Lo de El sueño de una piedra, artículo enviado con anterioridad, que tal vez debido a la particular torpeza del que escribe no se haya entendido bien, no tiene tanto que ver con la inteligencia de las cosas como de lo que nos diferencia de las mismas. Está claro que una piedra carece de la capacidad, por ejemplo, de soñar, y por lo mismo somos nosotros quienes soñamos a partir de la misma y de sus múltiples caracterizaciones. Así como no deja de estar claro también que las capacidades de elección, por la que rige de algún modo el “libre albedrío”, van creciendo conforme ascendemos en la Scala Naturae, acertadamente recogida por el neurocientífico Anil Seth del pensamiento cristiano medieval. Esa escala que es considerada como la Gran Cadena del Ser, tal y como vimos ocurriera en la visión del ruso Soloviov. Sin embargo, la gradiente capacidad de elección es lo que nos distingue de la nula tenida a la hora de determinarse por una “roca”, en el ejemplo tomado del neurocientífico; así como, en la visión tradicional, tampoco lo fueran en aquellas manifestaciones orgánicas vegetal y animal. Mi intención, en todo caso al escribir la primera parte de este artículo, no era otra que aquella de sembrar la duda.

El sueño de una piedra tiene que ver también con la imposibilidad por parte de la misma de ideación de lo que humanamente consideramos ser la realidad de aquello que nos rodea. Una jugada del antropocentrismo que, en todo caso, ha intentado corregir, tal vez complementándolo e incluso reforzándolo, mediante diversas traslaciones antropomórficas en un intento de apropiación de algunas de las cualidades de ese mundo-otro con el cual no nos queda otra que convivir. Y cuando no ha podido ser así, una vez descartada la visión mágica del mismo, tal y como es recogido por John Gray, en El silencio de los animales, “la negación de la realidad para conservar una forma de entender el mundo” ha conseguido hacer que sea la “disonancia cognitiva (…) la condición normal de la humanidad”.

Este autor, tras destacar que los movimientos mesiánicos son el ejemplo en estado puro de esta disonancia, cita, al respecto, al psicólogo Leon Festinger (creador de la disonante cognición) refiriéndose al hecho de que los creyentes mesiánicos, tras ver defraudada la fecha de una segunda venida de El Salvador en lugar de detener el movimiento, tal y como fuera de esperar, se reafirman en la confirmación negativa dándole una nueva vida.

Por otro lado, este viene a ser el mismo procedimiento por el cual, en otros lugares de la misma obra mencionan las ideas que dan lugar al meliorismo (la creencia en la irreversible mejora evolutiva del mundo y sociedad de pertenencia) y la ictiofilia (que, al menos en este autor, son todos aquellos convencidos de la universalidad de la aspiración humana por alcanzar la libertad, como así lo hicieran en el comentario del escéptico en la obra del periodista radical ruso Alexandr Herzen, observando la pericia con que un amante de los peces (ictiófilo) puede defender la creencia de estar ante seres que están hechos para volar aunque solo y mayoritariamente naden:

“Los ictiófilos tienen muchas variedades distintas, jacobinos, bolcheviques y maoístas, aterrorizando a la humanidad para rehacerla en un nuevo modelo; los neoconservadores, llamando a la guerra perpetua como medio para la democracia universal; los cruzados de los derechos humanos, convencidos de que todo el mundo quiere llegar a ser lo que ellos se imaginan que son”.

Y debido a ello, constatando el que estos amantes, en origen, al parecer de los peces, en su actitud lo puedan ser también, por ejemplo, de las piedras: litófilos. Cuestión de la que trata el neurocientífico Anil Seth en la parte referida de su obra, La creación del yo, y capítulo reservado a los otros en más allá de lo humano, sobre los muchos intentos de traslación del humano fenómeno de la conciencia a un sinfín de seres y entes, en una teoría del hombre-máquina distanciada, por necesidad, de la cartesiana, partiendo de la llamativa consideración de que “vivimos dentro de una alucinación controlada que la evolución ha diseñado con el fin no de la precisión, sino de la utilidad”. Utilitarismo entendible desde la perspectiva de una perpetuación de la vida.

Tenemos, así pues, dos curiosas ideas que parecen regir el devenir de la humanidad dando sentido e impronta a nuestras vidas: la de la “disonancia cognitiva” y aquella otra de la “alucinación controlada”. Éstas, no obstante, en nada son tan negativas como puedan aparentar. Para avanzar en su entendimiento respecto de la primera se nos dirá el que nuestro mundo no es en modo alguno entendible sin esa sistemática y cotidiana negación de lo considerado desde la reducción científica como real. De la segunda Anil Seth afirma estar detrás de toda experiencia consciente como “percepción de algún tipo”, puesto que “toda percepción es una alucinación controlada (o controladora) de alguna clase”. Añadiendo: “Lo que más me entusiasma de este modo de pensar es lo lejos que puede llevarnos. Las experiencias individuales de libre albedrío son percepciones. El flujo del tiempo es una percepción. Puede que incluso la estructura tridimensional del mundo tal como lo experimentamos sea un aspecto perceptual, y que también lo sea la sensación de que los contenidos de la experiencia perceptiva son objetivamente reales”.

En todo caso, tomarlas en consideración en buena medida podría ayudarnos al ejercicio de introspección necesario para el entendimiento de aquello que somos, fuimos y aspiramos a ser.

El autor es escritor