Ficción y realidad se funden en este título que dejaría perplejo al propio John Le Carré, viendo cómo su personaje de ficción (Alec Leamas) cobra vida en otro espía de carne y hueso que vino al mundo en la aristocrática San Petesburgo, y que desde edad muy temprana aprende las malas artes de la conspiración y la violencia en las filas del KGB, iniciando sus pinitos en la ciudad de Desdre, Alemania Oriental, con el telón de fondo de la guerra fría.
Me imagino al joven Vladimir devorando las novelas de Le Carré, entre clase y clase de Derecho, metiéndose pronto en el papel, a la par que buceando en la historia de la Rusia imperial, citada para bien y para mal por los grandes autores rusos como Tolstoi, Dostoyevski o Chejov, tomando pronto partido por la Rusia del esplendor, zarista o soviética, eso da igual, pues al fin y al cabo ambos regímenes buscaban el expansionismo ruso para mayor gloria de la patria, sometiendo a toda la periferia bajo su dominio, desde los Urales al Cáucaso, desde el Báltico hasta el Mar Negro. Este ha sido el estigma que ha guiado los pasos de la épica rusa y de sus grandes líderes, desde Pedro el Grande hasta Stalin.
Vladimir fue testigo privilegiado del descalabro de la Unión Soviética, como de la caída del muro de Berlín, y eso más pronto que tarde le llevó a coger el testigo del Soso (apodo de Stalin) para hacerse cargo de los destinos de la patria, aprovechando el vacío de poder propiciado por el locuaz Yeltsin y su desastrosa derrota en Chechenia, apoyándose en los oligarcas, la élite militar, y, por supuesto, la KGB.
Llegado a la cúspide del poder quedaba lo más difícil, consumar su sueño de revertir a Rusia al lugar que la historia le había dejado de lado, la Unión Soviética, una tarea nada fácil, endulzada en parte por los descubrimientos de gas y petróleo que inundaban toda Siberia, pero en lugar de invertir sus ingentes ingresos en modernizar la industria y procurar el bienestar de la población, cometió el mismo error que Felipe II con el oro de América, destinado a ampliar sus ejércitos y construirse la Armada Invencible para dominar Europa, montando así la primera piedra que le llevó a convertir al Estado español en un país de tercera fila, lo mismo le puede pasar a la Federación Rusa por muchas ojivas nucleares que detente. De momento, la recesión en el 2º y 3º trimestre de ese año alcanza el 4%, y el último trimestre puede llegar al 7%, según previsiones del Banco Mundial.
De forma progresiva desde que tomó el poder, Putin ha conformado un régimen totalitario, siguiendo las pautas de Maquiavelo, por ser a su juicio el más eficaz, eliminando a los opositores, cerrando los medios de comunicación hostiles al régimen, cercenando la libertad de expresión y manifestación, en fin, una dictadura retratada en su persona, como un macho alfa, con su torso depilado y montando a caballo, en plan Far West, o vestido de motero con su chupa de cuero al mejor estilo de The Wild One, arrasando poblaciones allí donde llegaban, encarnado en su papel protagonista por Marlon Brandon, y su mirada gélida que esconde su alma en lo más recóndito hasta hacerla desaparecer.
Estas exhibiciones del jefe del Kremlin engarzan con la defensa de los valores tradicionales rusos, contrarios a los gays, a sus matrimonios, al aborto, a los derechos civiles, a la igualdad de género, envueltos en el libertinaje, depravación y decadencia de Occidente, a la que hay que combatir para evitar el contagio del mundo ruso, joyas que fueron exhibidas por el dictador en sus últimas apariciones en la plaza Roja para justificar la invasión de Ucrania.
Se diría que los fakes news se pusieron de moda cuando el espía de San Petesburgo y su amigo Trump comenzaron a ocupar las primeras planas de los medios internacionales. Me viene a la memoria, a pesar de mi deterioro cognitivo, cómo empezó a dar vueltas el ejército ruso a lo largo de la frontera con Ucrania poco antes de la invasión, advertida ya entonces por el FBI, con poco eco en Europa y Ucrania, y a lo que Putin le denominó la histeria de Occidente, consumándose la gran mentira, al igual que el slogan de la desnazificación de Ucrania, mientras el Kremlin acentúa su dictadura, o su propósito de rescatar a los rusos del Dombás, y de paso apropiarse de Crimea con más tártaros que rusos, y mientras el 24 de febrero intentó apoderarse de toda Ucrania y derrocar al gobierno democráticamente elegido. Luego vinieron los millones de refugiados, los miles de civiles muertos, la destrucción de las ciudades y sus infraestructuras civiles para atemorizar a la población, y, todo, para cumplir con su sueño de la gran Rusia.
También manipulan cuando tildan de terroristas a los ucranianos y ellos han mandado miles de misiles sobre las ciudades, y nos amenazan todos los días con el peligro nuclear, ellos que se presentan como víctimas mientras destruyen un país entero, es la impostura del genocidio, de los crímenes de guerra. Ellos, que acusan a la OTAN de proseguir con la guerra, de desgastar a Rusia, cuando en su mano está retirarse a sus aposentos y acabar con la guerra. Ellos, que denuncian la entrega de armas por EEUU, confiando en que Trump se apodere de la mayoría del Congreso y ponga coto a tal circunstancia para ganar la guerra.
Putin es consciente de que la conquista de la Gran Rusia conlleva sacrificios, destrucción y muerte, como en los tiempos de Iván el Terrible o Stalin, como en los años 1932 y 1933, en que murieron 4 millones de ucranianos gracias a la hambruna provocada por Stalin con la campaña de colectivización no aceptada por los campesinos ucranios, y la posterior requisa de sus cosechas y aperos de labranza, o las docenas de miles de chechenos masacrados por los tanques rusos en su lucha por la independencia, o ese 20% de territorio georgiano usurpado recientemente por la fuerza de las armas.
Es obvio que la mayoría del pueblo ucraniano no desea unir sus destinos a los de Rusia, y que tiene todo el derecho a defenderse de su barbarie. Desde mi zona de confort no tengo ninguna legitimidad para juzgar al pueblo ucraniano en la defensa de su integridad territorial, sino más bien reconocer su valor por enfrentarse a un enemigo mucho más fuerte, lo que me da a entender las muchas afrentas que históricamente ha tenido que soportar el pueblo ucraniano del poder ruso para tener semejante entereza.
Sus atrocidades espantan hasta sus amigos autócratas, y su soledad recomienda a Putin un refugio en la estepa siberiana, acompañado de su ejército y sus hidrocarburos, que pronto dejarán de ser su talismán.