adie pensaba que el avanzado mundo occidental pudiera soportar una peste como las medievales en pleno siglo XXI. Cuando se viven situaciones difíciles e inesperadas, es conveniente echar la vista atrás para encarar el futuro. Aunque, por suerte, no he pasado hambre, ya que nací con el inicio de la mínima apertura que supuso el plan de estabilización español, mis padres vivieron la guerra 1936-1939 y sufrieron, como todo el país, las consecuencias posteriores: escasez, racionamiento, estraperlo, etcétera. Mi generación lleva en el ADN todos los recuerdos de esa época y, cuando vienen las dificultades, resurgen y nos permiten ver las diferencias abismales entre estos complicados momentos históricos. La guerra costó medio millón de muertos, represión, exilio, pobreza, emigración y pasar casi 30 años para volver a la situación económica de los años 30.

El país ha cambiado radicalmente en estos últimos 80 años y a una crisis como la actual nos enfrentamos con un estado en el que, a pesar de los problemas, no hay analfabetismo, hay un sector público que ofrece respuestas, un sistema y unos profesionales sanitarios capaces de responder ante un problema desconocido, un sinfín de profesionales de otros ámbitos que trabajan para facilitarnos la vida y no falta la comida. A pesar de la dureza del momento actual, nada es comparable con el segundo tercio del siglo pasado. Si de aquello se salió, ahora también saldremos. Tras esta crisis debería cambiar la forma de vida del mundo occidental y la gran incógnita es cuál será su coste y qué sectores de la población van a soportarlo. Entre los aspectos que pueden cambiar se pueden citar:

1) Naomi Klein, en su libro La doctrina del shock, relata cómo el miedo o circunstancias inesperadas han permitido en muchos países una total transformación social y económica. Actualmente, el miedo provocado por el bicho ha logrado confinar a una gran parte del mundo y no sabemos cómo va a repercutir en el futuro en nuestras relaciones sociales, ni qué controles a los ciudadanos se puedan establecer en cuanto a salud, movimientos e incluso pensamientos. La relación salud-control no sabemos qué nos va a deparar.

2) El sistema económico se va a ver muy afectado por esta pandemia. Entrarán en pugna la salud y la economía o la protección de la salud y el derecho al trabajo. Lógicamente, vamos a tener que analizar si el modelo económico actual es válido para el siglo XXI. Habrá que investigar el balance de la globalización, que pudo aportar beneficios, pero ahora está generando pérdidas en todo el mundo. Será necesario recuperar no ya el consumo kilómetro cero, sino la producción kilómetro cero para muchos bienes y sobre todo la comida. ¿Qué hubiera pasado si, como hemos hecho con muchos productos industriales, el suministro de los alimentos dependiera de China? Seguramente, deberemos plantearnos en serio todas esas nuevas economías (circular, colaborativa€) o el decrecimiento económico y siempre tener presente la necesidad de preservar el medio ambiente. Pero hoy no tenemos modelo alternativo. No sabemos cómo se debe transitar desde el actual a otro que ni siquiera tenemos bien definido, ni cuál debe ser el papel de la administración. Por un lado, estamos viendo que es la administración la que debe actuar en estos momentos y a la que se le pide soluciones, pero, al mismo tiempo, va a incrementarse su volumen de deuda y con la crisis pueden disminuir sus ingresos. Por otra parte, hay importantes sectores sociales que piden disminuir el peso de lo público y, en nuestro entorno, supone alrededor del 40 por ciento del PIB. Parece la cuadratura del círculo. El PIB español fue en 2019 de 1.244.757 millones de euros, que equivale a 26.440 euros per cápita. No parece que tengamos un problema de riqueza, sino, como señala el economista francés Thomas Piketty, de distribución. Una de las consecuencias de esta pandemia puede ser un considerable aumento del paro, por lo que quizá es el momento de pensar en disminuir la jornada de trabajo (¿20 horas a la semana?) para trabajar más personas, aunque esta es una medida que no puede tomar un solo país de manera aislada.

3) El tercer aspecto que puede cambiar es el político. Varias son las incógnitas que se presentan. ¿Puede ser ya definitivo el traspaso de la hegemonía mundial a China? ¿Cómo van a valorar los electores estadounidenses en las próximas elecciones la gestión de su presidente? ¿Y los del Reino Unido la de su primer ministro con la pandemia, teniendo pendiente el brexit? ¿Y la Unión Europea soportará la gestión que está haciendo con la pandemia sin terminar de ofrecer un plan conjunto? Quiero creer que no va a volver a ocurrir lo que señala Varoufakis, en su libro Comportarse como adultos, cuando acusa a la Unión de no querer reconocer en público el error cometido que reconocía en privado y mantenerse en su criterio o, como se decía en castellano antiguo, empeñarse en "mantenella e no enmendalla". Si la Unión europea no da respuesta satisfactoria y global, corre un gran riesgo de romperse y necesitamos unas instituciones europeas que no solo respondan a los intereses económicos sino a los de los ciudadanos. Es su gran reto. Quiero terminar este escrito con un breve apunte familiar. Me recordaba hace unos días una prima, que mi tía María, mujer de pueblo con estudios elementales, que vivió en su primera juventud la epidemia de hace un siglo, decía que el mundo necesita cada cierto tiempo una guerra o una epidemia para limpiarse. Quizá todo sea tan sencillo como eso, aunque espero que el mundo despierte y el biznieto de mi tía, que nacerá este mes, no tenga que soportar ni guerras ni epidemias, porque hemos sido capaces de ofrecerle un mundo mejor.

El autor es economista