El pasado mes fue el junio más cálido registrado tanto en tierra como en la superficie del mar, con anomalías “excepcionalmente elevadas” en el Atlántico norte, según el servicio europeo Copernicus. Más de medio grado por encima de la media alcanzada entre 1991-2020 parece un dato insignificante, pero no lo es, ni muchísimo menos. Supone una profunda alteración que confirma de manera agravada las predicciones científicas sobre el cambio climático.

El cambio climático es una realidad innegable que está alterando significativamente los patrones climáticos en todo el planeta Tierra. Uno de los fenómenos más destructivos asociados a este cambio es la creciente frecuencia e intensidad de las trombas de agua, que a su vez han agravado el impacto de las riadas u otros efectos en diversas comunidades del Estado español. En esta ocasión, nos hemos encontrado con la tromba que cayó sobre Zaragoza, a la granizada de Vitoria-Gasteiz o a las tormentas en distintos puntos de la geografía navarra, entre otras, que no es nada casual, e irá a más.

Por otra parte, el pasado lunes 3 julio fue el día más caluroso de la Tierra desde que se tienen registros. Así lo ha confirmado la Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés), quien ha dado a conocer que se ha superado por primera vez el promedio de 17 grados Celsius en nuestro planeta con una temperatura total de 17,01 grados. De esta manera, el aumento de las temperaturas durante estos últimos días ha contribuido a que se supere el récord diario anterior establecido el 24 de julio de 2022, cuando se registraron 16,92 grados Celsius de media en nuestro planeta.

Normalmente, la temperatura media del aire en el mundo está entre los 12 y los 16 grados, aunque esta lleva aproximándose a los 17 grados centígrados desde hace ya varios años como consecuencia del cambio climático como de fenómenos como El Niño. De hecho, la Organización Meteorológica Mundial ya ha advertido que este evento de origen climático dejará temperaturas récord en casi todo el mundo durante los próximos meses.

Para esta semana se ha pronosticado la segunda gran ola de calor del verano, que tendrá efectos en toda Europa, en especial en la mitad sur de la península Ibérica, donde se prevé que se superen con mucho los cuarenta grados, que parece que se repiten en tiempo y temperaturas excepcionalmente elevadas al verano pasado.

Tal y como se decía en una editorial publicada en este diario el domingo 10 de junio, “el anormal aumento de las temperaturas se debe fundamentalmente al cambio climático sumado al fenómeno de El Niño, cuyas condiciones meteorológicas, según ha advertido la Organización Meteorológica Mundial (OMM), ya se ha desarrollado en el Pacífico tropical por primera vez en siete años y que probablemente haga aumentar aún más el calor a nivel global. El panorama empieza a ser aterrador. Se calcula que las condiciones climáticas extremas en Europa han matado desde 1980 y hasta 2021 a casi 195.000 personas. En el Estado español, el calor terminó con la vida de más de 4.600 personas solo durante tres meses de 2022. El descenso de la temperatura global debe ser una prioridad para todos los estados y organizaciones, y también para la ciudadanía. El acuerdo alcanzado en las cumbres sobre cambio climático de la ONU para contener la subida de la temperatura por debajo de 1,5°-2°C para el año 2100, es ya un objetivo inaplazable, tan urgente como complicado de lograr, sobre todo con el auge de las teorías negacionistas de la extrema derecha que ponen en riesgo no ya el futuro sino el presente del planeta y la vida de sus habitantes”.

Sin duda, hay que redoblar los esfuerzos en la lucha contra el cambio climático, como la mitigación, entendida como la intervención humana para reducir las fuentes de emisión o mejorar los sumideros de gases de efecto invernadero (GEI), que es, por tanto, imprescindible, pero insuficiente, y la adaptación, como nuestro proceso de ajuste al clima actual o esperado y a sus efectos, que se convierte en inevitable. Estas dos políticas clave han ido con el tiempo convergiendo, hacia la búsqueda de sinergias, la coordinación de esfuerzos para una lucha más eficiente y la integración de la adaptación y la mitigación con políticas públicas más maduras como son la planificación territorial y urbanística.

Por otra parte, nuestros municipios deben prepararse para enfrentarse a las temperaturas cada vez más extremas impulsadas por el cambio climático de origen antropogénico. De mapas de sombras a reverdecer los espacios urbanos con la plantación de árboles, pues proyectan sombras y, sobre todo, un microclima más fresco gracias a la evapotranspiración. A su vez, las lluvias también son aliadas a la hora de reducir la temperatura, pero el suelo impermeable de las urbes y el alcantarillado hacen que el agua desaparezca rápido. Para aprovechar y prolongar el efecto pluvial hay que apostar por los sistemas urbanos de drenaje sostenible. Se trata de entornos que renaturalizan el espacio público con vegetación y biodiversidad, pero además cuentan con un suelo permeable que recoge el agua cuando llueve, la envía al subsuelo y permite que se mantenga fresco, con lo que baja mucho la temperatura. Es decir, se trata de buscar en todo momento soluciones innovadoras –algunas, basadas en las tradicionales– para ayudar a los ciudadanos y a las ciudadanas a paliar los efectos del calor asfixiante.

Hace ya unos cuantos años que en nuestras ciudades y municipios la tendencia general es que se haya apostado por las superficies de asfalto y hormigón, que absorben mucho calor durante el día y lo emiten durante la noche, pero en los tiempos de emergencia climática en que vivimos es fundamental reducirlas y sustituirlas por materiales más naturales.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente