En unos meses se celebrarán las próximas elecciones al Parlamento y a los ayuntamientos de Navarra. La lógica democrática implica que, de un lado, los distintos partidos políticos con responsabilidades de gobierno defiendan su gestión política en materia de inversiones públicas, servicios públicos, etcétera, y que, también, presenten sus proyectos. Y, de otro lado, los aspirantes al gobierno censuren esa gestión y propongan sus alternativas de gobierno. Y eso es así, entre otros motivos, porque la democracia posibilita la alternancia política de una manera pacífica y ordenada.

Sin embargo, cada vez son más frecuentes otro tipo de estrategias y comportamientos políticos, donde en lugar de argumentar razonadamente, se emplean discursos de odio hacia el adversario político, se le tilda de traidor y/o enemigo, se difunden sistemáticamente bulos o falsedades, etcétera, en resumen, se acude a los instintos más bajos. A lo largo de la historia, incluso en la más reciente, este tipo de estrategias han provocado episodios violentos como los ocurridos en el asalto al Congreso de los Estados Unidos o al Congreso de Brasil.

Conociendo los potenciales efectos de este tipo de comportamientos, me preocupa y me parece peligroso que ese tipo de técnicas se estén asumiendo por el PP y se reintroduzcan en la política navarra, siendo un claro ejemplo los carteles donde se señala a la presidenta del Gobierno de Navarra, María Chivite, como una traidora. Los señalamientos personales en carteles en blanco y negro en Navarra me traen tristes recuerdos.

En mi opinión, este discurso del PP tiene un triple objetivo: en primer lugar, busca el enfrentamiento, trata de quebrar la convivencia democrática para intentar alcanzar un espacio político, por mínimo que sea. En segundo lugar, busca tapar los logros en la gestión del Gobierno de Navarra como, por ejemplo, una cifra histórica de inversión en infraestructuras, la mejora de los servicios públicos, etcétera. Y, en tercer lugar, trata de ocultar sus posicionamientos en contra de los intereses de las clases medias y trabajadoras como, por ejemplo, la subida de las pensiones, las ayudas contra la crisis, etcétera.

En democracia no hay enemigos ni traidores, hay adversarios políticos que representan el pluralismo político presente en la sociedad. De hecho, la democracia bien entendida implica partir del disenso para llegar a acuerdos que beneficien a la mayor parte de ciudadanos. En mi opinión, esto es lo útil, lo demás es falsa política que sólo sirve para enfrentarnos. Por ello, tildar de traidora a la presidenta del Gobierno por llegar a acuerdos puntuales con otras formaciones políticas es situarse fuera de la lógica de nuestra democracia constitucional.

La democracia no consiste simplemente en un sistema para adoptar decisiones por mayoría, supone unos valores, una forma de ser y de actuar, una cultura del diálogo, del respeto al distinto, de la empatía con los ciudadanos. Su fortaleza y calidad dependen de la conducta y compromiso de todos los actores que la hacemos posible, esto es, de los representantes públicos, de los profesionales de la información y de la actitud cívica de los ciudadanos.

Precisamente este es el error del PP y de aquellos que le quieran seguir, pensar que su estrategia del ruido y de la crispación va a desmovilizar electoralmente a la sociedad. Más bien pienso que tendrá un efecto contrario. La sociedad navarra es mucho más fuerte, sensata y respetuosa de lo que la derecha cree. Los ciudadanos saben que Navarra progresa de la mano del diálogo y el acuerdo entre los distintos. La gran mayoría de navarros y navarras están orgullosos de su pluralidad y desea convivir pacíficamente en ella. Son conocedores de que a pesar de las legítimas diferencias, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa.

El autor es senador por Navarra. PSN-PSOE.