el pasado jueves, el Congreso de los Diputados dio luz verde al cambio legislativo que permite la exhumación del dictador Francisco Franco de la basílica del Valle de los Caídos. Un paso adelante en la búsqueda de una normalidad democrática: los máximos responsables de un exterminio ideológico como el que llevó a cabo el franquismo no pueden ser honrados en monumentos y espacios públicos. Porque sacar a Franco del Valle de los Caídos es un imperativo ético para todo demócrata, salvo para quienes durante tantos años han querido justificar o explicar las barbaridades cometidas por el dictador y su régimen, afirmando que no eran tan malas.

Desde Navarra, sin embargo, llegaron dos abstenciones en esa votación que, a quienes creemos en una memoria integradora, nos dolieron especialmente. Fueron las abstenciones de los diputados de UPN, Íñigo Alli y Carlos Salvador. Una abstención que denota falta de claridad y de convicción en la condena del golpe militar, del franquismo y de las vulneraciones de derechos humanos cometidas por la dictadura. La decisión sobre el sentido del voto demuestra falta de empatía hacia las víctimas, y falta de compromiso con los valores de tolerancia, respeto, verdad, justicia y reparación que deben guiar el tratamiento de estas cuestiones en una sociedad democrática avanzada.

Por desgracia, la abstención era la menos mala de las opciones que UPN tendría, y no precisamente la menos sorpresiva. Hemos comprobado, en numerosas ocasiones, su absoluta falta de sensibilidad en materia de Memoria Histórica, y su falta de claridad, que nos parece se debe a complejos de dicha organización... Por ello, tristemente, tampoco nos hubiera extrañado demasiado que los regionalistas hubieran votado en contra de la exhumación. Javier Esparza, presidente de UPN, trató de excusar su voto en la rapidez del proceso de exhumación. ¿Rapidez? Han pasado 82 años de la guerra, y 43 de la muerte de Franco. Eso son varias generaciones. Si no ha sido posible antes acometer este trabajo fue por el ruido de sables de la Transición; por el olvido y la oscuridad de los gobiernos de la derecha en materia de Memoria Histórica; y por la inacción o falta de valentía de otros, como el PSOE y también UPN. Solo deseo, para minimizar el pesar que provoca su decisión del pasado jueves, que refugiarse en formalismos no sea una excusa de Esparza para evitar valorar el fondo de la cuestión.

Porque duele que esas abstenciones lleguen desde Navarra. Una tierra, la nuestra, donde no hubo frente de guerra; y donde fueron las autoridades (militares, civiles y religiosas) las que diseñaron, ejercieron y ordenaron la salvaje operación de exterminio ideológico. Un motivo por el que sobresale, por encima de otros lugares, el horror vivido aquí. 3.000 víctimas son un número más que suficiente de asesinatos selectivos como para ser muy conscientes de qué supusieron aquella guerra y la posterior dictadura.

Navarra, sin embargo, pese a esas cifras, pese a esas vivencias, se acostumbró a una anomalía democrática: honrar a Mola y Sanjurjo (dos de los grandes ideólogos de aquello, dos de los que apostaban por eliminar al enemigo de raíz matando a niños y mujeres embarazadas, por poner un ejemplo) en un espacio público, céntrico y convertido en parque de conversaciones y columpios. Aquella anomalía que ocurría en el Monumento a Los Caídos va solventándose (no sin oposición de UPN, por cierto).

Ahora, el trabajo es ingente, pero imprescindible. Toca construir una memoria colectiva incluyente, que solo será posible cuando no haya víctimas en las cunetas y victimarios ensalzados en monumentos y espacios públicos. Esa memoria inclusiva no parte de la venganza, sino del reconocimiento de todas las víctimas de todas las violencias, y de la búsqueda para todas ellas de Verdad, Justicia y Reparación. No se quiere ganar una guerra perdida; sino enmarcar lo ocurrido y ganar una batalla, la de la Verdad, en el recuerdo de un drama en el que muy pocos eligieron libremente el bando en el que luchar; en el que pocos mandos quedaron totalmente libres de culpa... Muchos de aquellos y aquellas ya no viven. Nos toca a sus herederos, los de todos -estuvieran en el bando en el que estuvieran- luchar por fin contra la desmemoria que algunos necesitaron para no enquistarse en el odio; y contra la desmemoria que otros quisieron imponer, y que hoy algunos parecen justificar con sus incomprensibles e inaceptables abstenciones.

La memoria inclusiva, constructiva y reparadora necesitará de una visión crítica de lo ocurrido en aquellos años; y es por eso que ahora, cuando ya no están muchos de los que vivieron aquel drama en primera persona, podemos abordar la tarea sin herir a quienes ya fueron heridos. Debemos mirar los hechos de esos años de manera objetiva, desde la ética y los derechos humanos. Deberemos hacerlo con la suficiente sensibilidad para no juzgar a nuestros antepasados con un exceso de severidad; y también con la suficiente valentía como para tomar su ejemplo como el de lo que no queremos de nuevo, jamás y para nadie.

El autor es miembro de Zabaltzen y portavoz parlamentario de Geroa Bai