Antes de nada y para evitar equívocos señalar que Ona (buena en euskera) es, era, una perrita no una persona.

Era mi perrita, una Cotón de Túlear blanca preciosa y nos dejó el pasado domingo 1 de octubre de manera sorpresiva. Quizás eso haya sido lo más impactante y doloroso, la sorpresa de la pérdida.

Siempre resulta complejo escribir una reflexión en primera persona, más aún si lo que ponemos al desnudo son sentimientos en una época donde el pudor hacia lo físico se ha perdido, pero en la que se conserva celosamente para lo de dentro de uno mismo.

Resulta mucho más fácil hablar de la guerra en Ucrania, el IPC, Euribor, la crisis, las tensiones políticas o el cambio climático, por muy duro que esto suene, que de lo que nos ocurre.

Ona era digo una perrita pequeña, frágil, apenas 4,5 kilos de pelo blanco como la nieve, pero llenaba todo, y esta mañana me doy más cuenta aún. Llegó a mi vida allí por febrero de 2014.

Hasta su llegada yo era contrario a los animales de compañía en un mundo donde se les dedica más cariño que a las personas. Me sentía más de gentes que de animales.

Ella se encargó en muy poco tiempo de desmontarme esa idea, de acabar de raíz con mis prejuicios. Me hizo entender que algo tan frágil podía generar tal caudal de sentimientos hasta llenarte al límite.

También que son capaces de preservar sentimientos y sensaciones en vías de extinción en la sociedad actual. Lealtad sin condiciones, sinceridad, honestidad, alegría sana, generosidad, sensibilidad, bondad.

En el momento de escribir estas líneas me vienen tantos momentos imborrables, cómo corría a la puerta plena de alegría a recibirme, o te llamaba la atención, siempre con el máximo cuidado, para que jugaras con ella, sus pasos, su corretear, sus lametones como besos llenos de ternura, y sobre todo su mirada de amor, esos dos puntos negros que se clavaban en ti y que se añadían al de su nariz haciendo un triángulo casi perfecto.

Nuestra complicidad, pasábamos muchas horas juntos, incluso le hablaba, contaba mis confidencias, alegrías y tristezas consciente de que no estaba loco al hacerlo y sobre todo que no estaba solo. Quiero pensar que me entendía.

Ahora me viene esa mirada profunda en nuestro último viaje en taxi a la clínica veterinaria, con la que ahora entiendo me dijo tanto. Me voy, no te alejes, quiero estar a tu lado en estos últimos instantes, gracias por el cariño que me has dado, recuérdame siempre, he vivido feliz estos años….

Al recordarlo me viene la congoja, las lágrimas incluso a borbotones que no solté con mi padre, tampoco con mi querido hermano. La he llorado en estas horas bastante más que a ellos y eso me causaba una cierta zozobra. ¿Acaso cometía el mismo error que tantas veces denuncié y critiqué? ¿Sentía más dolor por un animal de compañía (acertada definición) que por seres queridos?

Luego más tranquilo he entendido que en ambos casos yo sabía que el final llegaba, uno por la edad, otro por una cruel enfermedad y después de su muerte tenía que dar la cara para llevar adelante todo, y lo de Ona me ha llegado sin avisar, de improviso.

Ona, mi querida perra, me ha enseñado mucho estos últimos 7 años, mucho, en un momento de mi vida donde pensaba lo tenía ya todo aprendido. Me ha sorprendido que un animal, y encima tan pequeño, fuera tan sabio.

A ser más bondadoso, generoso, cuidadoso, incluso paradójicamente más humano. O por ejemplo ahora a llorar de pena y cariño por un animal. Jamás lo habría pensado, quién me lo iba a decir.

Estaba equivocado, no me avergüenza reconocerlo, a los animales se les quiere, se les llora, se les añora mucho, muchísimo. Me equivoqué con mi intransigencia y mi falta de empatía, lo afirmo sinceramente sin temor a los palos que pueda recibir.

Quizás si aprendiéramos de ellos muchos de los conflictos entre humanos se resolverían, o simplemente no existirían.

Por ejemplo, nunca te guardan rencor, siempre y cuando les trates con el cariño y respeto que le he tratado a ella. No entiendo, jamás entenderé a quienes maltratan a personas, pero mucho menos a quien lo hace con los animales.

Adiós, agur, adeu Ona, duele mucho hoy tu ausencia, jamás te olvidaré y seguro que en algún lugar imaginario estarás jugando como te gustaba con mi hermano Javi. Cuídalo como me cuidabas a mí y espérame para después hacerlo conmigo.

Que sepas que te he querido y cuidado, te quiero y te querré siempre.

El autor es exparlamentario y concejal del PSN-PSOE