el verano, particularmente el mes de agosto, es tiempo, dicen, de descanso, de relajo, de playa o montaña, poco importa, pero, tiempo de despreocupación, tiempo de desconectar de la vida cotidiana. Aunque, algunos no piensan así. Recuerdo a un colega suizo que me decía que, liberado de dar clases en verano, y con sus hijos ya crecidos, el verano era su tiempo de lectura por excelencia, de creación, de escritura y que muchos de sus mejores libros los había escrito en el paréntesis veraniego. Yo soy de estos últimos.

Voy a reflexionar de la mano de Julia Kristeva, escritora, filósofa y psicoanalista búlgara, con nacionalidad americana, que reside en París, una mujer que estima que el espacio cultural europeo, por su identidad múltiple, su multilingüismo que va más allá de los estados que componen la Unión Europea, su cultura del derecho de las mujeres, podría ofrecer una respuesta a los actuales populismos, al debilitamiento en muchos países de la idea misma de la Unión Europea. Defiende que una Unión Europea fuerte, precisamente en su diversidad, es la tabla de salvación del planeta.

Kristeva se preguntaba, en un largo texto en Le Monde (24/05/19), días antes de las elecciones al Parlamento europeo, por el futuro de Europa. A la recurrente pregunta por la identidad, “¿quién soy yo?” por el “nosotros” y los “otros”, Kristeva se atreve a decir, con penetración y agudeza, que la respuesta europea no es la de la certeza, sino la de la interrogación. Y apela a la historia del siglo XX que sucumbió a los dogmas identitarios hasta cometer horrendos crímenes, (la Shoah y el Gulag, en primer lugar), y le preocupa, con razón, la que asoma en algunas partes de Europa, una cultura del “nosotros” etnicista, al que opone, un “nosotros” europeo, multicultural, multiétnico, multilingüista, una Europa, con una identidad en continua construcción y deconstrucción, una Europa que se resiste a ser el museo del planeta y quiere tener su palabra, la palabra europea. Como decía Amin Maalouf, Europa es una utopía que estamos viendo crecer, con sus frenos y desviaciones sí, pero también con sus esperanzas, algunas ya cubiertas. Piensen en la movilidad de estudiantes y profesores a lo largo de la Unión desde hace ya 25 años. Haciendo Europa. La Europa del diálogo entre diferentes, la Europa de los pactos continuos. Permítaseme dar un salto en el vacío y añadir que los recientes gobiernos de Navarra y de la Comunidad de Madrid se asemejan más al ideal europeo que a la pretensión de Sánchez a un gobierno monocolor en el Estado español.

Dos concepciones de libertad La caída del Muro de Berlín en 1989 dejó en claro la diferencia entre dos modelos: la cultura norteamericana y la cultura europea. Son dos concepciones de la libertad. En la primera la libertad aparece como una libertad para adaptarse a la lógica de la producción, la ciencia y la economía. Adaptarse al mercado de producción y del dinero.

En el modelo europeo, la libertad es la del cuestionamiento infinito, pero en una relación dialógica, del “yo” y el “tú”, del “nosotros” y los “otros”. En ese cuestionamiento, lo poético, lo deseado, y la misma revuelta, aparecen como experiencias privilegiadas, que revelan la singularidad inconmensurable pero compartible de cada mujer, cada hombre.

Este modelo europeo tiene riesgos: ignorar la realidad económica; encerrarse en reclamos corporativos o etnicismos; limitarse a la tolerancia pasiva; tener miedo de los nuevos actores políticos y sociales; abandonar la competencia global y retirarse a la pereza y el arcaísmo. Pero también vemos los beneficios de las culturas europeas, que no culminan en el patrón del dinero y de la mera racionalidad económica, sino en el sabor de la vida humana, en su singularidad frágil y compartible. En este contexto, Europa permite reconocer y superar las diferencias culturales, y especialmente las religiosas, que desgarran a los países europeos y los separan.

Necesidad de creer, deseos de saber Entre las muchas causas que conducen al malestar actual, hay una que, a menudo, es pasada por alto: es la negación de lo que Kristeva denomina la “necesidad de creer”, una necesidad pre-religiosa y pre-política, universal, inherente a los seres humanos, y que se expresa como una “enfermedad de la idealidad”.

Europa se enfrenta a un desafío histórico. El terrible caos de la destrucción de la capacidad de pensar y de asociarse, que el tándem “nihilismo-fanatismo” instala en varias partes del mundo, toca la base misma del vínculo entre los humanos. Pues bien, Europa, en el cruce de caminos del cristianismo, el judaísmo y el islam, está llamada a establecer puentes entre los tres monoteísmos. Pero, más importante todavía: constituida durante los dos o tres siglos precedentes como la punta avanzada de la secularización, Europa es el lugar por excelencia que podría y debería dilucidar la necesidad de creer. Para ello, adoptando la Ilustración, la supera, pues, ésta, en su apuro por luchar contra el oscurantismo, descuidó y subestimó el poder de la creencia. A nosotros, europeos de un siglo XXI ya avanzado, nos corresponder saber aliar la necesidad de creer con el deseo de saber. Creer y saber son incompatibles, “al mismo tiempo” pero no, en absoluto, a lo largo del tiempo de cada persona, de cada pueblo, de cada civilización. Un creyente puede rezar para solventar una enfermedad, pero eso no le impide ir al médico, ni pedir que el médico al que acuda, sea creyente, sino competente. Es la superación del nefasto pensamiento binario, aquí entre lo sagrado y lo profano (Peter Berger).

Una cultura de los derechos de las mujeres Kristeva, al final de su texto, saca a relucir una idea de su feminismo al escribir que ”desde las sufragistas, incluidas Marie Curie, Rosa Luxemburgo, Simone Weil y Simone de Beauvoir, la emancipación de la mujer a través de la creatividad y la lucha por los derechos políticos, económicos y sociales, que continúa hoy, ofrece un terreno federador (unificador al modo federal) para las diversidades nacionales, religiosas y políticas de los ciudadanos europeos, desafiando así el oscurantismo de las tradiciones y el de las religiones fundamentalistas”. Y concluye, “este rasgo distintivo de la cultura europea es también una inspiración y un apoyo para las mujeres de todo el mundo, en su aspiración a la cultura y la emancipación, no solo como una opción, sino como una trascendencia de sí mismas (somos libres de trascender todas las trascendencias, anunció Simone de Beauvoir), lo que anima las luchas feministas en nuestro continente”.

La misma Julia Kristeva en una conferencia el año 2010 (Oser l’humanisme, texto completo en castellano en mi blog) decía que “El humanismo es un feminismo. Sin embargo, el acceso, inacabado, de las mujeres a la libertad de amar, de procrear, de pensar, de emprender e, incluso, de gobernar, no puede hacer olvidar que la secularización es la única civilización que no tiene discurso sobre la maternidad, aunque una parte importante de la investigación psicológica contemporánea se dedique al estudio de la relación precoz madre/niño (a)”. Sí, también el dios de la religión secular del feminismo tiene muchas caras, y también necesita aunar la necesidad de creer con el deseo de saber.