los incendios, provocados para deforestar, son la forma más rudimentaria, destructiva y barata de abrirse paso en el bosque. Se provocan a gran escala en las regiones tropicales del mundo, pero en la Amazonía se han batido récords en agosto. Aunque sea pronto para afirmarlo, dos de estos récords resultan incuestionables: el número de focos de incendio, con más de 75.000; y, la extensión afectada, más de 3.000 km cuadrados, el triple de lo que se ha quemado otros años. Y la temporada de incendios continúa oficialmente hasta finales de septiembre, así que las cifras pueden aumentar. La destrucción de la Amazonía significa perder ecosistemas y hábitats enteros y especies en peligro de extinción. Las comunidades indígenas perderán sus tierras. Y podríamos perder la lucha contra la crisis climática. Los incendios cambian el bosque amazónico y la destrucción de este bosque modifica el clima. Estos fuegos no son un accidente. Hay sospechas bien fundadas para afirmar que la mayoría de los incendios son provocados. En las zonas selváticas, la tala y quema es una práctica agrícola relativamente normal. Es algo que se hace en Brasil y, de hecho, es algo que también se ha legalizado en la Bolivia amazónica. Pero en los últimos años esta tendencia va a más, sobre todo tras el ascenso a la presidencia de Bolsonaro, que están alentando unas políticas para favorecer proyectos desarrollistas que amplíen el terreno útil para ganadería, agricultura y minería en la Amazonía brasileña. Pero el problema del uso del fuego es global y los bosques de Sudamérica no son la única región del mundo que está ardiendo. Así, está habiendo importantes incendios en Angola y en la República Democrática del Congo, al igual que hubo a mediados de agosto en Siberia, donde ardieron más de 5,4 millones de hectáreas de bosques boreales. En Indonesia se han multiplicado los incendios en comparación con 2018, mostrando un aumento del 52%. En el caso de este país, los incendios son de suelo, es decir, no hay llamas visibles, solo se aprecia humo en el ambiente. Lo preocupante de este tipo de incendios es que generan turberas tropicales, y estas almacenan mucho carbono en el suelo que al quemarse van directos a dañar la atmósfera. Sobre las causas de estos incendios, en el caso de Brasil y el resto de los países amazónicos, todo parece indicar que es la expansión de la frontera (para ganadería y cultivo de soja) quién está detrás de estas políticas de tala y quema de bosques. Mientras que en África o Indonesia tiene un fondo socioeconómico, el de la desforestación, el llamado slash and burn: corta, quema, cultiva y sigue cortando y quemando. Según los expertos, el efecto más preocupante que comparten los diferentes incendios que arden en el planeta en la amplificación del cambio climático. Así, el 50% de las emisiones de dióxido de carbono se eliminan de forma natural. De ese porcentaje, el 20% lo absorben los océanos y el 30% los bosques. El otro 50% se queda en la atmósfera y contribuye al cambio climático. Otra cuestión importante es que en muchos de estos países se trata de tormentas de fuego, que son calificadas como incendios de sexta generación: fuegos que tienen capacidad de crear una nube de tormenta que acaba cambiando la meteorología de la zona. El incendio coge el control de la meteorología del área afectada y no al revés. Son los más caóticos e imprevisibles. En lo que respecta al Estado, las estadísticas de los incendios en la última mitad de siglo, indican que arde menos superficie forestal que hace 30 años. Así, entre 1980 y 1989 se calcinaron más de 2,4 millones de hectáreas, el doble que entre 2000 y 2009 y entre 2010 y 2018, pero cada vez son más intensos. De alguna manera, es lo que está sucediendo en otros lados: incendios que no se han visto nunca, con unas longitudes de llamas y una velocidad de propagación que parecen más tormentas de fuego que un incendio convencional. El 35% de la superficie forestal calcinada en los 80 estaba provocada por grandes incendios de más de 500 hectáreas. En lo que llevamos de década ese porcentaje aumentó hasta el 44%, según datos del Ministerio de Agricultura. Además de la climatología, factores como la orografía, el abandono de las actividades agrícolas y el tipo de vegetación están detrás en la propagación rápida y violenta de los grandes fuegos. Este verano el planeta ha podido vivir la sensación de urgencia y crisis global en todos los continentes. Hemos visto cómo Islandia celebraba un funeral por la desaparición de un glaciar, cómo Groenlandia está perdiendo grandes extensiones de hielo, cómo París y Europa se derretía con temperaturas récord, cómo el termómetro en Alaska marcaba los 32ºC, y a otros niveles, inundaciones, como las ocurridas en la Zona Media de Navarra y en otros puntos. Y así parece que seguiremos si no se impulsan de forma más radical acciones de mitigación y adaptación al cambio climático, y políticas ambientales más sólidas.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente