¡Por fin empieza la Liga! Después de mucho tiempo de sacrificio, sin ningún entretenimiento digno de tal nombre, aburridos entre chiringuitos, playas, tertulias y bloques de cemento nuestra vida vuelve a tener sentido. Comienza el espectáculo.

Después del balance de millones gastados, de valorar los objetivos de cada equipo según los fichajes realizados, merece la pena resaltar el olvido del agente más importante, del alimento de la competición: los aficionados. No se trata del tema de los horarios (de momento se juega los viernes, y los lunes no). Se trata de todo lo que aportan y de la financiación que aportan a la competición. Vamos a evaluarla.

La taquilla de los estadios ha bajado. Normal: los medios tecnológicos permiten ver los partidos de fútbol, si lo deseamos, incluso en el teléfono móvil. Y eso supone otras fuentes de financiación. Sin embargo, que no nos engañen. Todo el pago de la competición, todo, es de los aficionados. Eso se hace por cuatro vías diferentes. La primera y más evidente, la compra de la entrada. La segunda, mediante la suscripción de un medio que aporte el contenido al receptor deseado (televisión, tableta, ordenador o teléfono móvil). Tercera, consumiendo en un lugar que difunda un partido concreto de fútbol. Aunque lo más común es un bar, existen centros comerciales que permiten ver partidos mediante pantallas gigantes. El dinero de las consumiciones sirve para que el propietario del bar o del centro comercial pueda sufragar los gastos de televisión. Cuarto, comprando o invirtiendo en algún producto de los que se anuncia en la publicidad de la competición. Dicha publicidad viene de muchas fuentes: patrocinadores oficiales, carteles de los campos de fútbol, cortes de radio o de televisión.

Se debe resaltar el tema de las apuestas. No está suficientemente regulado. No se trata de prohibirlas, pero tampoco deberíamos incentivarlas a los niveles en los que se hace. Existen famosos que además aportan su imagen para ganar así todavía más dinero, lo cual tiene un nombre; egoísmo supremo. Tiene sentido que un publicista contrate a actores que se dedican a ello: es su trabajo. Sin embargo, lo de los famosos es vergonzoso. Por el hecho de serlo ganan unas cantidades enormes de dinero. Bueno, todos queremos más, y más y más y mucho más. Además, se denuncia que no se controla suficientemente el acceso a las apuestas a los menores de edad. Por último, en muchos barrios hay más casas de apuestas que librerías. No vamos bien, no.

En definitiva, la conclusión es clara: los aficionados son los que pagan toda la competición. Proporción final, cien por cien.

Ahora bien y tema de horarios aparte, ¿se les puede tratar mejor? Vamos a plantear tres posibilidades, dos evidentes, una peliaguda.

Uno, los jugadores deberían tener más contacto con los aficionados, ya que son los que pagan hasta el último euro de su sueldo. Muchos de ellos tienen un divismo enorme, aunque según ellos “sigo con los pies en el suelo” o “mantengo los amigos de toda la vida”. Es cierto que estrellas consagradas no tienen tiempo material para cubrir todos sus compromisos, pero todos los futbolistas deberían trabajar alguna hora más a la semana en “compromisos sociales”. Ir a un colegio por sorteo, a un hospital o a un centro de ancianos serían buenas opciones. Muchos acuden sólo un día de Navidad para sacarse la foto y salir en la prensa.

En este sentido, merece resaltar el punto de vista de jugadores de baloncesto como Pau Gasol. Siempre ha comentado que en la mayoría de los partidos que juega hay aficionados que han acudido desde cualquier rincón del planeta a verle. En consecuencia, atiende a todos los que puede. A todos. Se podría predicar con el ejemplo, ¿no?

Segundo, el pago de los derechos de televisión por parte de bares pequeños, las típicas tascas de barrio. A veces son enormes, y no les compensa contratar los partidos debido a que el gasto es enorme. ¿Cómo puede ser que todos los establecimientos paguen lo mismo? ¿Es justo? Se arriesgan a perder clientela y al final, el negocio. Está claro: es inadmisible.

Tercero y más delicado: el tema del alcohol en los campos de fútbol. ¿Por qué un aficionado no se puede tomar una cerveza o un vino viendo el partido? La cuestión tiene fácil remedio: el derecho de admisión. Si alguien está bebido, existe una comprobación muy sencilla: el alcoholímetro. Pasado un nivel, y si se estima que ha quebrantado las mínimas normas de civismo exigible, a la calle con una buena multa. Por cierto, así sea generaría más riqueza y más puestos de trabajo. Algo es algo. Además, ¿cómo es posible que los que vayan a la zona VIP puedan beber los cubatas que deseen y el resto de aficionados no? Es como si se permite fumar en el palco de autoridades y en el resto del campo no.

En todo caso, se abre el telón.

A disfrutar de la competición.

Economía de la Conducta. UNED de Tudela