penas hace un mes leíamos en los medios cómo la Policía disolvía un botellón de 300 personas en Sevilla, de 200 en Candás, de 100 en Alsasua. El eco de aquellos sucesos resonó en el juevintxo pamplonica del día 8 de este mes: los dispositivos policiales tuvieron que intervenir a 27 personas por botellón. Jóvenes, y más jóvenes aún, incapaces de mantener las medidas de prevención y prudencia porque no pueden pasar sin el alcohol, y vuelven a las calles tras las restricciones impuestas al ocio nocturno.

En plena pandemia, los botellones son importantes focos de contagio. La situación recuerda a la conocida novela de Robert L. Stevenson, El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde. Sólo cabe imaginar dónde acabaría la mascarilla del precavido doctor tras ingerir su poción liberadora y convertirse en su peor versión. La probabilidad de contagio en el contexto del botellón se multiplica, y esto es algo que nos afecta a todos. Por eso, distintos gobiernos regionales han tomado medidas. El Gobierno de Navarra prohibió la venta de alcohol a partir de las 22 horas, excepto establecimientos hosteleros, al igual que el de Castilla-La Mancha. También multará los botellones con 600 euros, suma que asciende hasta 1.500 euros en la ciudad de Zaragoza. Cataluña prohíbe el consumo en lugares públicos. El Ayuntamiento de Logroño lanzó una campaña para evitar las ventas de alcohol a jóvenes, el de Majadahonda blinda los parques y zonas de ocio, y el de Sevilla extrema la vigilancia policial. Y el propio Ministerio de Sanidad alerta de que el alcohol debilita el sistema inmune e incrementa el riesgo de contraer covid-19.

Los gobiernos han tenido que tomar medidas con el fin de frenar este comportamiento, que solo se entiende desde la perspectiva de la adicción. Efectivamente, los atracones de alcohol afectan de tal manera al cerebro que generan la necesidad de intoxicarse una y otra vez. Ante esta realidad cabe hacerse unas preguntas. ¿Les queda libertad suficiente a los jóvenes para pasar el fin de semana sin alcohol? ¿Existen otras maneras de socializar, igualmente atractivas, pero más amables con la persona y su salud? ¿Hay alternativa? Por supuesto que sí. Por ejemplo, en San Lorenzo del Escorial lo tienen claro. La Concejalía de Juventud convocó un concurso de vídeos bajo el título Los jóvenes no solo somos botellón. Sin embargo, la balanza se decanta cuando se busca el disfrute inmediato sin pensar en las consecuencias. Luego, el poder adictivo del alcohol hace que se convierta en un hábito difícil de dejar.

Ahora, el problema del alcohol se relaciona directamente con el virus, si bien el riesgo de contraer enfermedades infecciosas asociado al alcohol siempre ha existido. Por ejemplo, los comportamientos sexuales de riesgo son más frecuentes en personas en estado de embriaguez, lo que aumenta la probabilidad de adquirir enfermedades de transmisión sexual. A esto se suman episodios de incivismo y violencia; la segunda, especialmente frecuente en el ámbito de la pareja. Pero, además de las consecuencias a corto plazo, quienes investigamos sobre el alcohol no dejamos de repetir los peligros a largo plazo del consumo en atracón. Por ejemplo, coincidiendo con los primeros días de confinamiento publicamos un artículo científico en la revista Nutrients sobre el efecto de los atracones de alcohol en el riesgo de desarrollar cáncer de mama. En la lista, además de distintos tipos de cáncer, destacan el riesgo de enfermedades cardiovasculares, psiquiátricas y otras muchas patologías.

Sin ir más lejos, a principios de septiembre se publicó en la revista científica JAMA Network Open un contundente artículo que añade otro ítem a la lista. En él se concluye que las personas que habían perdido la consciencia por el alcohol alguna vez en el último año tenían un riesgo más de dos veces superior de desarrollar demencia. Estos resultados eran independientes de la cantidad de alcohol consumida. Juergas memorables que podrían dejar de recordarse pronto. Si sumamos, más de 30.000 personas han fallecido en España por covid-19, y una parte de ellas se puede atribuir a las consecuencias del botellón. Sin embargo, el consumo de alcohol causa anualmente unos 16.000 fallecimientos (y el tabaco, más de 56.000, aunque eso es otro tema). El consumo excesivo de alcohol es otra epidemia contra la que hay que actuar.

Según datos de la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional Sobre Drogas, el 34% de los jóvenes de entre 15 y 24 años se ha emborrachado alguna vez en el último año. En este grupo de edad se encuentran mis alumnos y tantos otros estudiantes universitarios. Confío en que ellos puedan ser motor de cambio y que su ejemplo inspire a los más jóvenes para acabar con lo que es una epidemia en tiempos de pandemia. La vacuna contra el virus llegará, tarde o temprano. Sin embargo, con la ayuda de inteligentes medidas de salud pública, la vacuna definitiva contra el botellón sólo puede salir de la responsabilidad de cada uno y de una apuesta decidida de toda la sociedad para acabar con esta epidemia.

Prof. contratado Doctor Medicina Preventiva y Salud Pública. Facultad de Medicina Universidad de Navarra