Si ya anteriormente mostrara mi extrañeza por la ausencia, hasta su último capítulo –en el cual lo hace–, de la reseña, mención y cita del filósofo matemático inglés North Albert Whitehead por parte de Jane Bennett, en su obra Materia vibrante, tal como es sabido defensora a ultranza de una corriente del materialismo calificada de vital, indudablemente no se puede decir lo mismo del esencialismo material, en este caso participando de su cualidad sintiente, en Christian De Quincey, autor de Naturaleza esencial (El alma en la materia), puesto que “según esta nueva perspectiva, la materia siente hasta en sus niveles más profundos. La materia tiene la capacidad intrínsecamente espiritual y subjetiva. En otras palabras, es en sí portadora de consciencia”.

Esta condición aparentemente de umbral jánico, de doble cara formando parte del anverso y reverso de la misma cuestión, donde a la materia tenida por inerte se le insufla vida y conciencia en todos y cada uno de sus tradicionales niveles de lo orgánico e inorgánico, tiene el valor de superar, al menos en De Quincey denunciando su insatisfacción filosófica, un triple desafío al dar respuesta a los clásicos paradigmas que han intentado explicar el enigma humano basado en lo que hay de relación entre mente y materia. Es decir, a materialismo, idealismo y dualismo, priorizando bien sean la materia, la mente o una hibridación de las anteriores, cuando afirma: “Damos por sentado que el mundo está hecho de materia o energía física (materialismo), de mente o espíritu (idealismo), o tanto de mente como de materia (dualismo). Ninguno de estos puntos de vista es filosóficamente satisfactorio, ni sirve para explicar los datos empíricos”.

Evidentemente, se está hablando de lo dado, de lo recibido y del ayer de tales aproximaciones a una realidad bien sea percibida e incluso deseada desde las diferentes intencionalidades en su interpretación. Así, cuando se refiere a la materia, lo está haciendo desde lo real palpable y tangible; cuando lo hace del espíritu y de la mente, se refiere a esa misma realidad desde el punto de vista de la idealidad e intangibilidad; y cuando lo hace sobre una doble naturaleza de nuestra realidad alude, aún desde el monismo, a la presencia de una componenda dual, por fusión o fisión, entre ambas conformando un todo unido o por separado de lo tangible con lo intangible. Su crítica no obstante es salvada por la necesaria sustitución de una visión estática (espacial), esencial, por otra dinámica, procesual (temporal), del presente extendido (N. Humphrey) que hace seamos creativos en este no-tiempo compuesto de experiencia pasada y expectativa futura que es el ahora. Cuestión que tiene que ser al menos avalada, corroborada y ratificada por la nueva creencia que basa su determinación en el empirismo y utilidad del tecnocratismo cientificista, de un estresante, por imperativo, mandato: “¡lo quiero para ayer!”, derivando en la inevitable sensación de llegar siempre tarde por mucho que queramos adelantarnos a la previsión.

Aunque muy en el fondo, tras su lectura, trátese también, en la visión del fenomenólogo Michel Henry, tal vez, de algo tan maravillosamente complejo como es el abordaje de la cuestión sobre en qué y en dónde radica ese tan esquivo milagroso fenómeno de qué trata la Vida, al no consistir, “por tanto [en] mera cosa, por ejemplo, el objeto de la biología, sino [en] el principio de toda cosa”. Y así, recuerda al respecto Arthur Koestler como ya en Shopenhauer su resolución vendría a ser la consecución de ese “gran sueño, soñado por una entidad única, el Deseo de Vida: pues en modo tal que todos sus personajes participan en él. Así todas y cada una de las cosas están interrelacionadas y mutuamente sintonizadas”.

Paradójicamente, dicho deseo poco o nada aporta al fisicalismo, al conocimiento de la realidad puramente mecánica de la materia, compuesta de átomos y partículas; tampoco parece hacerlo con el idealismo irracional jámblico, puesto que la vida necesita además de la subjetiva imaginación de la objetiva materia como soporte; y menos aún si participa de la condición esquizoide del interno cartesiano de un yo enfrentado a la mundanal exterioridad en ese Jano bifronte que vive fundamentalmente de la polaridad.

En el intento de superación de esta visión concerniente a nuestro particularismo naturalista, el antropólogo Philippe Descola esboza la presencia de otros “principios de esquematización de la experiencia” libre “de los prejuicios de la modernidad”. Aquellos concernientes al animismo, al totemismo y al por él englobado bajo la denominación de analogismo. Cuatro ontologías, habrá de decirnos, presentes asimismo en la “inteligencia sentiente” de De Quincey, más allá o tal vez más acá de lo esbozado por esta zubiriana expresión en el marco de su etnocéntrica (por occidental) filosofía de la Naturaleza, que tiene que ver con esa, en todo caso, condición compartida de animal con cultura de lo humano con lo no-humano, cuando afirma sobre la inteligencia del primero ser “la capacidad que el hombre tiene de enfrentarse con las cosas no como estímulos sino como realidades” (Zubiri, 2004).

Por descartado, las del animismo, totemismo y analogismo, son otras muy diferentes interpretaciones de la realidad que toman la conexión con el mundo y el cosmos de otra manera.

En las antípodas, no obstante, de la sabiduría y conocimiento del filósofo vasco, entresaco de la obra del escritor de éxito, antropólogo y doctorado en filosofía, Carlos Castaneda, la única frase que tengo subrayada de El conocimiento silencioso: “Como siempre somos nosotros quienes complicamos todo al tratar de transformar la inmensidad que nos rodea en algo razonable”.

Por mucho que nos empeñemos, el sueño de una piedra, a día de hoy, es el de la aspiración del hombre por la consecución de algo, una meta u objeto, a través de ella: un resultado de la matérica combinatoria que diera con la figura de la caña pensante en Pascal, puesto que por encima de la artificial inteligencia creada a partir de lo humano por lo humano y de su natural inteligencia compartida con otros seres no-humanos, a día de hoy queda demostrada esa exclusividad universal de su sueño en el resultado de una antropocénica pesadilla.

El autor es escritor