Un dicho habitual dice que somos lo que comemos. Sí: el tipo de alimentación que llevamos influye de forma fundamental en nuestra vida. Todos los expertos nos dicen lo que debemos hacer para estar más sanos: seguir la dieta mediterránea, no fumar, beber lo mínimo y hacer deporte. En este sentido, es impresionante la gran cantidad de revistas, libros o espacios de salud que existen para fomentar la buena vida. Muchas veces da la sensación de que si nos informamos sobre este asunto vamos a estar mejor, y sin embargo lo que importa son los hechos: la dificultad para cerrar la brecha entre la intención (perder peso, ir a pasear al bosque) y la acción es gigantesca.

Existen tres indicadores asombrosos que sirven para predecir la calidad y cantidad de vida. En primer lugar el número de amigos que tenemos. A más vida social, mejor. En segundo lugar, la hora a la que nos levantamos. Conforme lo hacemos más temprano, mejor. ¿El motivo? Eso indica entusiasmo y ganas de realizar actividades. En tercer lugar, la velocidad a la que andamos. La razón es la misma que la anterior. Respecto de andar, una sorpresa: existen observadores que deducen la situación vital de una persona sólo con verlas caminar, y lo hacen de forma muy aproximada. Así que podríamos sustituir el dicho inicial por somos como andamos. No obstante, también somos lo que decidimos, somos lo que pensamos o somos lo que hacemos. Conclusión: somos lo que somos. Punto.

Un investigador social tendría un problema de causalidad: ¿tenemos muchos amigos porque nos cuidamos y nos sentimos más atractivos? Se debe estudiar el sentido contrario; podría ser que al tener muchos amigos deseemos tener mejor imagen y nos cuidemos más. Sea de una u otra forma, la influencia de la plasticidad cerebral está fuera de dudas. Entre los 18 y los 20 años todos nuestros hábitos, sean buenos o malos, se convierten en necesidades. Puede ser la lectura, el deporte, el tabaco o el alcohol. Riesgo adicional: es más fácil pasar a un hábito que nos aporte comodidad antes que realizar un esfuerzo. Estamos programados para ahorrar nuestra energía.

Hábito clave: la alimentación. Problema clave: la inflación. La subida de precios es heterogénea: las frutas y la verdura han aumentado más que la bollería o el chocolate. Cuidado, ya que eso nos puede llevar a un problema que existe en Estados Unidos: las clases sociales segmentadas...por la forma en la que comen. Para comprender mejor la idea necesitamos conocer un concepto epidemiológico: la falacia ecológica. Estudiemos la relación entre los países según su nivel de riqueza y el índice medio de masa corporal (IMC). El IMC se calcula dividiendo el peso en kilogramos por el cuadrado de la altura en metros. Se considera que una persona tiene sobrepeso si este índice es superior a 25; si es superior a 30 estaríamos en obesidad, mientras que si es inferior a 18 el problema sería de falta de peso.

Tal y como cabía esperar, si un país es más rico el IMC aumenta. Sin embargo, dentro del país las cosas cambian. En Estados Unidos, si hacemos el mismo estudio tomando como unidad de medida cada persona (se valora su renta y su IMC; antes la unidad de medida era el país) se observa una relación inversa. A más riqueza, el IMC disminuye. ¿Cómo se explica? Muy fácil: comer sano es caro, comer insano es barato. Las clases más bajas no pasan hambre, pero no les sobra el dinero. En consecuencia, comida fácil. Además, debemos añadir dos problemas adicionales.

El primero, existen muchos tipos de alimentos que generan adicciones. ¿A quién no le ha pasado que ha comenzado a comer algo y después cuesta horrores parar? Hay tantos gustos como personas, pero el chocolate, algunas patatas fritas o bebidas azucaradas alcanzan niveles de dependencia semejantes a los que se pueden tener con el alcohol o el tabaco. Poco se debate este asunto. ¿Intereses creados?

El segundo, la segregación llega a tal nivel que en algunos barrios de grandes ciudades norteamericanas es muy difícil tener la posibilidad de comprar comida saludable. Existen supermercados en los que ni siquiera existen las frutas y las verduras: no es rentable el producto fresco ya que requiere menos tiempo de exposición. Un caso extremo se da en México: en algunas zonas la falta de suministro de agua hace que las personas sacien su sed… con soda.

Una peor alimentación supone una vida menos sana, menos completa y lo que preocupa a muchos políticos: más gasto sanitario.

¿Se tomarán medidas para evitar la segregación por alimentación?

Economía de la Conducta. UNED de Tudela