenetistas que entonces controlaban la periferia madrileña, no se puede decir en absoluto que fuera obra en exclusiva de los anarquistas.

Por otra parte, el artículo obvia que dentro del anarcosindicalismo hubo otro sector, el treintista, que no compartía la estrategia de insurrección violenta de la FAI, representado por líderes sindicales como Joan Peiró (quien por cierto denunció duramente la represión llevada a cabo por grupos incontrolados en la retaguardia republicana).

En definitiva, ni todo el anarquismo español participó de la estrategia violenta que el artículo denuncia, ni fueron sólo anarquistas los que participaron de dicha estrategia. Es más, a la altura de 1936 en la izquierda española eran ya pocos, dentro y fuera del anarquismo, los que realmente apostaban por una insurrección violenta. La II República fue un periodo muy complejo cuya comprensión es clave para entender nuestra historia contemporánea. Por eso hay que aproximarse a su conocimiento desde el rigor y no desde caricaturas de trazo grueso, por muy útiles que éstas puedan ser para defender determinadas posiciones políticas en el presente.

El autor es historiador