Los derechos del ser humano como el de la vida, del honor, de reunión, de manifestación, de defensa de la propia lengua, de desarrollo intelectual integral, incluido el acceso a la transcendencia y otros, son derechos individuales, pero, al mismo tiempo, sólo pueden ejercerse en colectividad social, familiar nacional o estatal.

Los humanos con la propia vida vegetativa y sin posibilidad de renunciar a dicha evolución van desarrollando el entendimiento, la razón, la abertura a la transcendencia y la sociabilidad.

Hay conjuntos sociales que germinan, se desarrollan y maduran de forma vegetativa y natural, guiados por los gérmenes que el propio ser humano conlleva. Y algunos de estos son el matrimonio de dos humanos sean del mismo o de distinto sexo, la familia y la tribu, la reunión de familias y las naciones.

Sin embargo, no es fruto necesario de un desarrollo natural el casarse, el pertenecer a un partido político o a una asociación religiosa ni ser nacionalista porque son opciones voluntarias de pertenencia a un proyecto solidario. La iniciativa humana puede promocionar otras asociaciones voluntarias como las amistades, la pertenencia a un partido político o a una religión y a un estado.

La familia y la nación son estructuras sociales naturales, instintivas y propias, mientras que las religiones y los estados son estructuras sociales conformadas con arte y ciencia, por lo que no son formas definitivas ni unívocas. Más aún, los intereses económicos de las religiones, de los partidos políticos y de los estados han sido y siguen siendo hoy día los causantes de todas las guerras.

Hay factores que pueden enturbiar y aun impedir la consolidación de una nación como son los partidos políticos y las opciones de una determinada forma de religión.

La consolidación de la nación española, desde el tiempo de los Reyes Católicos, y por una pésima orientación contrarreformista de los mismos, derivó en la exclusión de grupos humanos que sociológicamente le pertenecían desde hacía siglos como propias naciones integrantes como la catalana, la gallega, la vasca, y cuya negación, expulsión o conquista motivó la consiguiente exteriorización como fue la nación sefardí y la nación navarra.

En efecto en 1492 la comunidad judía española fue expulsada de la Corona de Castilla por no querer convertirse al catolicismo. Salieron de Castilla sólo con lo puesto, y muchos de ellos se establecieron en el norte de África. Este decreto de los Reyes Católicos que querían crear una nación española sin mezcla de otras naciones como los judíos, los árabes de Ándalus o los navarros del reino de Navarra, y bajo una única religión, la católica amparada por la Inquisición, suponía la expulsión de la presencia árabe, judía, vasca o navarra de miles de años de convivencia.

Árabes, judíos y navarros expulsados de la península se desperdigaron por diferentes territorios europeos, africanos y americanos pero no dejaron por eso de pretender ser una nación, independiente de la española, que en efecto sólo nacería a la muerte de la reina Juana la Loca. Miles de árabes, judíos y navarros consolidaron su propia nación transmitiendo de generación en generación una historia y una tradición latentes.

La nación española ha resarcido la injusticia con los sefardíes con el pobre ofrecimiento de ser miembros de la nación española. Los españoles, con su decreto-ley 893 de 2015, creyeron que el mayor regalo que podían hacer a los pueblos expulsados era la donación automática y gratuita de su nacionalidad española, como si ésta fuera la panacea integral y el camino de un pasaporte europeo.

Pero en su cerrazón nacionalista pusieron además como condición la firma de la solicitud, la exigencia de vinculaciones con la nación española con un examen de conocimientos constitucionales y socioculturales españoles y un nivel notable de sabiduría del castellano acreditado por el Instituto Cervantes. Y además, para demostrar la ascendencia sefardí, era conveniente la presentación del árbol genealógico.

Pero los sefardíes, los árabes, los vascos y los navarros lo que necesitan es que les restituyan su más preciado tesoro que es el reconocimiento de ser nación. Estos pueblos, después de cinco siglos, tienen derecho a sus tradiciones, costumbres, vínculos culturales y emocionales. No les interesa la concesión de la nacionalidad española y sefardí, española y árabe, española y vasca y española y navarra. Sino simplemente el reconocimiento de la nación sefardí, árabe, catalana, gallega, vasca o navarra.

El autor es catedrático senior de Universidad