Releo la novela Pelotaris del magnífico escritor Miguel Pelay Orozco, adentrándome en el universo de la pelota vasca, fascinante mundo de competición y estética acrobática, y me traslado al presente político de nuestra tierra, al desaliento que confieso haber padecido, pero entrándome de pronto una ola de vigor extrañamente jubilosa.

La pelota vasca es un combate de fuerza y pericia, donde dos o más pelotaris lanzan una pelota contra la pared de un frontón, sea con la mano o artilugios como la cesta o la pala, y cuya finalidad es mantenerla en remonte, evitando al adversario hacerse con ella. De ahí las piruetas elásticas de los pelotaris por tratar de mantener la pelota en su vuelo, remontarla una y otra vez para evitar su caída. Es el Jai Alai una de las modalidades más exitosas de los frontones de América por la extraordinaria flexibilidad de sus pelotaris, sus espectaculares brincos aéreos y que, al caer en el suelo del frontón en derrota, lo hacen de un modo deslizante, rompiendo el silencio hasta entonces mantenido, solo rasgado por el chasquido de la pelota, el suspiro lastimero de los asistentes al partido, entre apuesta y apuesta.

Es nuestro deporte estrella. Somos conocidos por él. De niña viví en los ámbitos del trinquete del Euskal Erria de Montevideo, llevado por los vascos continentales, al que los pelotaris del país acudían a los campeonatos promocionados. Les escuchaba su euskera rápido y conciso, su castellano de jotas y zetas vibrantes, veía cómo se frotaban las fuertes y callosas manos con tiza y realizaban ejercicios para realizar las piruetas... “porque en el frontón nos toca volar”, aseguraban con humor. Les creía porque luego les veía remontar con maestría la pelota, dar brincos extraordinarios por mantenerla en el aire, trepando la pared cual felinos, escurriéndose como si trajinasen por una pista de hielo en vez de por el cemento del suelo. Sabía que estaba presenciando un espectáculo antiguo, que tenía afinidad con la filosofía de vida de mis padres, exiliados por Franco, que mantenían al remonte su pelota no hecha de madera de boj rematada por la capa de cuero, sino de otra materia más sutil, tejida con los hilos de la idea fundamental de que estaban en la razón de su causa. Reclamaban libertad para su pueblo, respeto para su lengua, leyes y costumbres. Exigían ser considerados por lo que eran, no agredidos por ello. Portavoces de los Derechos Humanos.

El frontón de Eusko Etxea/Centro Vasco de Caracas, amplio, despejado por el sol tropical, atraía a personalidades políticas y culturales venezolanas. Querían conocer mejor a los vascos, gente honorable y discreta que se acogía en Venezuela tras la derrota de su guerra, y encontraban que en las gradas del frontón, donde no había asientos reservados sino que, democráticamente, nos sentábamos alineados, era un buen modo de reconocernos. Mi último frontón ha sido el de Huarte, a donde quiso ir expresamente el expresidente de Venezuela, Rafael Caldera, en visita al país de los vascos.

Regreso a nuestra vida política actual advirtiendo similitud. Hemos jugado un partido y no hemos ganado y, según frase que recojo del pelotari Mikel Beroiz en una entrevista de uno de sus partidos, viendo... “la final con envidia sana y con ganas de querer estar ahí”. Tampoco perdido. Muchos son los votos que indican voluntad de cambio en Nabarra, menos de los que hubiéramos querido, los suficientes como para seguir en el juego de remonte. Hemos iniciado y trabajado una forma nueva de gobierno, aportado una visión transparente de ejercer las cuentas públicas, un caminar unidos y en concordia de varias facciones de índole distinta pero con un destino común: que nuestra comunidad recupere no tan solo un bienestar económico y social, sino una historia común que es magnífica. En esta parte del proyecto privan los sueños, es decir, lo cultural, y no podemos dejar que la pelota caiga al suelo. Debemos seguir y mantener nuestro juego democrático, nuestro afán libertario, nuestra mano abierta, nuestra energía intacta: somos seres normales, por más que alguien ¡y nada menos que un político!, dude de ello, aunque puestos en la lectura de las cosas, quizá tenga razón. Estamos por encima de ese promedio de normalidad que él aboga, porque además de querer que las cosas de todos los días funcionen mejor, deseamos restaurar sueños. No queremos romper el cielo sino conquistar las estrellas.

En los frontones de Laburdi, cuando los pelotaris iban a ejercer su trabajo con sus trajes blancos, la bandas azules y rojas propias, cantaban reverentes, con la txapela sobre el corazón, ellos, el pueblo y las autoridades que presidían el acto deportivo y cultural, una canción que de tan hermosa ha resultado un himno, y que estos días me va acompañando. No concibo algo más democrático y respetuoso que este elegante y sobrio mensaje que sirve tanto de despedida como de bienvenida, que ambas cosas se dan en política y en el devenir de las cosas humanas, al concurso de la universalidad y armonía musical: Agur Jaunak / Jaunak Agur,/ Agur t’erdi/ Deneok Jaungoikoak/ egiñak egire/ zuek eta/ bai gere... Salud, Señores/ Señores, salud/ Salud y medio/ Hechura de Dios somos/ / Vosotros como nosotros/ Salud, señores.../ Henos aquí... Salud señores...

La autora es bibliotecaria y escritora