Los restos de Franco cambian de lugar. Estamos recolocando un fantasma. Las manifestaciones de “¡Ya era hora! ¡Que verguenza, lo que nos ha costado hacerlo!”, o el “¿A qué viene esto después de tantos años?, ¡qué ganas de seguir con aquella guerra!”, se suceden. Los medios se llenan de contenidos sobre el tema. Si eso es así, es porque el tema importa, porque el tema sigue moviendo profundamente a todos. No hemos superado el trauma de nuestra Guerra Civil. Lo vamos haciendo poco a poco.

El día 25 de octubre no ha sido un día cualquiera para esta elaboración emocional profunda, tanto a nivel colectivo como individual y familiar. Estos traumas, los de los nietos y biznietos de asesinados en las cunetas, caídos en el frente de batalla, perpetradores o sus descendientes, se procesan muy lenta y silenciosamente. Los descendientes de los afectados por la guerra nos estamos removiendo por dentro. Son emociones que apenas compartimos en nuestras tertulias. Son emociones, imágenes, que apenas nos confesamos a nosotros mísmos. Tengo la suerte de que, tanto por mi profesión, como por alguna de esas tertulias, de haber podido escuchar esas tímidas voces estos días. Va un par, más una voz interna.

Día veinticuatro, víspera del traslado. Una paciente encuentra, con lágrimas en los ojos, el dolor de su padre por la muerte de sus dos hermanos en la guerra. Él nunca le habló de sus dos hermanos mayores muertos, nunca. Pero hoy, ella y yo miramos la foto de su padre que, en su silencio, le transmitió todo su dolor a su hija. Lo encuentra en la víspera de la exhumación.

Día veinticinco. Un nieto de asesinado por los fascistas fuera del frente nos cuenta en la tertulia que se ha dado cuenta de que hasta hoy no ha tenido del todo consciencia. La rabia le hace verse pisando el cráneo del dictador. Hoy, día en que el gran símbolo fascista es descabalgado de su trono.

Día veintiséis. Veo las imágenes de Francis Franco, el nieto de Franco. Trato de empatizar con su vivencia de nieto. Me ayuda a ello un trabajo de grupo que hicimos hace unos diez años en el palacio de Ayete (Donosti-San Sebastián. Hoy Centro de Paz), donde veraneaba Franco. Allí, rodeados de fantasmas de Franco, reprodujimos la escena del dictador rodeado de sus nietos dándose ternura. Sí, esa escena supongo que existió.

Hoy te veo, Francis Franco, luchando por la memoria de un personaje que se llamaba como tú: ese abuelo amante que tuviste. Te creo, fue verdad, conociste a un abuelo bueno.

Hay otro personaje que se llama igual, que ni creerás que existe, es el que mató a mi abuelo. Sí, tienes razón, no fue él. Fueron los que ejecutaron su parte salvaje. Tú tienes problemas para conciliar al abuelo bueno que conociste con el dictador fascista que mató a tanta gente. Yo tengo otras tareas.

Para mí, memoria histórica es resolver las tareas emocionales que nos han dejado las sangrías de la historia. Entiendo que muchos quieran enterrar el pasado: “¿A qué viene esto después de tantos años?”. Los que así piensan, frecuentemente también tienen tareas. He visto a muchos de los que tienen tareas, desde perpetradores y sus descendientes, que quieren cerrar todo porque no quieren saber lo que tienen. Esa es otra memoria histórica que hay que hacer. También la de los perpetradores de ETA, GAL y otros. La de las víctimas de ETA, otra.

Siguiente página: la consecuencia de no haber curado el trauma transgeneracional de la Guerra Civil. ETA, sus asesinatos, asesinatos de GAL, etcétera. Montones de traumas de dolor en las dos partes. Culpa y vergüenza por matar, duelos crónicos y rabia por los familiares muertos. Ambos perpetuados y transmitidos a hijos y nietos. En silencio.

Siguiente página, consecuencia de las dos anteriores: Cataluña-Catalunya. ¿Estamos incubando algo de lo ya conocido y vivido? ¿Una respuesta terrorista?

No tengo la solución, pero he aprendido a compartir emociones profundas. Hacer consciente el miedo, tratar de vivir la incómoda posibilidad de que un tirano era también un abuelo amantísmo, de que un abuelo tierno fue un matón en la Guerra Civil, de que un torturador de las fuerzas del orden era también un padre amantísimo, de que un matón de ETA era un hijo amantísimo; hacer sitio a todas esas aparentes contradicciones, ayuda.

Sí, es muy incómodo, nos pone al borde de la locura. Su lectura y digestión no es ni rápida ni fácil. Por eso no se ve mucho en los media. Pero es muy sano, muy curativo y muy real. El precio a pagar es que eso nos deja ante formas más difíciles de procesar el dolor, la rabia, la vergüenza y la culpa.

El autor es médico psiquiatra y nieto de asesinado