No hemos nacido para la sumisión y la resignación. Hemos nacido para ser libres. Personas y pueblos. Nada debiera de obligarnos a vivir subordinados a los poderes más fuertes. Ni siquiera la conciencia de que cambiar el mundo es un imposible ha de llevarnos a la rendición personal y colectiva. Tenemos derecho a imaginar un mundo nuevo y a luchar por ello. Quienes quieran vivir atados al realismo que imponen los que mandan, los poderes fácticos, para vivir de una determinada manera, allá ellos. Lo bueno es que podemos elegir nuestro paso por la vida, haciendo de ella un servilismo a los amos del mundo, o, por el contrario, llenándola de rebeldía.

Lo malo es que el mundo parece inclinarse a la derecha en este tiempo. Se ha colocado del lado de quien tiene el poder de acabar con la vida apretando el botón nuclear; del que tiene el poder de robar las materias primas de otros países; del que impone los intereses de la industria del armamento; del que declara guerras comerciales y acomete bloqueos obscenos; del que organiza y alimenta guerras no declaradas para apropiarse del petróleo y del gas ajeno; de ese poder que exige siempre que estemos a su servicio sin levantar el dedo índice para decir no en nuestro nombre.

“Este es un año que viviremos peligrosamente”, dije una vez. De hecho ya estamos en peligro por obra y gracia de un dictador global: Donald Trump. Un personaje alocado, mentiroso compulsivo, un tirano que puede llevarnos al peor de los mundos. Este tipo ha declarado la guerra a la inmigración; a la Unión Europea y a China en el terreno comercial; a los acuerdos logrados con Irán en materia nuclear; a toda la América Latina con su injerencia golpista, a los tribunales internacionales que no reconoce; al pueblo palestino al que ha escupido su veneno; a Siria otra vez para partir definitivamente el país; a la ecología, a la democracia y a la paz, y no parece dispuesto a parar. Trump es la encarnación del mal. El retorno de la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto que otorgan unilateralmente a Estados Unidos el liderazgo planetario, y particularmente su dominación sobre América Latina.

En el caso de América Latina la estrategia guionizada de Trump tiene como desenlace deseado el regreso a la potestad de poner y quitar presidentes. La intervención militar norteamericana en un solo país, como primer eslabón de una cadena, sumiría a toda América Latina en un caos. Todo el subcontinente quedaría atrapado en la inestabilidad y el dominio de las armas. No la espero, pero con Trump la locura es una de la hipótesis. Lo que sí ha decidido este personaje es estrangular a Cuba, justo cuando la isla trata de adaptarse, de modernizarse y ser más flexible en todos los ámbitos.

Como sabemos, bajo el concepto de seguridad nacional, Estados Unidos subordina los principios de la democracia y de la justicia a los poderes del presidente. Y sabemos que entre las ideas-fuerza que inspiran al presidente se encuentra su reclamación de que EEUU es la nación que debe liderar a todas las demás en cumplimiento de las altas obligaciones que le asigna un Dios creado de acuerdo con sus intereses imperialistas. Dicho de manera coloquial, el presidente Trump quiere recuperar un liderazgo mundial impune, el mando universal, presentándose para ello como campeón de las libertades, cuando es el primero que las violenta. Trump manifiesta continuamente una idea de supremacía que es realmente una amenaza a los pueblos y a la paz. Ser cómplice de este tipo peligroso es, sencillamente, un disparate.

Me temo que en este ambiente general Europa tiene su propio loco. Se llama Matteo Salvini y es italiano. Él representa mejor que nadie a un grupo de gobernantes europeos de vocación e ideología derechista que se van animando a recorrer su propio camino de intolerancia, de exclusión y xenofobia, sobre la base de extender el miedo. Su decisión de cerrar los puertos italianos a embarcaciones de rescate de náufragos africanos en el Mediterráneo viola el derecho internacional y, sobre todo, los derechos humanos. Le da igual. Él va más lejos cuando ordena denegar auxilio a quienes están a punto de morir. ¿Cómo llamar a la decisión de abandonar a su suerte a inmigrantes que viajan a la deriva camino de la muerte? ¿Acto criminal? Una decisión política convertida en acto criminal. Eso debió sentir Mafalda cuando gritó: “¡Paren el mundo que me quiero bajar!”.

Pero me da la impresión que Salvini cometió un error al detener a la capitana Carola Rackete, que ya es nuestra referencia, un ejemplo, un icono, mientras que Salvini no es más que un hombre de cromañón, una copia de Donald Trump, también responsable de las muertes de Óscar Martínez y su hija Valeria, inmigrantes salvadoreños que soñaban por una vida mejor.

No nos podemos permitir que el fascismo regrese al poder; ni siquiera podemos permitirnos que influya de tal manera sobre los gobiernos que acabe empujándoles a asumir sus políticas extremistas. Los Trump y los Salvini sobran en nuestras vidas.

El autor es analista