e un tiempo a esta parte se ha propuesto como opción para contener el avance del coronavirus el toque de queda. ¿Es razonable? ¿Es arriesgado? Cada vez más países lo están haciendo y la verdad es que parece una tendencia imparable. ¿Es justo?

Antes de responder a la pregunta debemos tener en cuenta una cuestión previa: las personas no siempre decimos la verdad. Es más, la presión social hace que en situaciones específicas tengamos altos incentivos para mentir.

No tenemos claro de dónde vienen algunos contagios, aunque muchos se han restringido al ámbito familiar y a pequeñas reuniones sociales. Pero no lo sabemos. Es lógico: a una persona que haya estado en un piso sin guardar las mínimas condiciones de contagio le cuesta admitir su error. Dirá que "no tiene ni idea de cómo se contagió". Por supuesto, no todo el mundo miente. Pero si hemos cometido algún pecadillo, preferimos ocultarlo. Es comportamiento humano. A veces es útil la regla piensa mal y te quedarás corto.

Lo mismo ocurre con los jóvenes. Si han estado en un botellón un total de 40 personas sin mascarilla y sin mantener la distancia de seguridad, estadísticamente lo normal es que digan que estaban 10 personas, se ponían la mascarilla a ratos y procuraban mantener la distancia. Somos así.

Por esa razón tiene más sentido un toque de queda nocturno que cerrar la hostelería de golpe. Así podemos seguir manteniendo una vida razonable hasta que la incidencia del virus vaya remitiendo€, si bien está claro que tenemos para rato.

Existen otros aspectos latentes que no están en los debates pero siguen ahí. Personas que tienen síntomas y están en trabajos precarios tienen incentivos para aguantarse y no hacerse la prueba del PCR salvo que enfermen de forma considerable. Su circunstancia laboral y familiar hace que sólo dejen su puesto en una situación extrema. El riesgo de transmitir la enfermedad es, en este caso, elevado. ¿Cómo controlar eso?

Más aún: incluso personas que han dado positivo tienen sus pecadillos€ De hecho, existe una lista de casos desaparecidos que hacen su vida. Una vez más la pregunta se repite: ¿cómo controlar eso?

La economía está basada en un principio fundamental: las personas respondemos a incentivos. Las combinaciones de palo y zanahoria están a la orden del día. Así que si una conducta determinada es muy negativa para el conjunto de la comunidad la única forma de evitarla es con un castigo muy severo. No hay más.

Todos necesitamos toques de atención. Toques que sirvan para empujarnos en la dirección correcta. Es lo que se denomina nudge. Richard Thaler (Premio Nobel de Economía) y Cass Sunstein lo explican en su libro Un pequeño empujón. Se trata de buscar medidas y pautas de comportamiento individual que, sin ser coercitivas (salvo casos extremos), fomenten el bien común.

El ejemplo más sencillo: el hecho de ser donante de órganos. Lo mejor es que alguien lo sea por defecto, ya que así se pueden salvar vidas futuras. Pero si por razones religiosas o de valores personales alguien no quiere ser donante está en su derecho.

Algunos impuestos o subvenciones son nudges que nos dirigen a objetivos concretos. La subida prevista del IVA para los refrescos va a disminuir el consumo de los mismos. No se sabe si a nivel global la recaudación será mayor o menor que la anterior, pero eso es un efecto disuasorio que hará más difícil su compra. Los ejemplos abundan: muchos centros comerciales nos empujan a comprar el producto de aquí para poder defender el empleo de nuestra comunidad. La campaña de bonos respaldada por el Ayuntamiento de Pamplona para fomentar el pequeño comercio (pagando 14 euros por un bono de 20) es otro ejemplo claro de subvención pública.

¿Existe algún nudge útil que ayude a combatir el coronavirus?

Debemos ser conscientes de otro de los mayores enemigos del ser humano: la gran sobrevaloración del beneficio a corto plazo respecto del coste a largo plazo. Nos cuesta mucho mantener una dieta sana y equilibrada, nos cuesta mucho ahorrar para el día de mañana, es muy difícil dejar nuestros vicios de cada día. Sin embargo, existen algunas técnicas que se pueden intentar.

La más útil es repetir una afirmación del tipo "si hago esto, entonces pasará aquello". Por ejemplo, "si continúo bebiendo, decepcionaré a mis hijos", "si no estudio lo suficiente, no merezco la asignación que me dan". A base de repetirlo, repetirlo y repetirlo se puede lograr.

Es difícil ser ejemplares y responsables cuando percibimos que quienes gobiernan no lo son. Por eso, ellos deberían empezar a aplicarse el cuento. Y nosotros, como sociedad civil, debemos centrarnos en dos cosas.

Uno, saber que si nos confiamos llega el coronavirus con las rebajas.

Dos, ser críticos y constructivos. Valorar y evaluar las medidas que nos exigen para realizar siempre que sea necesario las reclamaciones pertinentes.

Economía de la Conducta. UNED de Tudela