Un sentido texto, escrito hace unos años por la nieta del concejal republicano de Pamplona Don Amadeo Urla que fue fusilado en Valcardera, un día de agosto de 1936, por defender su ideario republicano, decía así: “¡La República! Corre por las calles de Pamplona un aire de libertad. El gran sueño nuestro por la democracia, por la justicia, por la igualdad de las mujeres y la creatividad del espíritu humano. Se oyeron voces que no habían hablado nunca. Se corre. Se grita. Se ríe con incredulidad. Se toman fotos. Se sale a la calle. Detrás de las puertas cerradas ya se están formando las listas negras”.

Es la evocación emotiva de aquella II República, el régimen democrático que existió en España a partir del 14 de abril de 1931, fecha de su proclamación, en sustitución de la monarquía del títere borbón llamado Alfonso XIII, y que un grupo de malandrines militaristas terminaron con ella del modo más ruin y anticonstitucional.

Precisamente, el día 13 de mayo de 1931 se reunieron en la sala capitular de la Casa Consistorial para celebrar sesión ordinaria los miembros de la Comisión Gestora Provisional del Ayuntamiento. Entre ellos se encontraba Don Amadeo Urla. En dicha sesión se dio cuenta de una carta de Fermín Istúriz, que propuso “el arreglo del gigante primero de la comparsa”, añadiendo que “en sustitución de la Corona Real que antes llevaba se le coloque en la mano derecha un pergamino con la inscripción “Paz y Trabajo” y “en la cabeza una Corona de Laurel, símbolo de la victoria y en la mano izquierda un ramo de olivo, símbolo de la paz”. También se acordó que se añadiese a la propuesta de Istúriz “el cambio de la inscripción del pergamino por algún consejo para los niños”.

Y se acordó la modificación del escudo, emblema del Ayuntamiento, y los sellos de las distintas dependencias. Cambio de gobierno, simbología nueva. Lo habitual.

Al mismo tiempo, entre los expedientes resueltos por la Diputación figuró el siguiente: “En consideración al cambio de régimen que se ha efectuado en la Nación, la Diputación acordó para lo sucesivo en todos los signos oficiales de la Provincia en que figure el escudo de armas de Navarra, sea sustituida en este la Corona Real por corona mural, quedando modificado en este sentido el acuerdo de 22 de enero de 1910, en el que se adoptó el modelo de dicho escudo. Para usar el mencionado escudo de armas de Navarra en membretes, marcas y banderas, hagan en el mismo la modificación que queda indicada”.

El jueves 11 de junio de 1931, Eladio Esparza, desde las páginas de Diario de Navarra, en su columna Postales, se revolvía contra estas medidas con estas palabras: “No comprendo la simbolofobia del Gobierno de Navarra. Destruir un símbolo es como degollar a un pájaro muerto. El símbolo debe ser intangible. Nunca sustituirse. Navarra es de estirpe real. Le correspondía ese símbolo. Se lo ganó con la sangre de sus hijos. Y ahora desaparece esa corona (la suya) y le endosan otra que no es suya. Porque la corona mural no toca pito alguno en nuestro escudo. La república no puede liquidar Navarra y Navarra es Corona Real, aunque Navarra viva en república”.

Lo más curioso es que en la Plaza de Toros de Pamplona en lo más alto de su fachada principal el emblema de la II República española seguía impertérrito sin que un Esparza de ocasión hubiese arremetido contra él. Y hay que hacer constar que dicha plaza fue construida antes de la II República y que, paradójicamente, dicho escudo republicano ha sobrevivido intacto durante la dictadura franquista y el periodo llamado democrático. Quizás, el follaje con el que habitualmente cubre dicho símbolo haya sido la causa del despiste morrocotudo del franquismo, dejando que un emblema de ese calado siguiera sin inmutarse lo más mínimo. Nunca hubo una palabra en contra. Anteriormente, figuró otro escudo, siendo sustituido durante el bienio radical-cedista (1934-1936). Este escudo lucía una corona mural. Su cambio se hizo con el alcalde Tomás Mata y los trámites para adaptarlo al cambio de régimen los realizaron los organismos oficiales. Increíble el despiste.

Despiste o lo que sea. Porque, también, los hay que, en el centenario de la Plaza, han insinuado que el emblema pervivió gracias a una “decisión bondadosa de los que vencieron en la guerra para con los que la perdieron”. ¡Cuánta bondad, tras regar Navarra de miles de asesinados! ¡Como si las derechas dejaran pasar una en este campo!

¿Qué decir a todo ello? Importa poco saber cómo pudo aguantar el escudo republicano la fiereza corrosiva del sol y de la lluvia desde que el alcalde de Pamplona Tomás Mata –carlista y golpista–, dio la orden de colocarlo. Tampoco, los motivos que tuvieron los políticos de turno para esconder aquellos escudos que no les agradaban o que no les convenía exhibir. Menos aún, las boutades que pudiera esgrimir al respecto la calcomanía ideológica de Mata, Enrique Maya, si es que este, dadas sus múltiples actividades dedicadas a impedir cualquier avance democrático en la ciudad encuentra tiempo para pensar en ello. Las causas son siempre las mismas: “al enemigo ni una”.

Lo que interesa hoy es evocar la figura del ciudadano Istúriz y darle las gracias por proponer al Ayuntamiento de Iruña la transformación del Rey europeo en un ciudadano con sus derechos y deberes constitucionales, despojándolo de sus atributos reales impuestos por la sangre. Y agradecer, también, a aquella Diputación democrática por su puntualidad en la eliminación de la corona real de nuestro escudo y sustituirla por la corona mural popular, por mucho que le chinchase a E. Esparza que, a pesar de ser tan monárquico, nunca dijo una palabra contra el dictador.

Ninguno de los comentarios actuales interesados por los políticos fenicios de hoy podrá empañar la historia trazada por aquellos políticos republicanos que trabajaron al servicio del pueblo. ¿Que la siguiente tardará en llegar? Seguro. Mientras tanto recordemos a quienes sí creyeron de verdad en la II y murieron por ella.

Los autores son Víctor Moreno, Jesús Arbizu, Pablo Ibáñez, José Ramón Urtasun, Carlos Martínez, Laura Pérez, Txema Aranaz, del Ateneo Basilio Lacort