cada 20 de marzo desde 2013 se celebra el Día Internacional de la Felicidad promovido por Naciones Unidas con un objetivo fundamental: el reconocimiento del importante papel que desempeña la felicidad en la vida de las personas de todo el mundo.

El origen de esta curiosa iniciativa nace en el Reino de Bután, en la cordillera del Himalaya. Allí se decidió que era necesario fomentar la felicidad y desde principios de los años setenta el valor de la felicidad nacional se calcula con un índice de Felicidad Nacional Bruta (FNB) que tiene más importancia en Bután que el Producto Interno Bruto (PIB); tal como suena. El estudio va en serio y las autoridades lo han parcelado en diferentes aspectos como la salud, el desarrollo personal, la vida social y diversiones, las relaciones interpersonales íntimas, las finanzas, la profesión o carrera profesional...

Lo curioso es que, a pesar de contar con un indicador de la felicidad en su sistema de gestión política, Bután no se encuentra entre los países más felices del mundo. De hecho, en el informe de la ONU de 2018 estaba relativamente lejos de ser uno de los mejores países: se encontraba en el puesto 97 en el ranking de 156 estados.

Nosotros acabamos de pasar el 20 de marzo, y me atrevo a decir que la mayoría no se ha enterado de la propuesta de semejante “celebración”. Quizá si la ONU conectase este día por todo lo alto con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que pretenden poner fin a la pobreza, reducir la desigualdad y proteger nuestro planeta, la mayoría de personas también conectaría la felicidad con los aspectos primordiales que contribuyen a garantizar el bienestar y la felicidad. No es suficiente con que el pasado año invitasen a celebrar el Día Internacional de la Felicidad con la vista puesta en alcanzar los 17 objetivos visualizando la campaña con los pitufos. Si los objetivos ODS están pensados para que se conviertan en una realidad en 2030, no es suficiente unir la felicidad con dichos objetivos de mínimos para millones de personas... ¡un año!

Una de las pedagogías que entiendo más importantes sobre la felicidad es preguntarnos cómo las personas somos felices, en vez de hacerlo una y otra vez cuestionando qué es la felicidad. Porque de lo que se trata es de entender la felicidad como una decisión personal desde hoy mismo que llegue a convertirse en experiencia y no tanto como una meta -lejana- que deba ser alcanzada. Al fin y al cabo, reflexionar sobre la felicidad es asunto de unos pocos mientras que la búsqueda de la felicidad es universal.

La felicidad hay que practicarla porque es algo más que un deseo; es un deber, en expresión de Immanuel Kant. Una opción que está dentro de nosotros y a nuestro alcance como ahora insiste la psicología: el llamado “locus de control” interno referido al punto de vista de cada persona y su manera de interactuar con el entorno. Por ejemplo, todo cambia si una persona piensa que lo que ocurre a su alrededor no depende de él, es posible que no actúe para cambiarlo. O viceversa. Lo importante convencerse de que no hay mejor momento para ser felices que ahora mismo, sin esperar al Día de la Felicidad. Si no es ahora, ¿cuándo?

Lo que me subleva es la falacia que algunos nos están inoculando como una dormidera a través del señuelo de que siendo consumistas podremos ser felices. Nuestro sistema neoliberal, lejos de preparar a la gente para explorar su felicidad, le seduce con un modelo cultural híper agresivo que materializa cualquier opción de ser felices. Todo lo contrario de una persona feliz que sabe conformarse valorando y disfrutando de lo que tiene. Ser frente a tener, una escala de valores y prioridades que se prostituye cuando las apariencias y la vanidad social deciden. La solidaridad, el disfrute de tantas satisfacciones profundas que no tienen su base en el contrapeso económico, no son moneda de cambio que nos estimulan para ser felices.

En definitiva, que no hace daño reivindicar la felicidad en su día, el que se haya acordado, pero sin olvidarnos de la sabia reflexión que escribiera Antonio Álvarez-Solís: “A mí me preocupan siempre las cosas que tienen un día. Generalmente ésas que tienen su día suelen no tener los restantes”.