el fracaso de la investidura como presidente del Gobierno de Pedro Sánchez ofrece la oportunidad de aprender algunas cosas que conviene hacer en estos casos si lo que se busca es, precisamente, fracasar. Sobre todo, porque siendo la segunda vez que el mismo candidato fracasa en una investidura, hay fenómenos repetidos que probablemente no son casualidad sino técnicas seguras para estrellarse.

En primer lugar, aceptar ser candidato a la investidura sin tener asegurados los votos. Sánchez es el único candidato en la historia de España que lo ha hecho, no solo una sino dos veces, así le ha ido, quizás porque no ha entendido el mecanismo que rige en nuestro país el nombramiento de presidente del Gobierno. Tampoco lo suelen entender muchos periodistas que dicen que el rey “ha encargado” a alguien formar gobierno. Eso sucede en otros regímenes parlamentarios y sucedió en España hasta 1939: el jefe del Estado nombra al presidente del ejecutivo y este forma Gobierno. En unos países debe, luego, solicitar la confianza parlamentaria, en otros países no necesita solicitarla, será en su caso el Parlamento quien tome la iniciativa para confirmarla o no. En la Constitución española de 1978 se copió el sistema parlamentario “racionalizado” de la Ley Fundamental de Bonn de 1949. Tanto en España como en Alemania el jefe del Estado no encarga la formación de Gobierno, sino que propone un candidato para que obtenga la confianza del Parlamento. Sin esa confianza, no hay nombramiento, por lo que primero hay que asegurar los votos para ser investido. Sin votos es mejor no ser candidato, aunque te llame el rey a palacio y te pregunte si quieres serlo (Mariano Rajoy, con más prudencia, en 2016 no lo quiso ser hasta tenerlos). En sus dos investiduras, Sánchez ha acudido al Congreso como si el Gobierno ya fuera suyo (en la segunda ocasión, solo era suyo en funciones, provisionalmente, mientras se designa otro) y a chantajear a la mayoría de la Cámara: o yo, o permiten que sea investido, o el caos, léase por caos la repetición de elecciones o el Gobierno de la derecha, opciones que a la mayoría no les han parecido tan caóticas o amenazadoras como para dar su voto a un candidato tan prepotente.

En segundo lugar, no ponerse a negociar cuanto antes, sino dejarlo todo para el último momento. En estos tiempos, no solo en España, en toda Europa es complicado llegar a acuerdos de Gobierno. Ha habido países donde han estado negociando durante muchos meses, con el ejecutivo en funciones. Es muy arriesgado dejar todo para la última semana, como los malos estudiantes, e ir al examen confiando en que te toque el único tema que te sabes.

En tercer lugar, conviene no enviar gente que haya demostrado su valía para llegar a acuerdos, negociadores hábiles y competentes. Visto lo visto, no son buenos negociadores ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias, que acumulan una buena cantidad de fracasos en ese campo, incluyendo la incapacidad de lograr compromisos y consensos internos en sus partidos, a falta de mayorías. Ambos tienen lo que se pide hoy a los políticos (se puede decir lo mismo de Casado, o de Rivera): buena planta, fotogenia, telegenia, buena dicción, elocuencia, ego bien plantado, capacidad para decir hoy una cosa y mañana la contraria sin sonrojo. Pero no han demostrado muchas dotes de estadistas. Tampoco Carmen Calvo, pillada in fraganti en sus malas artes de filtrar documentos y mentir con publicidad, ni Pablo Echenique, se han ganado imagen de competentes negociadores. Sería una buena idea que sigan negociando los mismos en las próximas semanas para hacer imposible otro intento de investidura. También conviene aparcar la humildad y cultivar la prepotencia. El PSOE en todo momento se ha comportado como si no hubiera otra alternativa que dejar el Gobierno en sus manos, pidiendo abstenciones o votos favorables gratis, o negociando como si el Gobierno fuera suyo y se tratara, en todo caso, de ver qué parcelitas de influencia se está dispuesto a ceder. Unidas Podemos ha caído en la trampa de seguir el mismo discurso, mendigando por escrito del dueño del cortijo unos pocos ministerios, en lugar de poner sobre la mesa un documento de reparto de responsabilidad entre dos socios. Servilmente, han aceptado que unos piden y otros dan, por mucho que levantaran la voz sobre lo poco que les ofrecían, que resulta muy aparente pero poco eficaz.

El mejor escenario para negociar, si se quiere garantizar el naufragio, son los medios de comunicación. Incluyo entre ellos las tribunas parlamentarias, convertidas en los últimas décadas en un circo mediático, y las redes sociales. Se consiguen muchos aplausos de los palmeros y muchos retuits para satisfacer la vanidad de los políticos, y raramente se pueden lograr acuerdos. Sobre todo, el fiasco se va fraguando según los participantes se van viniendo arriba para descalificar al contrario y conseguir las risas del público. Nada de intentar ganarse la confianza del posible aliado. No conviene reunirse en un lugar cerrado, con discreción, ni perder ocasión de ofender al posible socio.

Anunciar acuerdos que no se concretan y no se plasman en un documento, o desacuerdos que tampoco se precisan, suele ser una buena vía para el fracaso. Es recomendable hacer lo contrario de lo que cuentan que hacía ETA, levantar acta de lo tratado y poner por escrito las propuestas. Conviene que en una democracia haya menos luz y taquígrafos que en una banda terrorista, aunque resulte llamativo, para que queden claras las diferencias.

Levantar las campanas al vuelo cuando la negociación no ha culminado es otra buena receta para el desastre. Someter apresuradamente a las bases, o a los órganos del partido, decisiones sobre si se pacta o no se pacta, si se aprueba o no la coalición, si se vota sí o no a la investidura, sin mostrarles un triste papel es una fórmula segura para desmotivarlas. Explicar que no hay problemas con el programa, que el problema ha sido con los sillones, confunde mucho si no se enseña ningún programa. Y si hubiera que repetir las elecciones, yo ya me he apuntado la fecha del 10 de noviembre en la agenda para no aceptar otros compromisos, no vaya a ser que me toque ser candidato o miembro de mesa electoral, lo más acertado será presentar a los mismos candidatos que ya han fracasado en esta legislatura. La experiencia es un grado.