Dejé nuestra casa familiar a las 09.30 para poder llegar a las 10.30 al aeropuerto de Ben Gurion, cerca de Tel Aviv, para coger el vuelo de las 12.45 a Amsterdam donde estudio un grado de Música.

Antes de hacer la maleta la noche anterior, hice una lista para no olvidarme nada. Pude meter todo y llegar a tiempo al aeropuerto pero se me había olvidado apuntar un detalle muy importante? ¡Qué soy palestina!

Yo, como todxs lxs palestinxs con pasaporte israelí y que viven bajo el régimen israelí, siempre tengo un mal presentimiento cuando voy al aeropuerto y esta vez no era ninguna excepción. La gripe que había cogido la noche anterior no ayudaba. Mi madre, quien me llevaba al aeropuerto, estaba muy nerviosa por la posibilidad de que un checkpoint militar retrasaría mi llegada al aeropuerto y que perdería el vuelo pero tuve suerte esta vez.

Vivir bajo una ocupación colonial militar que lleva años machacándote puede trastocar tus expectativas. Lograr pasar un control militar empieza a darte un extraño sentimiento de realización. Tus derechos humanos básicos se convierten en privilegio en vez de algo normal, y eso se convierte en el nuevo estado normal de las cosas.

Uno de los aspectos más peligrosos de los regímenes de opresión colonial es que buscan ocupar el cerebro de lxs oprimidxs, no solamente su tierra.

Llegamos al aeropuerto y yo trataba de convencer a mi madre que no esperara como suele hacer hasta que pasara el control de seguridad deshumanizante. Me encanta ver su cara a la distancia, detrás del espeso panel de cristal, despidiéndose de manera reconfortante con la mano, pero no me gusta nada que tenga que aguantar furiosa pero impotente mientras los oficiales racistas de seguridad israelí intentan humillarme por ser quien soy, una palestina. Le imploré que se fuera pero insistió: “No puedo dejarte sola en este sitio horrible. Nunca se sabe lo que pudiera pasar”. ¡Qué razón tenía!

El nombre árabe en mi pasaporte delató mi identidad a la primera, provocando un trato de lo mas exquisito. Cuando la oficial de seguridad me preguntó si hablaba hebreo y le dije que no su enfado fue visible. Cuando me preguntó por lo que hacía yo en Amsterdam y le dije que estaba estudiando jazz, ya no pudo contener más sus instintos racistas. ¿Cómo podía atreverme yo a destruir su estereotipo sesgado de las mujeres árabes? Me informó que tendría que pasar por un intrusiva “revisión corporal”.

Le acusé de ser racista y de querer tratarme de manera vengativa simplemente por ser quien soy y por hacer lo que hago. Con lo que ella me respondía gritando que solo estaba haciendo su trabajo. Yo le recordé de los muchos crímenes innombrables que se han cometido bajo esa excusa.

Cobró su venganza diciéndome que mi portátil no cumplía los requisitos de seguridad y por tanto que no podría montar en el avión con él. Todo esto después de que ella me pidiera personalmente que lo sacase y encendiese, cosa que hice sin dificultad. Dijo que me lo mandarían por correo a mi dirección en Amsterdam. No me podía creer semejante audacia y me opuse fuertemente. Se tanto por experiencia propia como por la de otros palestinos que dejar mi portátil en manos de la seguridad del aeropuerto Ben Gurion supondría que acabaría hackeado, dañado o perdido.

Le conté que no podía viajar sin mi portátil, dado que es donde guardo toda mi música y los apuntes de mis lecturas y que no podría ir a mis clases sin el.

Su supervisor la apoyó en su comportamiento cruel y vengativo, y forzosamente perdí mi vuelo. Cogí el portátil y salí afuera, donde esperaba mi madre nerviosa. Me recibió con un fuerte abrazo acompañado por unas lágrimas y me dijo “No te preocupes hija mía, encontraremos una salida para esto. Estoy super orgullosa de ti”.

Al día siguiente, mi madre me llevó con el coche hasta el cruce terrestre de Jordania. Después de una noche estupenda con mi familia en Amman, degustando el famoso plato de queso blanco y espinacas de mi tía, crucé el acogedor aeropuerto de Amman y llegué sana y salva a Amsterdam, aún conservando mi portátil y mi dignidad.

A pesar de lo furiosa que estoy por el comportamiento cruel y racista que recibí por parte de la guardia de seguridad israelí, es verdad que me sentí un tanto mal por ella. A pesar de todos sus intentos de humillarme, yo seguiré resistiendo a través de mi música el racismo y apartheid de su estado, y algún día espero también poder marcar una diferencia en la lucha de mi pueblo por su libertad. Ella, sin embargo, seguirá rebuscando entre la ropa interior de lxs palestinxs, mintiendo sobre cómo nuestros portátiles incumplen los controles de seguridad y siendo una insignificante herramienta para un sistema de opresión racista.

Cuando ya llegaba a la salida del aeropuerto, alcé la voz para que mi mensaje llegara a los oídos de cuanta más gente. “¿Sabéis lo que está muy cerca de Amsterdam? La Haya. Un día, todxs vosotrxs y vuestrxs superiores seréis juzgados allá por vuestros crímenes en el Tribunal Internacional Penal”.

Ella se quedó callada y miró hacia abajo, mientras yo salía con una sonrisa dibujada en mi cara, la cabeza bien alta, y aún viendo el brazo de mama saludándome.

Nai Barghouti, una de las principales voces femeninas de música árabe tradicional y contemporánea, ofrecerá un concierto con músicos palestinos de primer nivel el sábado 12 de octubre en Baluarte a las 20.00. Nai presentará el día 9 el programa del ciclo Palestina Habibti 2, que incluye visitas como la del exmilitar israelí Eran Efrati (crítico con el negocio armamentístico basado en la opresión de Palestina) y referentes de la danza y la cultura palestinas. El ciclo lo organizan SODEPAZ, Internazionalistak Auzolanean, Mugarik Gabe Nafarroa, Mundubat, OCSI, El Salvador Elkartasuna.