Vivimos sumergidos en un mar de preocupaciones, urgencias, prisas, recados y ocupaciones. Siempre sometidos a la lógica de la razón calculadora de intereses. Como dicen los jóvenes hoy día, decidimos qué hacer según las cosas nos renten o no. En esta jungla en la que vivimos, no está de más aprovechar la excusa del Día Mundial de la Filosofía para que una visión y una lógica alternativa asomen tibiamente. Cuando hablamos de filosofía lo asociamos al uso de la razón. Pero la filosofía original que nace en Grecia y llega hasta hoy, nos enseña que no hay una razón.

En primer lugar, porque la razón calculadora de la que hablaba al inicio no es la única. De hecho, ni siquiera es la propia del pensar filosófico. Heidegger, en ¿qué significa verdaderamente pensar? nos remite a un pensar que agradece, que recibe, que contempla y que poetiza. El pensar noético de Aristóteles, proveniente ya de Parménides e incluso Anaxágoras (los llamados preplatónicos), referido al espíritu de las cosas, al sentido de las acciones. Contemplar, agradecer, interpretar y buscar el sentido. Esto se aleja mucho del cálculo de la razón instrumental que opera en nuestro día a día y que rige el mundo. Pero igual hemos sido nosotros los que nos hemos alejado de nuestra fuente de identidad. De hecho, la mal llamada Metafísica de Aristóteles, es el centro irradiador del pensamiento de Occidente. ¿Dónde ha quedado? ¿Quién conoce el Poema de Parménides, el poema didascálico, es decir, educador del espíritu humano occidental? Por tanto, hemos de tener en cuenta que cuando hablamos de razón, existen muchos tipos de razón, no solo la hegemónica razón de la ciencia-técnica.

Y, en segundo lugar, Grecia nos enseña también que además de muchos tipos de razón, existen muchas razones. Tantas como personas. De hecho, cada cultura y cada época tiene su lógica. Y todas las épocas tienen cumbres de pensamiento que hemos de respetar y considerar. Esas obras se transmiten de generación en generación y siempre aportan enseñanzas valiosas. En consecuencia, existe desde siempre la pluralidad de perspectivas. La Grecia clásica partía de esa multiplicidad y buscaba la unidad, es decir, la complementariedad que reunía a todas respetando su diferencia. Este reto, el de la henología, es decir, el de hacer compatible lo uno y lo múltiple, ha estado siempre presente en el pensar filosófico. El desafío radica en enlazar diferencias.

Esta experiencia no nos es muy ajena hoy día. Resulta que, desde la lejanía de más de dos mil años, nos pueden dar pistas para afrontar uno de los grandes problemas actuales: cómo manejamos la pluralidad. Existe la tentación de irnos a los polos: anular las diferencias u olvidar enlazarlas. Pero, como de nuevo nos enseñan los griegos, hemos de guiarnos por la virtud del término medio. Hoy día, y en pasados no muy lejanos, hemos sufrido las consecuencias de anular las diferencias. Si el otro es diferente y no me gusta, busco llevarlo a mi terreno o eliminarlo. Lo extraño nos incomoda. El trato y los prejuicios a los inmigrantes es un ejemplo. Las disputas étnicas que forman una parte de las guerras es otra muestra. Miramos a Ucrania y Rusia o a Palestina e Israel. Y, sin irnos tan lejos, vivimos en un país tremendamente diverso, y en una comunidad, que como decía el eslogan de turismo, es tierra de diversidad. Y esa diversidad, que es riqueza, mal entendida desemboca en enfrentamientos. Hay muchas tentaciones de homogeneizar las diferencias. La dictadura española fue una muestra. Y el otro polo, el de las diferencias aisladas, también lo hemos y lo seguimos viviendo. Vivimos en la sociedad del individualismo. Cada uno a lo suyo, y todos detrás de las pantallas, que cortan los lazos comunitarios. Y en España tenemos también el enfoque que quiere cortar relaciones con el resto apelando a su diferencia.

Pues bien, la filosofía griega nos alienta a respetar las diferencias y a buscar el lazo común, la unidad. La razón que contempla y mira lo diferente sin prejuicio y, con afán de comprender, nos hace ver lo diferente como fuente de mejora. De hecho, cuando hablamos de vivir en comunidad o de fraternidad, hablamos de cómo convivir entre diferentes. Una sociedad monocolor no es una sociedad auténtica. Una fraternidad entre iguales es una ficción. Y eso que une las diferencias es el fondo humano común que nos acerca. Hay muchas propuestas para hacernos entender entre diferentes. Rescato la de Gianni Vattimo, uno de los filósofos recientes de referencia, que falleció el pasado mes de septiembre. Vaya desde aquí mi pequeño homenaje.

Vattimo, nacido en Turín, fue un intelectual cristiano y político, defensor de la interpretación, de la hermenéutica contra el dominio del pensamiento objetivo, convirtiéndose así en el pensador antidogmático por excelencia. Consciente de que las distintas captaciones de la realidad se dan desde perspectivas diversas, apuesta por el diálogo entre esa pluralidad desde la debilitación de las posturas promoviendo la horizontalidad y la apertura al otro. La debilitación tiene para él dos vertientes: por un lado, debilitar las posturas fundamentalistas que no se dejan rebatir, y, por otro, la defensa de los débiles como criterio de actuación.

En este sentido, Vattimo relacionó la posmodernidad filosófica con el cristianismo. Rescató a los filósofos aparentemente más alejados al cristianismo para retomar un seguimiento a Jesús de Nazareth purificado de ritos, moralismos doctrinales e imposiciones. Partiendo del pensamiento de Nietzsche, Heidegger y Gadamer, reinterpretó la posmodernidad como una “liberación” de la metafísica totalizadora, y la muerte de Dios como un cambio en la imagen de Dios, que deja atrás el Dios omnipotente, juez y castigador para dar paso al Dios cercano y sufriente que se guía por la acogida y la caridad.

En esta línea, vio en el papa Francisco una señal de esperanza para una comunidad viva, plural y fraterna. De hecho, le consideraba como la única autoridad capaz de proponer una lógica alternativa a este mundo basado en el crecimiento ilimitado y en el interés de unos pocos. En este sentido, Francisco, en sus encíclicas no se dirige solo a creyentes sino “a todas las personas de buena voluntad”, y prioriza temas como la salud del planeta, la crisis migratoria, los países pobres o las guerras en el mundo, asuntos de interés planetario que nos conciernen a todos.

Hay por lo tanto, voces y lógicas diferentes como propuestas para tratar la pluralidad buscando lo que nos une, y, a su vez, tolerando lo que nos separa. Sin ir tan lejos, en el ámbito local, he tenido la grata sorpresa de conocer la comunidad de la iglesia de Capuchinos en Pamplona, otro espacio diferente y plural de apertura y acogida dirigida a creyentes y no creyentes con un estilo franciscano que supone un poco de oxígeno en nuestra sociedad de crispación y división.

En definitiva, la filosofía, su razón noética y su manera de conciliar lo múltiple, nos da otras claves desde las que afrontar las crisis, ya que la clave de la disputa y la división no resuelve las cosas ni mejora nuestra vida. Recordando a Ortega y Gasset, puede que el tema de nuestro tiempo sea éste, el de acabar con la violencia, y ello pasa por abrirnos al otro y buscar la unidad entre diferentes sin perder la riqueza de la pluralidad.

El autor es doctor en Química, profesor de la Universidad de Navarra y graduado en Filosofía por la UNED