uienes poseemos una educación judeocristiana con pinceladas de materialismo histórico tenemos dificultades para diferenciar lo ético de lo legal. La dualidad no existe, aun asumiendo cierto margen para las excepciones que, sin duda, las habrá.

Las grandes apuestas ideológicas en lo colectivo fortalecen la convivencia y la dignidad como ciudadanos. Un factor relevante en ella es representado por el derecho a la información; el añadirle apellidos como veraz, completa, actualizada en tiempo, está implícito en la misma. Y si no es así, será fake news, monólogos partidistas, medias verdades o pantomimas, pero no información (en mayúsculas).

En el último año quien decide qué es o no noticia y, por tanto, objeto de publicación, está adormilado; el monotema covid domina el día a día de manera reiterativa y torturadora con saciantes cambios mínimos en portada. Cualquier político de chichinabo, desconocido en librerías y bibliotecas, es entrevistado respondiendo con desparpajo a preguntas persistentes. Ayudándole, si cabe, el temamono del cotilleo con voluntad de despellejar y Vázquez de vocero.

Sobre otros temas: vivienda, paro, déficit, se ha pasado de puntillas, como si no fueran de este, nuestro mundo. Si la idea del medio es embrutecer al ciudadano, lo consiguieron.

Ya nadie recuerda el procés catalá que parecía que nos iba la vida en ello, teniendo en el presente la misma relevancia que Pepe Gotera.

Las tertulias deportivas están miniaturizadas, ya no brillan en horario estelar, y lo que parecía improbable se ha normalizado: jugar con estadios vacíos no es lo mismo, aunque sea igual.

Reconozco ser un aficionado mediocre, de mucho sentimiento pero de poco corazón. Nunca me he definido cuando los comentaristas deportivos en las tertulias-debate sacaban temas de interés humano. Largas fueron las veladas donde se trató el tema de tutear o vuecear a los jugadores/ídolos de los equipos. A favor los partidarios de humanizar a los dioses (deportivos) sin ser conscientes de que la humanidad les humilla; en contra quienes adoptaban la conformidad de ser abanderados, atolondrados, de la procesión bajo palio de sus ídolos humanoides. ¡Esto es historia!

Desde todas las esferas de poder se han posicionado en contra de un aumento de las desigualdades sociales, siendo el resultado de todas las crisis economías: los ricos y los pobres cada vez más ricos/más pobres. Se han alentado políticas tendentes a reducir estas desigualdades con resultados muy desiguales.

Así, se ha criticado los altos sueldos de los directivos de la banca, tecnológicas, multinacionales en general; en todos los casos han señalado que los sueldos deben estar acordes a la economía en su conjunto. Han señalado a todos los sectores, tanto productivos como socialmente improductivos, excepto al fútbol, el cual ha sustituido a la religión como opio del pueblo

Existen tantos ejemplos como futbolistas y sus representantes; directivos y políticos coexisten en la Liga Santander. Se comenta el caso de Leo, con un contrato de 555 millones de euros por 43 meses de juego; ello supone unos 13 millones de euros al mes (por Tutatis). La prensa canallesca de tirada nacional que publicó la noticia fue amenazada con una querella por revelación de contrato (Tocqueville en directo). Otros medios lo publicaron en páginas interiores, mitad inferior y espacio muy escueto; debates, ni uno, tabú. Y ello en un equipo con una deuda de 1.200 millones de euros. El silencio informativo es el arma más terrible de las rapaces.

Podría estar mejor pagado, pero ya lo dijo el preclaro presidente: lo que Leo necesita es cariño (de la afición-país, se intuye). Al emperador Marco Aurelio, cuando le vitoreaban en la calle como semidiós, un esclavo se le acercaba y le susurraba: "recuerda, solo eres un hombre". ¡Pues eso!

Los otros machos alfa estarán en una situación más/menos, no hay ninguna inquina a Leo, es una simple constatación. Puede haber diferencias interjugadores, admisibles y entendibles por el aficionado y la sociedad, aunque las diferencias encontradas entre narcisistas ocasionen más virulencia. Pero no debemos preocuparnos: los clubs tienen créditos de cientos de millones avalados por el Estado.

Es insalvable y deprimente la diferencia entre el ornamento y ostentación de jugadores y las sombras en la arena de los aficionados. Y a los políticos, no importa color o ideología, estar en gobierno/oposición, la omertá como motor. Es difícil entenderlo excepto porque los clubs les permiten la foto de campaña electoral en sus estadios, no abjurar del equipo en vano y alguna gracieta del rival. Y ellos, políticos tan teóricos de lo humano y tan pragmáticos de lo divino, ya ni hablan de los valores educativos del deporte (se ríen incluso los bebés) ni de la deportividad y trabajo en equipo como valores culturales (¡anda ya!), ni de que todos somos iguales (ante el señor, les falta decir), o que el esfuerzo tendrá su recompensa (quien lo diga, jamás de los jamases le votaré).

Ante cualquier atisbo de poner orden y equilibrio en el fútbol, los poderes fácticos siempre han huido hacia delante; la Superliga es un ejemplo. Supone el Gran Hermano actualizado, aunque ha faltado un Avemaría.

Lo máximo en decencia que se ha leído sobre el tema es que el fútbol es un negocio y así hay que entenderlo. Aquellas sandeces que se decían por comentaristas franquistas y algunos independentistas que el fútbol es deporte son resultado de la épica de la penuria a la espera de que los pijos de caviar la actualicen.

Ninguna otra actividad humana ha encontrado un mayor nexo entre los políticos (de toda condición), el sector de la construcción y directivos-propietarios de la familia de los Corleone con el deporte rey/fútbol. Alguien puede pensar en un matrimonio de connivencia, en atolondramiento social y, levitando, lavado de capitales; sería humano además de ser, posiblemente, cierto.

Distinguir la ética de la legalidad debería ser discriminatorio. Lo contrario supone un escupitajo a la dignidad.

El autor es sociólogo