cuando el cielo se cubre de negros nubarrones, buscamos la protección más cercana para que la tormenta no nos pille en el descampado. Podría ocurrir que finalmente no caiga ni gota y que solo haya truenos y relámpagos. No siempre que truena, llueve. En esas estamos. Yo que, por cierto, suelo ser bastante optimista, estoy casi seguro de que pronto van a caer chuzos de punta. Será aguacero de tormenta, escandaloso quizás, pero pasajero.

Aquí, en Navarra, votamos e incluso somos capaces de opinar, pero decidir lo que nos conviene o no... eso, casi siempre, lo hacen otros. Y aquellos deciden para nosotros lo que les conviene a ellos, no lo que nos interesa a nosotros, claro. Hemos vivido cuatro años en lo que ahora parece un espejismo. Por fin también las decisiones eran nuestras. Ha sido como encontrar un oasis en el desierto. Hemos saciado, aunque solo sea momentáneamente, una sed que arrastrábamos desde hace mucho. Bueno, desde siempre. Uxue y Joseba han hilado fino y han sabido estar y hacer. Y con ellos decenas de alcaldes y electos ejemplares. Ha habido compañeros de viaje que nos han defraudado a todos. Con amigos como ellos, ¿para qué queremos enemigos?

Nunca se respiró tanta libertad, ni armonía en nuestra sociedad. Solo se escuchaba gruñir a los que nunca habían sido oposición. ¡Qué mal perder tienen! Las previsiones apocalípticas que divulgaban día sí y día también en realidad solo eran sus perversos deseos y claro... no se han cumplido en absoluto.

La arrogancia de la derecha a nadie puede extrañar. Son así. Sin embargo, todos sabemos que solo hinchan pecho a costa de una unión que esconde tres debilidades. Era la última baza de los navarrísimos, en una jugada que, por el momento, les ha favorecido. Sin embargo, el juego de la vida social y colectiva no ha acabado con estas elecciones. Estábamos y estamos. Nos reinventaremos una y mil veces y estaremos.

La derechona de siempre se carcajea, la nueva derecha se frota las manos. Las arcas están saneadas y el convenio económico en su mejor momento. “¡A por ellos oé!”. Disfrutan de su momento de gloria y la concejala Esporrín, chirivaina donde las haya, se lanza precipitadamente a felicitar al cabeza de la lista derechista, en un caluroso abrazo. Sus amigos le habrán amonestado por sus expresiones y palabras tan fuera de lugar. Los demás nos hemos reído de su escaso juicio. Con su ayuda, volverá a reinar en la ciudad de Iruñea, Enrique Maya, el candidato que tiene como objetivo principal para la legislatura hacer de Penélope y deshacer en horas nocturnas toda la labor efectuada bajo la luz del sol por su antecesor que siempre actuó en defensa del progreso.

Nos viene un tiempo de involución y eso significa dar marcha atrás. El tempestuoso viento de Castilla hará inclinar las ramas por un tiempo, pero el árbol seguirá en pie. El vigoroso roble tiene sus raíces hundidas en lo más profundo de la tierra vascona y en superficie cada vez es mas frondoso. Hay que ser ciego para no verlo.

El próximo alcalde ha advertido de que ahora vuelven a ostentar el poder las gentes “normales”. Algo, en todo caso, muy discutible. A este respecto, resulta conveniente tener en cuenta las autorizadas opiniones de prestigiosos investigadores y profesionales del medio académico y psiquiatras de reconocido renombre, que pronostican un futuro cercano en el que los fanatismos religiosos serán tratados como enfermedad mental. Nunca diré que todos los votantes de la derecha de las tres debilidades son fanáticos religiosos, pero sí me atrevo a afirmar que todos los fanáticos religiosos existentes en esta comunidad se identifican con los postulados de esa gran unión de pequeñas derechas a la que pertenece el concejal Maya. Nos constaba que el ex-alcalde Maya no sabía perder. Lo curioso es que ahora hemos descubierto que tampoco sabe ganar.