El saludo más típico que realizamos cuando vemos a algún conocido es: “hola, ¿qué tal estás?”. Aunque la respuestas habitual es “bien, bien”, sin duda es más correcta la expresión ideada por el economista Carlos Rodríguez Braun: “bien, sin entrar en detalles”. Desde luego, este lenguaje coloquial no merece crítica alguna; es la forma habitual de comunicarnos entre nosotros. Ahora bien, ¿qué transmite?

La comunidad científica admite, en su gran mayoría, la regla de Albert Mehrabian: 55-38-7. Se trata de porcentajes, de manera que el 55% indica la influencia en la comunicación del lenguaje no verbal, el 38% del tono de voz y el 7% de las palabras. Por eso muchos whatsapp deben ser tomados con cautela, ya que tan sólo aparecen las palabras escritas. Por cierto, no deja de ser asombroso cómo un día sí y otro también se filtran mensajes en los que se critica a personas con nombre y apellidos. En un mundo en el que las cosas pasan del blanco al negro con facilidad (en especial en las altas esferas) es completamente estúpido hacer eso: un adversario pasa a ser aliado en un momento y… bueno, el pasado queda registrado. En términos de coste de oportunidad es una elección dominada ya que podemos perder mucho (reputación, prestigio) a cambio de muy poco (un momento de desahogo personal).

Pasemos del lenguaje de la calle al que usamos para apoyar a personas que lo están pasando mal o están estresados debido al gran esfuerzo que están realizando para lograr un reto personal como superar una oposición o una enfermedad. En ese caso, lo más habitual es usar expresiones como “ánimo” o “estoy para lo que quieras”. ¿Son útiles? Al comunicarnos es útil conocer las diferencias entre el emisor y el receptor. Pensemos en el típico dilema que todos hemos vivido: “tengo que darte dos noticias, una buena y otra mala. ¿Cuál prefieres que sea la primera?”. El receptor siempre pide la mala ya que de esa forma después tendrá un consuelo. El emisor, sin embargo, piensa en sentido contrario: mejor dar primero la buena noticia ya que así no es tan duro indicar el suceso negativo.

Todos estos mensajes de ánimo y ayuda se agradecen. Sin embargo, más que decirlo es mejor transmitirlo. Ejemplos, todos los que deseemos. Cuando estamos con alguien que lo está pasando mal es mejor aportar humor y energía antes que hablarlo. Claro que tampoco es cuestión de ser un viva la vida y reírse todo el rato como si nada importase, pero el equilibrio no es tan complicado.

Muchos padres ven a sus hijos agobiados estudiando y los mensajes son los siguientes: “ánimo”, “tú puedes”, “si te sale mal el examen no pasa nada”. Sin menospreciar su buena voluntad, hay opciones mejores como crear un ambiente que proporcione tranquilidad o realizar y proponer actividades que sirvan para evadir la mente. Así se vuelve al trabajo con más energía. No lo olvidemos: decir a alguien que esté tranquilo cuando nosotros no lo estamos transmite, claro está, intranquilidad.

Muchos jefes plantean reuniones de trabajo con los siguientes mensajes: “somos un equipo, todos estamos en el mismo barco”, “vuestra labor es muy importante para la empresa y, aunque no lo parezca, sabemos valorarlo”, “aquí todos somos iguales”. Lo adecuado es transmitir estas ideas con hechos. Ejemplos: pidiendo sugerencias, preparando reuniones en las que cada empleado se sienta capacitado para decir lo que piense (lo normal son las reuniones para que cada empleado diga lo que otros desean escuchar) o comentando de forma clara y concisa la situación financiera de la empresa.

Muchos políticos se dedican a transmitir mensajes del siguiente estilo: “somos los buenos y los otros son los malos”, “somos los únicos que nos preocupamos de verdad de la gente”, “nosotros o el caos”. En este caso, por desgracia, es lo que deben hacer. La estructura del sistema de partidos es destructiva ya que, como decía Alfonso Guerra, “el que se mueve no sale en la foto”. En la controversia entre libertad de pensamiento dentro de los partidos y seguridad, se ha elegido la segunda opción.

Somos seres sociales y eso conlleva comunicación. Esta comunicación contiene unas reglas que debemos tener en cuenta. Estas reglas las usan sobre todo los políticos, ya que tienen unos asesores que les preparan para ello. Estos asesores conocen nuestros instintos más profundos y ajustan el mensaje para satisfacer dichos instintos.

Todo ello sirve para reflexionar en la forma en que enviamos y recibimos los mensajes. Así, podemos concluir con tres ideas. Lo que importa son los comportamientos, no las palabras. Un emisor puede cambiar el foco para evitar afrontar un problema grave. A veces, cuando nos dicen una cosa (“estoy tranquilo, la situación está controlada”) realmente nos dicen lo contrario.

Economía de la Conducta . UNED de Tudela