l hilo de propuestas y contrapropuestas que surgen en el debate social sobre celebraciones de fiestas patronales y actos religiosos propios de veneración a los santos de cada municipio, dejo mi opinión al respecto. Con el debido respeto a quien pueda tener la tentación de saltarse las normas que nos hemos dado, no pueden realizarse grandes concentraciones de personas venerando a su santo o patrona. Mi opinión de que no debe hacerse ningún acto que ponga en peligro la salud de las personas se basa en lo escuchado a los profesionales a lo largo de estos días de confinamiento. Distancia e higiene. Por tanto, responden a una especie de lógica y responsabilidad ciudadana. Cuando las personas mayores ponemos el grito en el cielo por los botellones que la gente joven monta, lo hacemos pensando en que las normas están para cumplirlas y que se exponen al contagio entre ellos, entre sus familias y esto tiene consecuencias graves para toda la ciudadanía. Además de poner en serio riesgo a los sanitarios y toda la cadena de servicios que deben tratarlos en caso de nuevo brote contagioso.

Los calificativos son de todo tipo, juventud consentida, irresponsable que no piensa más que en disfrutar. Sabemos que hay ganas de encuentro, de abrazo, de estar con los que quieres y de disfrutar de la fiesta. Por encima de todo esto, hay que tener clara una cosa que me parece fundamental. La responsabilidad individual y por extensión la corresponsabilidad cívica de la gente hará que ganemos al virus o no. Somos las personas con nuestra actitud y cargo de conciencia la vacuna que nos protege hasta que exista la de verdad.

En este momento quiero hacer una consideración de carácter más amplio a la hora de dar mi opinión sobre la necesidad que siento de que España en general vaya transitando hacia un Estado moderno, donde no solo no tenga cabida la injusticia social, sino que la cuestión religiosa, siendo un asunto espinoso, sea abordada con un pensamiento más abierto al que estamos acostumbrados. Y la razón para hacerlo es que en estos días he disfrutado de alguna lectura que me ha parecido muy ilustrativa del pensamiento que deseo compartir. Son reflexiones de Manuel Azaña, presidente de la Segunda República española del libro titulado La responsabilidad de las multitudes y estudio preliminar de Gabriel Moreno González. Dice el texto: "La cuestión religiosa, tal y como fue abordada por Azaña, fue uno de los asuntos más espinosos con el que se enfrentó. Desde su teoría, desde su pensamiento e ideario el Estado debía ser laico para mantener a la religión, siempre respetable, en el ámbito personal de cada individuo. Lo que Azaña no podía permitir, como presidente, era el maridaje conspirador y antiliberal de la sacristía". Fin del texto del señor Moreno González.

"Mi anticlericalismo no es odio teológico, es una actitud de la razón". Mi identificación es total con esta explicación. En estos momentos sigue siendo imposible separar muchas veces los poderes de Estado e Iglesia porque se mezclan por tradición, por interés, porque no hemos avanzado ni un paso en la actitud de la razón, a la que se refiere Azaña. Se mezcla todo y en ocasiones se trata de poner la tradición por encima de otros valores.

Hoy el máximo valor es guardar la salud de las personas con las que convivimos. Es el acto más altruista que podemos realizar en estos momentos. Mañana, cuando haya pasado y la "nueva normalidad" que no acierto a comprender qué es, tal vez los actos multitudinarios, como una procesión, se pueda hacer virtual, para quienes deseen venerar a sus patronas.