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Legado ambiguo del comunismo

Los partidos comunistas más importantes de Europa Occidental, a saber, el PCI, el PCE y el PCF, han visto reducido su apoyo electoral hasta rayar la desaparición. El Partido Comunista de Italia derivó tras la caída del muro de Berlín en una organización socialdemócrata que ha alcanzado el Gobierno de su país en varias ocasiones. Sin embargo, parece demostrado que el PCI había sufrido un fraude electoral continuado que le impidió gobernar pese a haber ganado las elecciones varias veces durante la segunda mitad del siglo XX, bajo la excusa de que en un Estado miembro de la OTAN no podía gobernar el Partido Comunista. Cabe formularse la pregunta de cuántas veces ha sucedido este fenómeno fraudulento en las democracias occidentales, es decir, si la razón de Estado ha llevado a los poderes fácticos de algún otro país a trucar el resultado electoral en alguna otra ocasión. En ese caso nos birlaron la posibilidad de experimentar la acción de gobierno de un partido comunista en Europa occidental y en un sistema parlamentario, puesto que el PCI fue el impulsor del eurocomunismo, es decir, un comunismo adaptado a la pluralidad democrática y a la democracia representativa, lo que le costó la ruptura con el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). En el Estado español, el PCE había condenado el uso de la lucha armada ya a mediados del siglo XX, apostando por una política de reconciliación nacional. Adoptó también la ideología del eurocomunismo tras publicar Santiago Carrillo el libro Eurocomunismo y Estado, que marcó su línea política en la Transición, y que le costó no pocas discusiones, disensiones y expulsiones. A la par que la Iglesia católica se distanciaba de la dictadura franquista, el PCE rechazaba el concepto de dictadura del proletariado y efectuaba una dura crítica del estalinismo y del leninismo. Esta evolución le llevó a participar en la elaboración y la aprobación de la Constitución de 1978 y a sentar las bases de la coalición Izquierda Unida, que recogió el voto socialista desencantado. En cuanto al Partido Comunista de Francia, su peso en el Parlamento fue durante mucho tiempo decisivo, pero en la actualidad se ha convertido en un partido muy minoritario. Su voto tradicional, el del obrero, se ha concentrado paradójicamente en la extrema derecha del Frente Nacional.

Estos importantes ejemplos muestran cómo el comunismo se ha convertido, en el siglo XXI, en una ideología respaldada solo por una exigua minoría. Ahora bien, parece muy conveniente, desde el punto de vista del pensamiento y la teoría política, estudiar y valorar las políticas económicas que han defendido estos partidos, las que se aplicaron en las dictaduras comunistas inclusive, por muy criticables que sean, como lo son el uso de la violencia para alcanzar el poder, la falta de respeto a los Derechos Humanos, la arbitrariedad y la burocratización de la Administración y el mismo concepto de dictadura, por si pudiera aportar este estudio alguna luz a las ciencias políticas y económicas actuales, ya que el capitalismo también ha fracasado, como constatamos en las crisis periódicas que nos asuelan y en la injusta desigualdad creciente entre las clases sociales, fenómeno que en los escritos de Karl Marx aparece subrayado. De modo paralelo, entre los objetos de estudio, deberíamos examinar las causas de cómo, sobre la base de una pretendida liberación de la clase obrera y de los pueblos, se han podido generar monstruos horripilantes como la patética dictadura hereditaria de Corea del Norte o el motivo de que el régimen implantado por Mao Tse Tung en China haya degenerado en una dictadura neocapitalista, por citar solo algunos ejemplos. En un ámbito más próximo, alguien nos debería explicar, Alberto Garzón no lo hizo en su visita a Pamplona, por qué el PCE ha retomado el leninismo como base ideológica cuando todo indica que ese ideario está superado por la historia.

El autor es escritor