icen que en una guerra todos pierden. Pero eso no es cierto del todo. Pierden los países en contienda, en este caso Ucrania y Rusia. Pierden también los países con relaciones comerciales con Rusia y Ucrania. Prácticamente todos los países europeos verán frustrados sus planes de recuperación tras la pandemia.

¿Pero perderán esos ricos que durante la crisis de 2008 primero y con la pandemia a continuación han visto crecer su riqueza mientras los demás nos empobrecíamos? Todo indica que volverán a incrementarla.

Por lo tanto es poco preciso decir que pierden los países. Perdemos los ciudadanos de a pie de los países. Mientras a nosotros se nos pide que "bajemos la calefacción" o que nos "preparemos para momentos difíciles", esa elite husmea ya el ambiente buscando oportunidades para seguir ganando dinero.

¿Cómo lo harán? Seguramente invirtiendo en eso que llaman economía de guerra, o sea armas y tecnología, en gas y petróleo, en productos que escaseen... pero no sólo: Los bancos que invertirán nuestros ahorros en esa economía de guerra con créditos de bajo riesgo, bajo siempre que la guerra no pare. Se comprarán con los beneficios un enorme pedestal desde el que seguir mirándonos mientras nos siguen arruinando y echando el anzuelo para que les pidamos un crédito cuando a ellos -no a nosotros- les venga bien.

Por muchos intereses que haya en contra, hay que acabar con ella porque esta guerra no solo es tan inhumana y descarnada como las de Iraq, o la de Siria, o la de Yemen o el Darfur... sino porque podría acabar con todos nosotros. Negar el riesgo de que esto derive en una tercera guerra mundial -incluso nuclear- solo porque es impensable, es vivir en el mundo de Yupi. Va dirigido a quienes llaman happyflowers a los que buscamos bienestar y progreso para todos.

Incluso sin llegar a eso, una guerra prolongada sería la puntilla para el problema climático. No solo porque lo que la máquina bélica contamine -desde su fabricación y transporte hasta su utilización para matarnos entre nosotros-, sino porque los recursos del estado y las inversiones privadas irán al armamento, dejando la Agenda 2030 española y el Green New Deal europeo en un muy segundo plano, o peor, en un "quita que molestas". Nadie hablará ya de la descarbonización. Más bien se empieza a hablar del fracking para seguir quemando petróleo.

Cada día que pasa Putin refuerza su posición frente a Ucrania con más sangre y más destrucción, en un afán de mostrarse fuerte. Tras el horrible daño que ya ha causado, poco pesarán las posibles razones que un día tuviera con el innegable acoso de la OTAN o los problemas de los prorrusos del Donbass. De modo que si sus razones pierden peso tendrá que compensar con miedo.

¿Y qué hacemos para debilitar a Putin? Sacar a bancos rusos del sistema SWIFT bancario. Tal vez confiscar algún yate o bloquear las cuentas bancarias de algún oligarca ruso en Europa. Estados Unidos deja de comprar petróleo a Rusia.

El único resultado es que cientos de empresas pequeñas y medianas sufren fatalmente el cese abrupto del intercambio comercial con Rusia, con rusos que no quieren la guerra ni influyen en Putin. Queremos presionarle oprimiendo a un sinfín de personas que poco pueden hacer a corto o medio plazo para llegar siquiera a molestarle. Y, como daños colaterales, hundimos también en la miseria a millones de ciudadanos europeos, que sufrirán más cuanto más dure esto y más pobres sean.

Las grandes empresas que cierran en Rusia sobrevivirán a costa de cerrar negocios y de despidos masivos, y, de paso, se protegen de posibles disturbios. Y entretanto, Europa sigue comprando gas a Rusia, unos 600 millones de euros al día. Bonita forma de presionar. De hecho, es al revés: es Rusia quien puede presionarnos amenazando con cortar el suministro.

¿No conseguiríamos más acorralando a su equipo de oligarcas que monitorean con él diariamente la evolución de la masacre en Ucrania? Ellos son quienes tienen el poder económico de mantenerla y el de pararla. Y con ellos unos pocos miles de millonarios.

Según los economistas Paul Krugman y Thomas Piketty, que lo han dejado muy claro en sus artículos publicados estos días en la prensa nacional, es posible y legal, y además tremendamente oportuno.

Según dicen, en el año 2015 la fortuna que los oligarcas rusos acumulan fuera de Rusia equivale al 85% del PIB total de su país. Vamos, que la mayor parte del dinero ruso no está en Rusia, está a nuestro alcance. Bloquear el acceso a esos fondos de multimillonarios presionaría de verdad a Putin mucho más y mucho antes que el bloqueo de la economía del pueblo ruso en general. Y no tendría las nefastas consecuencias actuales para los ciudadanos europeos. Estaríamos hablando de un ataque financiero de precisión empezando por el equipo de Putin.

Pero hacerlo tiene dos inconvenientes: por un lado, según Krugman, "hay bastantes personas influyentes, tanto en los negocios como en la política que comparten profundos enredos financieros con los cleptócratas rusos" y, por otro, "será difícil perseguir el dinero ruso blanqueado sin complicarles la vida a todos los que practican el blanqueo, sean de donde sean".

Dicho de otra forma, para bloquear el dinero ruso habría que poner en la palestra a personalidades occidentales de los negocios y la política que infringen la ley, y a expertos en blanquear dinero, ya fueran rusos o no. ¿A quién le importaría? Es evidente que no solo a los implicados, sino, en general, a los de su clase: deslumbrantes hombres de negocios y políticos de altura del mundo democrático occidental que prefieren ver a cientos de miles de ciudadanos sufrir antes que ver cómo se detiene y juzga a algunos de los suyos.

Sin embargo, esta interesantísima intervención financiera no es objeto de debate en ninguno de los interminables programas de radio y televisión que hablan de la invasión de Ucrania y desde los que nos mentalizan para que nos resignemos a una guerra imposible de evitar, al tiempo que atacan sin piedad a quienes queremos acabar con esta guerra cuanto antes. Tenemos una posible solución, se llama negociación. Y una baza decisiva poniendo su dinero fuera de su alcance para obligarles a frenar sus ataques y debilitar su posición para negociar. ¿Por qué no lo hacemos?

Con la guerra, prácticamente

todos los países europeos verán frustrados sus planes de recuperación tras la pandemia

Cada día que pasa Putin refuerza su posición frente a Ucrania con más sangre y más destrucción, en un afán de mostrarse fuerte