No sabemos si la bandera de Maya será la bandera de Navarra. Cada vez que alguien se refiere a la bandera plantada en la plaza de los Fueros, no dice la bandera de Navarra, sino la bandera de Maya. Y esto es preocupante.

Es probable que el alcalde y quienes le apoyaron en semejante gesta patriótica soñaron con que el patriotismo navarro y de las JONS aumentase unos grados exponencialmente y que, cada vez que un navarro subiese por la Avenida de Zaragoza y avistara su color en lontananza, le aumentaría su orgullo navarro con el mismo grado de intensidad que cuando marcha a Javier o consume espárragos o alcachofas con denominación de origen. Tal vez hoy, el doctor Samuel Johnson, llevado por estos ejemplos, su definición de patriotismo dejaría fuera de lugar a los crápulas y los sustituiría por los imbéciles. Nada menos que un mástil de acero inoxidable de 30 metros de altura con unas dimensiones de 8 por 12 metros. Con un presupuesto de unos 100.000 euros, incluida la cimentación, lo que sugiere que la cosa ha venido para quedarse hasta que vengan los otros y la devuelvan al cuarto de los trastos.

Es lógico aceptar que a Maya se le acuse de ser un desgarramantas económico gastando del erario una pedregada monetaria en algo que no da de comer, ni da puestos de trabajo, ni saca de la pobreza a ninguna familia desahuciada. También negó que su gesto fuese la consagración de un despilfarro escandaloso. En su defensa adujo los números malgastados en la Korrika y que nadie protestó. Así que Santas Pascuas eta Urte Berri On.

Claro que Maya pudo haber consultado al Gobierno de Gasteiz sobre el asunto. Le habrían dicho que en el portal de Foronda, se colocó una ikurriña de parecidas dimensiones a la navarra –dos metros menos– y ello para celebrar los 40 años de la capitalidad de Euskadi y, asómbrese el lector, costó ¡menos de 14 mil euros! Un sencillo gesto como haber preguntado a sus homólogos gasteiztarras a qué empresa de instalaciones de banderas encargó la elaboración y cimentación de dicho símbolo, hubiese conseguido ahorrar al erario pamplonés una buena cantidad de euros.

En cuanto a su baja sensibilidad social, todo es cuestión del cristal con que se miran estos desaguisados del poder más o menos absoluto. Un caso semejante sucedió en 1922 en la capital navarra a propósito de una subvención solicitada por un edil del Ayuntamiento para construir un campo de deportes para el esparcimiento deportivo de la ciudadanía.

En los previos de esa solicitud, el periodista Marcos Aizpún Andueza ya había puesto el dedo en la llaga de la indiferencia de las instituciones políticas de la ciudad con relación al deporte y a la educación física, denunciando además su cinismo, pues no tenían escrúpulo alguno en cobrar los impuestos correspondientes a los clubes sportivos por cada partido jugado. Así, cuando jugaron Osasuna y Real Unión en Pamplona, decía el bueno de Marcos Aizpun: “¡Y qué plácidamente sonreirán algunos de nuestros concejiles pensando en que el Ayuntamiento ingresa las pesetas sin poner bota ni alforja! Pero queridos, para todos sale el sol. ¡Ya hablaremos de cómo apoyan algunos entusiastas ediles la educación física y la propagación de los deportes en Pamplona!” (El Pueblo Navarro, 25.5.1922).

Al mes siguiente de estas palabras, el concejal nacionalista del Ayuntamiento de Pamplona Santiago Cunchillos Manterola, con el tiempo uno de los redactores del Estatuto Vasco en representación de Navarra, escribiría en El Pensamiento Navarro una diatriba contra Diario de Navarra por negarse este a apoyar su moción en favor de la construcción de ese campo de deportes aludido.

Suponer el fondo verdadero, que motivó la negativa del rotativo navarro para apoyar dicha moción es fácil de imaginar. De hecho, lo calificaba de un despilfarro que agravaría el déficit por el que atravesaba el Ayuntamiento. Nada más y nada menos que 104.000 pesetas. Un sentido capital.

El alcalde Tomás Mata Lizaso, carlista de postín, y su equipo municipal aprovecharon el argumento de Diario de Navarra para sostener que había otras necesidades más perentorias que atender, en especial una Casa de Socorros. Lo dicho: “había otros asuntos y servicios de interés general que están por atender o mal atendidos”. Además de enjugar un déficit que daba miedo (Diario de Navarra, 4.6.1922).

Al señor Cunchillos le reprocharía que “prescinde de estas cosas que importan más que el campo de deportes y se descubre francamente al quejarse del tono zumbón o irónico que empleábamos al tratar de semejante despilfarro, que es ni más ni menos lo que nosotros dijimos: una de patadas al zacuto municipal que no tiene fin”.

Ese año de 1922, la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Pamplona estudiaban crear la aludida Casa de Socorro con servicio permanente. Y lo hicieron, subvencionándola con 10.000 pesetas. Eso sí, su apertura, a pesar de su inminente necesidad se hizo en 1924.

Comparar este hecho con el de la bandera de Maya sugiere unas cuantas reflexiones acerca del uso demagógico del poder y las necesidades del ciudadano, pero no quitemos al lector este gusto. Adelante.

*Firman este artículo: José Ramón Urtasun, Víctor Moreno, Jesús Arbizu, Clemente Bernad, Carlos Martínez, Txema Aranaz, del Ateneo Basilio Lacort