La semana pasada sufrimos en Navarra las consecuencias de la última ola de calor. Los datos ofrecidos estos días por la Agencia Estatal de Meteorología son muy esclarecedores a la par que preocupantes. En doce municipios de nuestra comunidad; Goizueta, Esparza de Salazar, Viana, Irurtzun, Corella, Tudela, Arróniz, Goñi, Barasoain, Falces, Lerín o Alloz, se batieron récords de registros de temperatura. En tres localidades navarras, Caparroso, Fitero y Viana, la tarde del día 24 se alcanzaron los 42 grados. Es evidente que las consecuencias del cambio climático son ya absolutamente innegables, y también resulta innegable a la razón humana que esas consecuencias hacen peligrar la pervivencia de nuestra especie tal y como la concebimos hasta la fecha.

En este contexto de histórica ola de calor dos informaciones publicadas por los medios de comunicación nos indican que no todos los ciudadanos y ciudadanas sufrimos de igual manera las consecuencias del cambio climático. Más bien, podemos asegurar con total rotundidad que la del cambio climático también es una cuestión atravesada diametralmente por la lucha de clases.

Un estudio del Instituto de Decisiones Ambientales de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, informaba que las olas de calor como las que estamos experimentando actualmente son “particularmente mortales para los ancianos, los enfermos y los pobres”, y que este tipo de olas de calor hasta el momento extraordinarias pasarán a normalizarse de manera continuada año tras año. En el citado estudio, con muestreos realizados en 748 ciudades y comunidades, en 47 países de Europa, el Sudeste Asiático, América Latina, Estados Unidos y Canadá, se señalaba la clara relación entre el aumento de la temperatura diaria promedio y el aumento de la mortalidad. Además, se apuntaba que el aumento de la mortalidad a consecuencia del aumento de la temperatura no solo depende de la temperatura como tal, sino también de la fisiología (aclimatación), del comportamiento (largas siestas a mitad del día), de la planificación urbana (espacios verdes versus hormigón), de la estructura demográfica de la población y del sistema de salud local existente.

Con pocos días de diferencia, conocíamos también por la prensa, que la princesa Leonor, ahora dama cadete en la Academia Militar de Zaragoza, tendrá a su disposición un helicóptero “Super Puma” para poder disfrutar de sus fines de semana en el Palacio de la Zarzuela. Los desplazamientos exprés, por supuesto costeados por el erario público, tendrán un altísimo coste medioambiental. Según publican varias webs, estas aeronaves consumen unos 600 litros de combustible por hora, lo que equivaldría a emitir a la atmósfera en torno a 3.000 kilos de CO2 por cada viaje de ida y vuelta. Algo absolutamente desproporcionado en el contexto de crisis medioambiental en el que se halla inmerso nuestro planeta, en el que las políticas públicas se orientan a fomentar el transporte público y colectivo frente al transporte privado e individual.

Las dos cuestiones anteriormente señaladas son dos meros ejemplos que a la perfección escenifican la brutal desigualdad social existente entre el sufrimiento de las consecuencias del cambio climático y también, por qué no decirlo, en la contribución a la generación de ese cambio climático. Los pobres, hacinados en grandes ciudades, currelas de sol a sol sin posibilidad de disfrutar de largas siestas y con sistemas sanitarios públicos cada vez más vilipendiados por las privatizaciones, sufrirán una mayor probabilidad de fallecimiento a consecuencia de las insoportables olas de calor. Mientras la élite económica, como muy bien escenifica ya la antidemocrática familia real española, no sólo gozará de unas condiciones materiales privilegiadas que les permitirán reducir exponencialmente esas probabilidades mortales sino que además, fruto de la impunidad de la que se sienten poseedores los dominadores, se permitirán el lujo de contaminar de manera desmedida y caprichosa.

Durante décadas, los movimientos ecologistas han librado importantísimas luchas parciales y sectoriales en defensa del medio ambiente, en muchas ocasiones prácticamente en solitario. Por desgracia, aquellas pedagógicas advertencias que realizaba el ecologismo, hoy en día ya se han materializado de manera casi profética, y aquel peligroso futuro que nos auguraban al conjunto de la humanidad se ha tornado en nuestro dramático presente. Lamentablemente ya no hay vuelta atrás, y la lucha contra el cambio climático se ha de convertir en una cuestión prioritaria para el conjunto de la sociedad por mera supervivencia.

La izquierda debemos ser capaces de señalar pedagógicamente al sistema capitalista como el principal causante del cambio climático y de sus funestas consecuencias y debemos incorporar a nuestra acción política diaria la agenda de la ecología política. El capitalismo, como sistema económico y modo de producción, antepone la continua generación de crecimiento económico y la maximización de los beneficios de los capitalistas, (en líneas anteriores identificados como élite económica y dominadores), a cuestiones tan elementales como el mantenimiento de la biodiversidad, la sostenibilidad medioambiental. O en definitiva, a garantizar la existencia de un planeta habitable para el conjunto de los seres humanos (incluidos esos pobres también señalados en líneas anteriores).

Por delante tenemos el gran reto de deconstruir integralmente nuestras maneras de producir y de consumir para, superando decididamente la lógica capitalista, construir un nuevo estatus quo que nos permita seguir habitando un planeta por lo menos tal y como lo conocemos en nuestros días.

El autor es coordinador general de Izquierda Unida de Navarra y Parlamentario de Contigo Navarra-Zurekin Nafarroa