Si la derechona, como la llamaba Francisco Umbral, gana las próximas elecciones generales de julio, tras su abrumadora victoria en las elecciones autonómicas y municipales, España quedará peligrosamente en manos del PP y Vox, liderados de facto por la inquilina de la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol, antigua y siniestra Dirección General de Seguridad, lo que supondría un retroceso que no nos podemos permitir. El ayusismo no es que suene a Vox, es Vox en estado puro. Y resulta poco comprensible y muy preocupante que esta mujer, la faz despectiva y chulesca de la política, un personaje tan poco atractivo, mediocre hasta el aburrimiento y en ocasiones tan patético, radical e inculto se haya convertido en el referente de la derecha y la ultraderecha española. Su imagen insolente, descarada y provocadora, sus irresponsables eslóganes y sus bulos suenan fuertes, pero es que la exageración y la demagogia son sus señas de identidad. Y este panorama tan desolador no es lo que la ciudadanía necesita, pues aunque de momento han vencido, no han convencido.

“Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento” dijo Cervantes en su excelsa obra Don Quijote de la Mancha. Y es que, pese a los errores cometidos por el gobierno de coalición, los aciertos han sido numerosos e indiscutibles. Y todos ellos se han conseguido a pesar de las dificultades que han supuesto la pandemia de covid-19, la erupción volcánica de La Palma, la terrible guerra de Ucrania y el sistemático voto en contra de la derechona. La reforma laboral, la subida del salario mínimo interprofesional, la revalorización de las pensiones, el ingreso mínimo vital, la subida del empleo y la ley de vivienda, entre otros muchos logros, son un claro ejemplo del buen gobierno progresista. Mientras, la derechona, dopada de sofismas y con la mentira por montera, camina de espaldas a la democracia y a la sensatez. Y tras la arrasadora crispación a la que nos han sometido, si llegan a ganar las elecciones generales, gobernarán con la arrogancia y la insensibilidad de los demócratas poco convencidos, que antaño no lo fueron y todavía hoy no están arrepentidos de no haberlo sido.

Urge movilizar a la ciudadanía progresista que sigue siendo mayoritaria, pero para ello hay que recuperar los principios y valores socialdemócratas que, en parte, se han debilitado, en favor de un pragmatismo cuyo objetivo ha sido competir en el libre mercado como si de una empresa se tratara, esto es, ofreciendo a la ciudadanía la capacidad de organización y gestión de los recursos públicos, igual que una empresa de servicios lo hace a sus clientes. No es bueno presentarse ante el electorado como una potente empresa comercial que opta a un concurso público que se resuelve por el voto popular, atentos a una determinada estrategia de tipo comercial que asegure el éxito y pendientes de los movimientos de la competencia y de la situación del mercado del voto. Sin idealismo, la política se reduce a una prosaica actividad comercial que los conservadores toleran bien, pero para la izquierda supone un desastre. Hay que volver a la calle, como antaño, cuando los líderes vivían adictos a la vía pública y eran maestros de multitudes que inundaban las plazas de las ciudades y pueblos con el proyecto socialista. No hace falta perseguir utópicas reivindicaciones ni vertiginosos y definitivos cambios sociales, ni conversiones fulminantes y apologéticas, pues eso no se lo cree nadie, pero hay que volver a llenar las calles, las plazas y las redes sociales con un programa que pugne por salarios dignos, empleo estable, vivienda asequible, plena igualdad entre mujeres y hombres, sanidad y educación pública de calidad y suficientes prestaciones sociales que es de lo que se vive. Y es que con eslóganes y promesas inviables ni se cambia la sociedad ni se logra el voto.

La ciudadanía tiene la rara virtud de no existir por completo sino en el momento oportuno, buscando mientras tanto el tiempo perdido, como Marcel Proust, soñando, como Ema Bovary o Anna Karenina, placeres inéditos, o entregado al inacabable nomadeo por bares y tabernas, pero cuando llega el paroxismo electoral, cuando intuyen un futuro hostil, regresivo y opresivo, cuando perciben los perfiles rotos de la injusticia social, cuando recuerdan la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María de la que nos advertía Antonio Machado, cuando el peligro sobrepuja la esperanza, la ciudadanía vuelca sin ambages su alma quijotesca, progresista y de izquierdas. Si se moviliza al electorado progresista, la victoria es posible.

El autor es médico-psiquiatra