La etapa que se abre con un gobierno de coalición tiene características inéditas en los últimos cuarenta y tres años y nos plantea a la izquierda la obligación de pensar nuestro papel dentro y fuera del Gobierno.

La estructura del nuevo Gobierno, con Unidas Podemos-IU, en situación de minoría, corresponde a su base parlamentaria. Pero no sólo es una minoría numérica, sino que el PSOE se ha garantizado la dirección económica del Gobierno, desde los presupuestos tradicionales del PSOE, plasmados en el reformado artículo 135 de la Constitución. Liberalismo económico mimetizado con la actual Unión Europea, avances en derechos civiles y unas gotas de socialdemocracia. Gotas de socialdemocracia presentes en el Pacto de Gobierno pero puede que limitadas por una reforma fiscal claramente insatisfactoria e insuficiente. Un PSOE que además se ha garantizado la política exterior, militar y de interior.

Por otra parte, la cuestión territorial, respecto a la que las fuerzas de izquierdas debemos pensar si las estrategias desplegadas respecto al nacionalismo han sido o no correctas y si no han sido un factor muy importante a la hora de impedirnos plasmar electoralmente un amplio movimiento social gestado frente a la crisis. En mi opinión debemos defender una radicalidad democrática proponiendo una España que no sea cárcel de pueblos, pero al mismo tiempo debemos desplegar una batalla de ideas frente a un nacionalismo que en sus diversas modalidades es básicamente burgués. La posición en primer lugar del PNV y la abstención de ERC y EH Bildu han sido un elemento decisivo, y positivo, pero otros nacionalistas han votado sin inmutarse con PP y VOX, unos declaradamente de derechas como Junts per Cat y otros como una CUP que parece haber olvidado las siglas de Unidad Popular y que se ha dedicado a hablar de Cataluña, pero no de la ciudadanía catalana; menos, por supuesto, de los trabajadores y trabajadoras del conjunto del Estado, que no parece les importemos un pimiento.

Necesitamos impulsar un modelo de país que reconduzca las relaciones con el nacionalismo desde un proyecto de República Federal que sea profundamente democrático y que sea capaz de cobijar a una amplísima mayoría. Plenamente democrático y por ello republicano.

Por otra parte, la constitución de este Gobierno le deja con una fuerte oposición de derechas, pero huérfano de una oposición de izquierdas que sepa apoyar al Gobierno y enfrentarse a él en aquellas ocasiones, me temo que muchas, en que despliegue políticas neoliberales, alianza de hecho con satrapías, o apoyo, explícito o no, a los procesos golpistas en América, por ejemplo.

Y es que esta nueva etapa se despliega ante una oposición que no sólo va a contar con la mayoría de los medios de comunicación y que va a trabajar con el conglomerado del IBEX, Iglesia Católica (¿ los acuerdos con el Vaticano?), y de una monarquía que puede ver cómo la opinión pública se va alejando de ella, sin abrazar, todavía, la alternativa republicana.

Esta derecha, y ello es nuevo, va a hacer, está haciendo ya, oposición desde la calle. Y desde la movilización en la calle también se genera opinión e ideología. Esto es nuevo y se da en un momento en que la izquierda política, social y sindical hemos abandonado la calle. Esta derecha sí se movilizó frente a gobiernos del PSOE en cuestiones como la educación o el aborto, pero entonces la izquierda mantenía su capacidad de movilización.

Hay que disputar la calle y para ello debe ser fundamental que la presencia en el Gobierno no convierta a las fuerzas políticas de izquierdas y a su militancia en unos simples voceros del Gobierno.

Hay un amplio sector de la población que desea que este Gobierno cuaje aunque tiene miedos derivados del papel del PSOE en la historia reciente de este país. Ante esa población, los partidos de izquierdas debemos ser capaces de generar organización, vecinal, social y política que sea capaz de generar confianza en las posibilidades de cambio al mismo tiempo que sepa oponerse al gobierno cuando sea necesario. Rellenar los numerosos despachos oficiales, que es importante hacerlo con los y las mejores, no debe tener como consecuencia el vaciamiento de las organizaciones que van a ser la única garantía de que un proyecto de cambio se asiente y tenga continuidad.

Decía en el título que hay que disputar la calle y construir hegemonía. Sólo desde el fortalecimiento organizativo y la presencia en las calles podremos, lentamente, convertir las opiniones en ideología y comenzar a erosionar el consenso básico que se nos ha logrado imponer y que se refiere al sistema capitalista como inevitable. En nuestra sociedad, el uso de la fuerza explícita no es el elemento fundamental de dominación, aunque la coerción esté presente en todo el entramado social, la base de dominación se basa en que la burguesía, por diversos medios, ha logrado un consenso social que mayoritariamente, acepta el capitalismo y los valores que de él se desprenden.

"A la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo" decía Gabriel Celaya y sigue vigente.

El autor es profesor de Historia