lo largo de la vida de cualquiera de nosotros, se produce una serie de despojamientos, vamos deshaciendo los amarres que nos atan a personas, a lugares, a objetos, a hechos, a situaciones y a circunstancias concretas. Uno de los vínculos que también desaparece con el paso del tiempo es el que nos mantiene, sobre todo durante la adolescencia y la juventud, agarrados a lo que llamamos ídolos, esos referentes reales del universo de la literatura, la música, el cine, el arte o cualquier otro ámbito, esos individuos a los que admiramos por su obra, a quienes seguimos y de quienes, en definitiva, intentamos aprender en la medida de lo posible.

Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me.

In the jingle jangle morning I'll come following you.

Al principio, son unos cuantos. Me refiero a esos maestros remotos. Durante unos años, ocupan las paredes de nuestra habitación en forma de póster, nuestra carpeta del colegio a través de fotografías pegadas en su cubierta plastificada, o nuestras estanterías juveniles por medio de sus discos o de sus libros. Más tarde, poco a poco, el número va reduciéndose, el grupo va menguando. Sí, porque entonces ocurre algo natural, eso que ya apuntaba más arriba. Sucede que, a medida que nos hacemos mayores, cambiamos de hobby, nos dedicamos a otras cosas en nuestras horas libres o empezamos a saber lo suficiente de esos ídolos como para desmitificarlos, quitarles importancia o, incluso, en el peor de los casos, despreciarlos al conocer detalles de su vida o de su obra, de su carácter o de sus costumbres, que echan a perder para siempre la imagen idealizada que teníamos de ellos.

Es bueno que sea así. Es parte de nuestro crecimiento como seres humanos. Se trata de un proceso lógico gracias al cual podemos respirar mejor. Y es que, si entráramos en la madurez con el camarote tan lleno de personajes, con ese lastre tan pesado sobre nuestro cuerpo, con el ánimo tan excitado, no lograríamos concentrarnos nunca en nuestras labores cotidianas, seríamos incapaces de hacer algo hasta el final. En cierto sentido, sería como vivir todo el rato con el corazón alborotado, con la sangre demasiado caliente. La presencia constante de esos referentes, de esos monstruos de estela inalcanzable, nos obligaría a compararnos una y otra vez con ellos, nos impediría llevar una existencia en los confines de la serenidad. Por eso, es un alivio que suceda. Es un descanso que, a partir de cierto instante, la imagen de esos hombres y mujeres por los que sentimos devoción se desvanezca del todo como un reflejo en el agua.

Pero es verdad que hay excepciones. A veces, hay alguien que no se va. Querríamos que lo hiciera. Por los motivos que he mencionado antes, desearíamos que nos dejara de una vez y, sin embargo, ella o él insiste en quedarse con nosotros, en seguir colgado en la pared de todos los cuartos, de todas las salas y de todas las estancias por las que pasamos.

Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me.

In the jingle jangle morning I'll come following you.

Sí, claro, en mi caso es Dylan. Pero lo que me importa ahora no es nombrarle de nuevo, presumir de ídolo, qué estupidez. No, lo que me interesa ahora es recordar por qué continúa ahí, a la mañana siguiente de todas las edades, con la misma perseverancia que el dinosaurio de Monterroso.

Referirme a su música es una obviedad. Decir que es el mayor artista de todos los tiempos, que con sus melodías, sus letras, sus libros, sus cuadros, sus dibujos, sus programas de radio, sus esculturas de hierro o sus diseños ya ha dejado atrás a Shakespeare, a Da Vinci y a Picasso, también es algo evidente. No, no es sólo eso. El asunto no termina ahí. Lo principal son otros aspectos que acompañan su figura. Son los principios éticos por los que se mueve, esas pautas de comportamiento que le inculcó un viejo músico de folk, No fear, no envy, no meaness. Es su astucia para apartar su vida y la de su familia de la atención mediática. Es su destreza para ser al mismo tiempo una personalidad condecorada y un alma solitaria, I don´t want to be one of the crowd. Es su habilidad, I´m not there, para despistar a todos los que intentan encasillarle en un estilo, en una filosofía, en una religión, en una ideología, en cualquier perfil. Es esa elegancia para realizar en silencio, sin aspavientos ni publicidad, acciones altruistas que otros proclaman a voz en grito. Es esa intuición para saber a qué distancia debe mantenerse a los demás, a la gente en general y a los fans en particular, con el fin no ser devorado por ellos o de no matarlos de amabilidad.

Eso es, en definitiva, lo que convierte a Dylan en alguien diferente, lo que hace que a muchos de nosotros nos cueste desprendernos de él. A mí me gustaría haberme librado de su sombra en algún momento, pues de ese modo habría una obsesión menos en mi cabeza. Sin embargo, me resulta muy difícil, sobre todo desde que es Premio Nobel de Literatura. Y si no logro olvidar a este señor casi nunca, mucho menos en su cumpleaños. Ahora, el 24 de mayo de 2021, ha cumplido 80. Es eso lo que celebro aquí, con estas líneas, la larga vida de Mr. Tambourine man.

Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me.

In the jingle jangle morning I'll come following you.

El autor es escritor

A medida que nos hacemos mayores, cambiamos de hobby, nos dedicamos a otras cosas en nuestras horas libres o empezamos a saber lo suficiente de esos ídolos como para desmitificarlos