El arte es una forma de expresión universal, lo podemos encontrar en cualquier parte del mundo independientemente del idioma, costumbres o tradiciones, ya que el arte expresa lo intangible común: la alegría, la tristeza, el amor, el miedo, el horror, la soledad, la muerte, la vida, la belleza, la fealdad… Todo esto es percibido en todas las partes del planeta de similar manera, con sus matices propios. Por lo tanto, toda expresión artística, de cualquier lugar de este hermoso, y de momento único mundo, es expresión humana, es la reflexión de alguien que siente, padece, goza, sufre, ama… como nosotros.

El artista se nutre de la vida misma, de sus vivencias propias y las de los demás. Todo es fuente de inspiración. El artista para poder realizar su obra necesita en un momento dado calma, quietud, sosiego, para poner en orden todo lo que ha embebido, todo lo que ha penetrado en su corazón-cabeza para poder plasmarlo a través de su forma expresiva.

El artista para crear tiene que salir a la calle, patearla, mezclarse entre la gente, sentirla. Sentir no solo él/ella, sentir lo que sienten los demás, lo que les agobia, atormenta, les calma, les colma y les da placer. El artista es un ser altamente sensible que capta lo que pasa a su alrededor, muchas veces intuye el futuro y sus obras se adelantan al presente. De hecho, cuesta a veces entender al artista, asumir sus propuestas desde nuestra realidad limitada.

El artista, a su vez, debe penetrar en la naturaleza, fundirse con ella, dejarse llevar por las corrientes de aire, de agua, de olores, de colores y contemplar el milagro de la belleza, de la creación, de la vida y la muerte.

El arte de los demás es la fuente donde bebe la motivación para seguir creando, donde se aprende de la experiencia y resultados que han conseguido. Es el mejor ejemplo de cómo los demás solucionan a su manera lo mismo a lo que uno, una, se enfrenta.

Con todo esto, el artista plasma algo y ese algo pretende ser una devolución a los demás de lo que le ha sido regalado. Habrá veces que nos devuelva el horror, otras la violencia, otras la fealdad, otras la calma, el silencio, y otras muchas, la belleza. Todo es una hermosa reflexión de lo que nos pasa, de la sociedad que somos, del mundo que estamos creando y, también, una llamada de atención al desastre que podemos generar. El artista es un grito de esperanza, de ilusión de que otro mundo es posible.

Ante todo esto, surgen multitud de artistas con diferentes expresiones artísticas, hay una diversidad increíble, gratamente enriquecedora para todos. ¿Para todos? Hay una actitud que me llama la atención entre ciertos artistas, aquellos y aquellas que se ponen orejeras de burro y no ven más que su propia obra. Dicen que es para no contaminarse con lo que hacen los otros, para no acabar copiando a los demás. Se creen que así son más originales, cuando en realidad son cortos de mirada y su expresión se empobrece.

Los hay que sus orejeras están un poco más abiertas y se prestan a mirar a sus iguales: pintores que solo ven pintura, poetas que solo leen poesía, músicos que solo escuchan música… Solo les interesa la expresión que ellos y ellas ejercen, las demás artes les son ajenas.

No se dan cuenta los primeros ni los segundos que el arte no es solo su expresión artística, que para crear algo realmente auténtico está la vida, las relaciones humanas, la naturaleza y el propio arte, el arte de los demás artistas. No entiendo, ni entenderé, por ejemplo, cómo a un artista plástico le puede conmover un atardecer y no un poema; cómo a un poeta le hace vibrar un sollozo y no una escultura, cómo a un escultor le inspira un abrazo y no un relato literario…

Muchos artistas solo acuden a ver, oír a los suyos, y la mayor de las veces más como apoyo de amistad que como acto único. Los artistas deberíamos ser el primer público para el resto de los artistas, tenemos la sensibilidad artística para apreciar lo que se hace. Deberíamos ser los canalizadores del arte a la sociedad, los embajadores de las buenas nuevas, de ilusionar con lo que hacen los demás y no solo acordarnos del resto de artistas cuando salimos de nuestro taller-refugio a exponer.

Nos quejamos de que el público no acude a vernos, pero ¿quién viene a vernos? Los amigos, la familia y cuatro amantes del arte incondicionales maravillosos. ¿A quién vamos a ver, cuántos artistas van a ver la obra de otros artistas? Siempre se ve a los mismos y las mismas…

Se están llevando a cabo verdaderos intentos de mezclar las artes, a los artistas en proyectos multidisciplinares de colaboración y/o fusión. Cuando esto se da, el artista responde y participa activamente, pero se tiene que dar un encuentro organizado y que se le invite para que acuda, si no, no va con él, con ella. Se encierra en su mundo a solas o con los que son como él en un acto de endogamia artística que empobrece la diversidad y el intercambio de saberes.

¡Artistas! Tenemos que salir, dejarnos ver, impregnarnos del arte que tenemos al lado y no tan cerca, vamos a hacer número, a ser un público activo que contagie a nuestra gente. Nos va mucho en juego, la propia supervivencia del arte y del artista.