Hemos traspasado un solsticio de invierno que traicionando su esencia nos ha traído una primavera inoportuna, que no es de fiar, cuando la naturaleza reclama los ingredientes del frío invierno, la lluvia y la nieve, para llenar los embalses y eliminar lo que está a punto de fenecer, pero que se resisten a manifestarse por culpa de un planeta que viaja a la deriva, trastocando sus pautas de funcionamiento.

2022, un año para olvidar, por una pandemia que al fin remitió gracias a la ciencia, y cuando salimos del túnel, aparece una guerra inadvertida, la más cruenta desde la II Guerra Mundial. Los malos presagios anuncian un futuro incierto, desmentido por las atrocidades de un conflicto armado cegado por el afán imperialista de una Rusia decimonónica, que ni la ciencia la puede atajar.

Mientras Europa se lame sus heridas tras un período idílico de más de medio siglo, desaprovechado a la hora de construir una entidad autónoma y unida, por encima de los intereses nacionales, que no ha sabido sustraerse al protectorado de EEUU, siempre a rebufo de su sombra que oscurece los destinos de Europa, en el puzle del nuevo orden mundial que se atisba en el horizonte, con una China cada vez más empoderada y autocrática, gracias a las circunstancias de la guerra, al igual que EEUU, una Rusia debilitada y más totalitaria, convertida en un tigre de papel debido a una apuesta con tintes de derrota política y posiblemente militar, una Europa ninguneada que busca su propio espacio en la oscuridad, y una gran víctima asumida por el pueblo ucraniano, dando testimonio de una épica que no conmueve lo que debiera.

Si la geopolítica navega en medio de nubarrones, el rumbo de la España democrática se tambalea en medio de la tormenta que asola el planeta, con el tercer poder del Estado arrastrando su culo por el lodazal durante 4 años, desairando a la Constitución que debía protegerla, y obteniendo unos réditos mucho más ventajosos que aquellos que un señor con tricornio pretendió, paseándose por el Congreso metralleta en ristre.

Hablemos claro, el sector conservador del poder judicial se ha reído de la democracia, no comulga con eso de que la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado, ya que han tratado de deslegitimar desde el principio al Gobierno de coalición elegido democráticamente, en un alarde de cinismo, tratando de confundir a la ciudadanía. Escudándose en normas aprobadas en el Congreso que solo tratan de equipararse a Europa, como la reducción de las penas de sedición, expropiando cometidos propios del legislativo al prohibir debatir una ley, desbaratando el estado de alarma con efecto retardado, solo para desprestigiar al ejecutivo, o bloqueando las más altas instituciones del Estado durante 4 años, con la complicidad del principal partido de la oposición. Utilizando la argucia de adjudicar al adversario sus propios pecados, son los fake news importados de la época Trumpiana.

La democracia corre peligro mientras la izquierda se entretiene en otros asuntos menores. Dónde está ese afán de protesta callejera que se olvida del Vietnam de ahora mismo, con mucha mayor repercusión para Europa que lo de entonces. Dónde está esa solidaridad con el sufrimiento de otros pueblos que ha sido seña de identidad de la izquierda, qué resistencias ideológicas le impiden romper una lanza en contra del terror ruso, en contra de las autocracias, en contra de esas togas negras que retuercen la Constitución con buenas palabras y construyen trincheras para impedir la profundización en la democracia, en la homologación con Europa.

Sabemos que los lobbies empresariales juegan un papel importante en esta Europa vacilante, pero ello no es excusa para que la izquierda se arme con un discurso de una Europa con identidad propia, fortaleciendo sus instituciones dotadas de mayor transparencia. Defensora de los derechos civiles, de una mayor igualdad salarial y de género, protectora del medio ambiente y del derecho internacional que regule la convivencia entre los Estados, frente al disenso armado. Todo ello, en consonancia con una ONU más presente en la arena internacional, pero despojándose de la inocencia que le ha impedido diagnosticar las intenciones invasoras del vecino, como del derecho de veto de los cinco grandes que la somete a la parálisis. Los retos son enormes y la ceguera política también.

Desde la esfera individual surge la frustración de no poder condicionar el futuro lleno de incertidumbres, que exigen un rearme moral de la sociedad, frente a la mediocridad de los medios audiovisuales. Occidente va a echar en falta el dicho del más vale malo conocido..., con una clase media un poco más empobrecida, y más aún por los avatares de la guerra, y un nivel de pobreza que ha de ir aumentando, un flujo migratorio que hace temblar a Occidente porque todavía somos el escaparate del buen vivir, por mucho que algunos anuncien el Apocalipsis.

En mano de las fuerzas progresistas está el recoger ese guante, y proyectar un relato para el futuro, sin necesidad de conquistar el cielo, pensando en algo más plausible que pueda impulsar las emociones de la gente, arrojando un poco de luz en un mundo cada vez más errático.

No quiero ser agorero en unos días en los que hasta los ucranianos se juntan para festejar con el sonido cercano de las bombas. Y más todavía, si tenemos la suerte de decir lo que nos parece, como estas letras, sin dar con los huesos en la cárcel, salvo algunas raras excepciones. De disfrutar de una lectura con enjundia, como Un caballero en Moscú, de Towsen, un libro dispuesto a desprejuiciar las mentes más obtusas, que viaja hacia el silencio en los regímenes totalitarios. De encogernos con una película como As bestas, con una narrativa cinematográfica cruda, como esa primera escena que desborda la pantalla y te sobrecoge hasta el final, o esa serie titulada The English, un retrato de la represión de los indios en el viejo Oeste, con una fotografía que irradia la belleza de los atardeceres y una interpretación que magnifica el relato. De emocionarnos con un villancico o las múltiples versiones de la música, sea pop, rock, country, jazz, blues… o disfrutar de una sobremesa entre amigos o familiares, regada con buenos caldos de Navarra o La Rioja que eviten las aguas bravas de la política y acabe todo como el rosario de la aurora.