algunas noticias aparecidas en la prensa estos últimos días sobre las “oceánicas” desigualdades retributivas que ocurren en España me han hecho recordar la fábula del genial Fedro, escrita hace 2.000 años aproximadamente, que tiene tanto en común con nuestras situaciones actuales de injusticia en la distribución de la riqueza, en este caso la salarial. En efecto, el fabulista nos cuenta con indudable intención, que llamaríamos ahora social, una sencilla historia de una supuesta sociedad animal entre una vaca, una cabra, una oveja y un león en cuyos estatutos o pacto entre socios se estableció un reparto igualitario de los beneficios. Algún tiempo después los accionistas de a pie, o sea, la vaca, la cabra y la oveja encontraron en un pozo un tesoro, que tras ímprobos esfuerzos, lograron extraer y muy ufanos lo mostraron al rey de la selva. Este procedió a dividir el hallazgo en cuatro partes, según lo convenido y a continuación rugió el siguiente discurso: “la primera parte será para mí, porque me llamo león, la segunda me la daréis porque soy el más fuerte, la tercera me la quedo porque así me place? y ¡ay del que toque la cuarta!”. En suma, una cacicada, diríamos.

La moraleja es clara: al poder, fáctico o legal no le gusta compartir, tiene alergia a la distribución. Habla siempre de crecer, pero, eso sí, manteniendo a ser posible congelados los mecanismos de distribución, sea a través a través de impuestos o participaciones en beneficios. Lo mío es sagrado, dicen o piensan. Todo aquel que se atreva a poner en cuestión el reparto recibirá, inmediatamente el mote nefando de populista o peor, antisistema. Nadie con dos dedos de frente, o con mínimos conocimientos de economía o, mejor, de justicia, discute que hay personas que, por su mérito, esfuerzo, ingenio o altas responsabilidades, son acreedoras a un salario o beneficio superior. No debemos caer en un igualitarismo estéril y además injusto, pero el meollo del tema está, como en los venenos, en las dosis. El desproporcionado exceso es el problema. No es de recibo que se den situaciones como las denunciadas estos últimos días en un artículo publicado en un medio periodístico de gran circulación perteneciente, además, a un grupo mediático inequívocamente capitalista, cuyos titulares dicen: “El sueldo de los directivos del Ibex crece cinco veces más que el de sus empleados”. En el mismo texto, por el contrario, se indica, que el sueldo medio de los empleados solo ha crecido desde 2010, un 2,7% nominal, habiendo, en realidad, bajado, en los últimos 9 años un 1,3%, teniendo en cuenta la inflación. Todavía más escandaloso es el hecho de que “el sueldo medio de los primeros ejecutivos de esas empresas haya crecido un 58,5% desde 2014 y un 27% en el último año. La media se sitúa en los 5.000.000 (5) de euros”. Campeón de este desequilibrio escandaloso es, según esta información, la empresa ACS, cuyo máximo ejecutivo cobra ¡627 veces! el sueldo medio de la empresa. Hoy mismo tal periódico informa también que el presidente de una conocida eléctrica “percibió, en 2018, 9,5 millones entre sueldos y bono”. ¡Todo un superhombre!, que habría exclamado Nietzsche.

Siguiendo con el mismo diario e idéntico gremio, unos días antes había venido otra noticia, también escalofriante: “El presidente X de la empresa eléctrica Y, que ha sido destituido, percibirá como finiquito más de 12 millones de euros”. ¡Ejemplar! y además un finiquito no “en diferido”, como en el caso de Bárcenas. Todo esto no es demagogia, ni envidia ni populismo, sino sentido de justicia, un sano intento de lograr una mayor armonía, igualdad y cohesión social, base de una necesaria convivencia, indispensable en estos tiempos convulsos, sin claros referentes éticos. Se trata de una reflexión sincera y oportuna en un país como España, en que se ha hecho recaer por el gobernante Partido Popular y sus acólitos como UPN, todo el peso de la gravísima crisis económica de los últimos 10 años, en las clases más vulnerables, que ciertamente, no tuvieron nada que ver con sus causas. Estos despropósitos enunciados vienen a añadir injuria al daño, escarnio a la burla y no hacen más que crear personas antisistema y con razón, dispuestas a votar a cualquier vendedor de humo que les de algún atisbo de esperanza. Hoy mismo, un diario de ámbito nacional nos advierte en titulares, en su sección económica, de que la Comisión Europea, en un informe a punto de ser publicado, “reprende a España por las elevadas tasas de desigualdad y pobreza”. En efecto, sigue diciendo el órgano ejecutivo de la Unión Europea, “demasiada gente sigue sin empleo o con contratos laborales temporales y la desigualdad en los ingresos es acusada”. Esta reprimenda tiene notorio valor, pues la citada comisión está prácticamente controlada por el Partido Popular europeo.

A la vista de esa gravísima desigualdad de participación en la riqueza generada, con ejemplos demoledores por su desmesura e injusticias salariales, suena a sarcasmo ese desaforado “rasgarse las vestiduras” de los partidos de derecha, como el PP y Ciudadanos y colectivos empresariales, ante la última subida del salario mínimo, por el Gobierno, ayudado por Podemos y que ha sido avalada nada menos que por la OCDE. Nos recuerda esta reacción a la de las asociaciones patronales de las primeras décadas de siglo XX, cuando se trataba de establecer la ¡jornada de 9 horas! La economía se hunde, decían con énfasis apocalíptico.

A propósito de este salario mínimo es bueno apuntar que, en comparación con otros países de nuestro entorno, como Francia, por ejemplo, el nuestro es casi un 50% menos que el francés, siendo así que la vida en Francia no es ni por asomo un 50% más cara. La comparación es reveladora en el caso de Irlanda, que casi nos dobla en su salario mínimo, a pesar de haber sido rescatada en la reciente crisis. No nos resignemos, pues, a vivir en una sociedad leonina. Hay que reaccionar con los mecanismos constitucionales, naturalmente.

El autor es abogado