Ayuntamiento de Pamplona, Gobierno de España y EH-Bildu sigue siendo todavía el punto de mira de las agrias discusiones que se llevan entre sí PSOE y PP.

Si no he entendido mal, resulta que para gentes supuestamente de izquierdas es preferible el ultraderechismo defensor de las esencias rancias españolas que un independentismo de izquierdas. Pues por lo visto, en este asunto las variables izquierda-derecha no sirven para nada, ni cuentan como peso para inclinar la balanza de la negociación. Lo que importa es el dogma de España, sí o sí. Con el agravante de que ese independentismo ¡participa en el Parlamento español y hace posible el gobierno de los socialistas!

Bueno, hace posible el gobierno, pero no gobierna. Pues, como dice el presidente Sánchez, gobernar no es “ayudar a sacar adelante planes y leyes del Gobierno”, sino echarle una mano de vez en cuando, como ha hecho el PP, apoyando leyes y propuestas de ese mismo Gobierno para bien de España, de la España que es objetivo común para ambos partidos. Pero, si se apoya en Bildu, eso significa que la España que sale favorecida de ese soporte abertzale es otra España.

Por lo que concluiríamos que en estos momentos el PSOE a la hora de gobernar se deja llevar por dos concepciones distintas de España. ¿Incompatibles? Se ve que para el PSOE, no. Se siente cómodo con ese dualismo identitario, pero que, en circunstancias y en comunidades que no tienen el mismo concepto de España, ese dualismo entra en contradicción y provoca polémicas que se convierten en aporías, es decir, en situaciones sin salida.

El PSOE debería aclarar hacia qué tipo de nacionalismo español se inclina y quién o quiénes quiere que le acompañen en esa travesía. Porque, si su nacionalismo español es el que defiende el nacionalismo franquista del PP, debería decirlo y especificar en qué se diferencia el suyo de este. El PSOE sabe que el nacionalismo español del PP es hostil, excluyente. Es el defensor de la España uniforme. La actitud del PSOE produce confusiones a manta, porque sus razonamientos son idénticos a las justificaciones de aquel exministro que hablaba con la Virgen y que, con relación al Ayuntamiento de Barcelona, ha repetido lo de “antes roja que rota…”.

En este contexto, la irrupción del delegado del Gobierno en Madrid no ha sido más que el reflejo de ese incómodo iceberg que, de vez en cuando, emerge a la superficie, mostrando ese estrabismo político del PSOE en relación con su concepción nacional española. No estará de más recordar sus palabras: “los supuestos enemigos de España han hecho más por nuestro país que los patrioteros de pulsera”. Es verdad que, ante la polvareda levantada, el delegado ha recurrido a la excusa de que “no me he expresado adecuadamente” y que lo que quería decir era “recordar la deslealtad con que las derechas han venido actuando desde el inicio de la legislatura”. Por supuesto, pero lo primero, también. Las dos cosas. Porque la primera afirmación ponía en evidencia la existencia de un nacionalismo español rancio, obsoleto, franquista, el del PP, cerrado a cal y canto a cualquier planteamiento que no respalde su idea de nacionalismo y el otro, un nacionalismo español que no puede o no debería renunciar al concurso de las izquierdas aunque estas provengan del independentismo radical, sea el que sea. Porque, mientras el PSOE se aferre a una España una, grande y libre… monarquía, seguirá estando preso de su promiscuidad política, de la que lo único que conseguirá serán pactos leoninos y que sólo servirán para que el PP los utilice en su contra.

Aunque Feijóo sea un desierto de ideas en un océano de palabras, reconozco que acertó al afirmar que lo que dijo el delegado “es lo más grave que hemos escuchado en democracia en los últimos tiempos”. Es evidente que no ha repasado su antología personal del disparate, pero en esta ocasión aunque de forma indirecta dio en la diana. El delegado, sin pretenderlo, dio en la diana del mal de donde proceden los desequilibrios a la hora de pactar, que no es otra que el nacionalismo español en que el PSOE está instalado.

Mientras no abandone ese concepto abrasivo de nacionalismo español y que tanto se parece en ocasiones al nacionalcatolicismo franquista, no servirá de verdad a los intereses de una sociedad democrática. Pues si, como dice Sánchez, “eso sólo lo puede hacer la izquierda”, la cosa se complica teniendo en cuenta que su nacionalismo español choca con las izquierdas. Es obvio que algo chirría en ese planteamiento.

Por su parte, la zarina de Madrid añadió que los de Bildu “son los herederos de quienes han cometido los más graves delitos contra la democracia en España”. Siempre España. No se trata de una “guerra” entre izquierdas y derechas, sino de la idea de España.

De hecho, los voceros del nacionalismo español en más de una ocasión han dicho que “gracias a ETA, España se ha unido de verdad y ha conseguido que haya ganado esta batalla”. La argumentación no es nueva. Los políticos de Navarra ya dijeron que, gracias a Germán Gamazo, que pretendió suprimir el régimen foral dando origen a la Gamazada de 1893, Navarra no perdió su “virginidad foral”, por lo que calificaron a Gamazo de regalo de la Providencia… No diré yo que ETA haya sido un regalo divino para conseguir esa consolidación democrática propiciada por el nacionalismo español de veta franquista, pero, ¿cómo saberlo? ¿Acaso no dicen los creyentes que los designios de la Providencia son inescrutables? Pues aplíquense el cuento.

En fin, como quiera que el catecismo español da por verdad absoluta y taxativa que los herederos de ETA son los políticos actuales de Bildu y discutir este tipo de dogmas es como hablar con el Espíritu Santo –y esto solo es posible para Rouco Varela y el exministro Fernández que habla con su ángel de la guarda–, fabulemos en clave hipotética.

Si se acusa a Bildu como heredera y albacea de ETA y de los crímenes que esta perpetró, sería bueno saber cuándo la derecha asumirá ser heredera de los crímenes que cometieron sus ancestros ideológicos durante la guerra civil en la retaguardia. Durante cuarenta años, los herederos de esta epopeya –santa Cruzada, según la Iglesia–, no sólo se sintieron orgullosos de aquella masacre, sino que les erigieron monumentos para honrar su memoria.

Si el principio de causalidad, aplicado a posteriori que conlleva este planteamiento es válido para incriminar a Bildu, las derechas del país se encuentran en la misma situación de responsabilidad moral. Y no parece que se hayan molestado mucho en pedir perdón por aquella masacre.

Por lo que, como conclusión, no veo que esta sea la razón principal por la que el PSOE de Ferraz rechace a Bildu, como ha sucedido en Pamplona. La estrategia no se ventila a nivel de izquierdas o de derechas. Lo que está en juego es una determinada concepción de España y de su derivado específico: el nacionalismo uniforme español. Y ahí, PSOE y PP, a pesar de sus aparentes rifirrafes, no parece que se diferencien mucho.