Algunas de las democracias más avanzadas del mundo son repúblicas. Adoptan otras la forma monárquica. Históricamente se han esgrimido algunas razones de peso, tanto a favor de una como de otra. Por otra parte, ambas opciones pueden gozar, simultáneamente, de un amplio apoyo entre los electores. Esta conjunción de factores ha producido que, en la práctica, en Europa haya habido una lenta aproximación entre las dos posturas. Hace ya mucho tiempo que los monárquicos aceptaron la democracia y el sufragio universal. También, en algunos países, la igualdad entre hombres y mujeres. Hay que poner de manifiesto que no aun en España. El artículo 57.1 de la Constitución sigue estableciendo la primacía de los varones sobre las mujeres. Esto en la práctica no supone un problema, ya que el rey Felipe VI tiene dos hijas. Pero resulta incomprensible que el PSOE y el PP no hayan resuelto ya esta situación, pese a que no exista un problema de fondo (nota: lo mismo les sucede con el artículo 49, que alude a los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, en vez de llamarlos discapacitados). Por otra parte, los miembros de las familias reales pueden casarse con plebeyos, sin que ello afecte al orden en la sucesión a la corona. Atrás quedó la noción del matrimonio morganático. Los españoles aceptan con absoluta indiferencia que las infantas, tras su primer apellido Borbón, lleven un Ortiz.

Pero también en el campo republicano ha habido renuncias. A muchos les disgusta el exceso de pompa y boato, su connotación clasista. Pero en todos los países del mundo hay quienes los valoran. De hecho, repúblicas que en principio eran radicalmente igualitarias y tenían un marcado carácter antinobiliario, los generaron con posterioridad. Es lo que sucedió en Francia o en la URSS, donde establecieron sistemas muy potentes desde un punto de vista simbólico. En la práctica, es este el aspecto de las monarquías que más le gusta a un sector de la población. Todo ello ha llevado a que, mayoritariamente, se valore la función simbólica de la corona. Isabel II del Reino Unido (una maestra en la materia) lo ejemplifica muy bien.

Pese a ello, hay un punto central en el que para los republicanos no hay cesión posible: el que a la Jefatura del Estado se llegue por herencia. El artículo 57.1 de la vigente Constitución Española lo establece claramente, para los sucesores de Juan Carlos I. Además esto sucede de forma automática, con el único requisito de prestar juramento (art. 61.1). Hubiera sido más adecuado que el nombramiento como rey o reina fuera mediante acuerdo de las Cortes Generales (que podrían cesar también al monarca). Esto dejaría claramente fijado el principio de la soberanía popular.

Por otra parte, puede ser comprensible que a una parte de la ciudadanía le guste mas -desde el punto de vista estético y de la tradición- que en España al jefe del estado se le denomine rey. Pero se plantea aqui una cuestión adicional, más compleja. ¿Por qué la corona tiene que ser ostentada por la familia Borbón? (cuyo blasón, dicho sea de paso, continúa presente en el escudo de España).   Cabría establecer una monarquía electiva. Existen algunos ejemplos. Polonia la tuvo hace siglos. El Vaticano, en cierta forma lo es también. Recordemos, asimismo que, nada menos que el año 1810, los suecos decidieron entronizar a un plebeyo, el mariscal de Napoleón, Jean Baptiste Bernadotte, cuyos descendientes siguen en el trono. Incluso el artículo 57.3 de la Constitución Española establece: “Extinguidas todas las líneas llamadas en Derecho, las Cortes Generales proveerán a la sucesión de la Corona en la forma que más convenga a los intereses de España”. Por otra parte, curiosamente, entre algunos de los monárquicos más acérrimos se ha introducido también un factor de elección. En el seno del carlismo ha habido diferencias con quienes defienden que los pretendientes deben mantener también una posición de integrismo católico, lo que les lleva a rechazar al llamado por el orden de sucesión, para los catalogados como liberales. Hace unos años Hervé Pinoteau, uno de los ideólogos del monarquismo francés (con el que había coincidido en algunas actividades organizadas por la Institución Fernando el Católico o la RAMHG), me escribió indicando que podría ser rey de Francia un monarca muy cristiano, pero no perteneciente a una dinastía reinante, un “hombre nuevo”. Debido a este punto de vista, no tenía inconveniente en que el candidato al trono de Francia propugnado por su grupo fuera biznieto del general Franco.

Supongamos que las Cortes Generales nombraran reina de España a una hipotética María García, catedrática de Historia o Bellas Artes (podría incluso serlo de Química) quien, debido a sus muchas prendas personales, fuera capaz de generar un amplio consenso. Contaría además con un notable apoyo entre esos 1.455.085 españoles (según indica el Instituto Nacional de Estadística con fecha de hoy) que tienen García como primer apellido. Sería como un cambio de dinastía, capaz de conciliar, las posiciones de la mayoría de los republicanos y monárquicos. Por cierto, podrían presentarse al proceso selectivo también las infantas Leonor y Sofía. Parece que las mozas están recibiendo una buena educación y, probablemente, serían capaces de desempeñar bien el cargo. Pero en todo caso es preciso que los ciudadanos tengan el derecho a optar entre monarquía y república. Si en las urnas se impusiera la primera, habría que determinar si la voluntad mayoritaria es proclive a introducir cambios en el sistema.