“El cinco de agosto, a las ocho, la niebla cubría la ciudad. Liviana, en absoluto estorbaba la respiración y se presentaba bajo apariencia singularmente opaca. Parecía, por otra parte, teñida de azul con verdadera intensidad”. No siendo el cinco, pero sí el ocho, y no de agosto, pero sí de septiembre, el mundo se encogía con la noticia de la pérdida de la reina Isabel II, monarca de Inglaterra y de 15 países de la Commonwealth desde hace más de 70 años.

Desde Reino Unido la noticía del fallecimiento de la reina “Lilibet”, hacía correr un murmullo popular entre los países que, todavía, guardan en sus “debes” soberanos como ella. “No me preocupa haber perdido el trono porque dentro de unos años en el mundo solo quedarán cinco reyes: los cuatro de la baraja y la reina de Inglaterra”. Allá lejos quedan ya estas palabras del rey de Egipto Faruk, cuando en 1952 perdió el trono a manos de uno de sus generales.

La reina Isabel II fue coronada en 1952 con tan solo 26 años, y comenzó a dirigir el país con cerca del 80% de la aprobación de sus ciudadanos, debido en parte al papel que había adquirido durante la Segunda Guerra Mundial en defensa del Reino Unido. En la ONU, trabajó en campañas de ayuda humanitaria por desastres naturales y otras emergencias, haciendo que Ban Ki-moon la llamara “símbolo vivo de gracia, constancia y dignidad”.

“Fue cayendo en capas paralelas. Al principio cabrilleaba a veinticinco centímetros del suelo, y los caminantes no podían verse los pies. Una mujer que vivía en el número 22 de la Rue Saint-Braquemart, dejó caer la llave en el momento de entrar en su casa, y no la podía encontrar. Seis personas, entre las que se contaba un bebé, acudieron en su ayuda. Entretanto, a la segunda capa le dio por caer. Y se pudo encontrar la llave, pero no al bebé”. Y es que claro está que la niebla también se hechó sobre ella y su familia. Desde la muerte de Lady Di, hasta el escándalo de su hijo Andrés en el caso Eipstein, la figura de la monarquía en Reino Unido, en muchos casos, fue muy criticada, hasta el punto en el cual muchos de los ciudadanos no creían, como tal, en esa ella, sino que se convirtieron, por qué no decirlo, en más Isabelistas que Isabel.

El cambio de soberano abre un horizonte nuevo. La respuesta social puede ir por dos vertientes totalmente diferenciadas que podrán extenderse al resto de países que aún guardan figuras similares. ¿El apoyo a Carlos III, como se hace llamar, será el mismo que el de su madre o, por contra, veremos el final de una de las casas reales más afianzadas del mundo? Además, con este acontecimiento, en países como Nueva Zelanda crece el rumor de realizar un referendum y salirse de la Commonwealth. Es el momento de tomar decisiones.

“Al cabo de un tiempo, la radio anunció que los sabios estaban constatando una regresión regular del fenómeno, y que el espesor de la niebla aminoraba de día en día. (…) Y cuando la niebla se disipó, según indicaron los aparatos detectores especiales, la vida siguió felizmente su curso pues todos se habían hecho arrancar los ojos”. Este realto del escritor francés Boris Vian, relata la historia de una ciudad en la que el un día, y sin que los metereólogos hayan acertado a predecirla, se instala una niebla tan densa que los habitantes no pueden ver más allá de uno o dos centímetros. El espacio es una densa nube del color de la leche, a la que no sólo comienzan a acostumbrarse sino que les hace perder toda inhibición. Pero un día, la niebla se disipa y, tomados por una vergüenza por los actos cometidos, algunos de ellos se quitan la vida. Rápidamente la ciduadanía reúne a un consejo de sabios y deciden volver a ese estado feliz de invidencia, y decretan quitarse los ojos. Ahora bien, ¿qué ocurrirá con la monarquía en Reino Unido? ¿Se quitarán los ojos y seguirán con ella o abrirán nuevos horizontes? ¿Y en el resto de países?

El autor es comunicador audiovisual