En Palestina están pasando hambre, leo. Inmediatamente me golpea la imagen que muchos tenemos: los caquécticos judíos encontrados en la liberación de los campos de concentración en 1945. Son sus nietos y biznietos de quienes lo están provocando. Todo el mundo ve esta conexión.

Imagino a los jóvenes militares del ejército de Israel avanzando tranquilos. Están haciendo su tarea, pueden vivir incluso la rutina . Es evidente que en algún nivel inconsciente individual y/o colectivo, las masacres son algo cargado de emoción, de rabia, de sentimiento de venganza, de miedo, de necesidad de restaurar dignidad humillada de sus ancestros. O una diabólica combinación. Pero todas esas emociones circulan casi subterráneas. Más si son drones matando marcianitos en una pantalla. Dejadme que comparta mi conexión en este momento: la banalidad del mal. Un concepto acuñado por la filósofa alemana Hannah Arednt para explicar cómo se puede llegar a matar como un mero proceso burocrático sin ver las consecuencias éticas. No es fácil ser consciente de las emociones subyacentes. Tal vez es más fácil tener un orgullo identitario y un estereotipo que le quita la cualidad de persona a los que se van matando.

¿Por qué con lo que los judíos saben de ese sufrimiento? Es una venganza, pero posiblemente ellos no lo viven como tal. Es eso, y también algo más profundo. A nivel psicológico lo llamamos la transmisión transgeneracional del trauma. Opera fundamentalmente de forma inconsciente. Ocurre a víctimas y en asesinos palestinos, judíos, Hamás, nazis, etcétera. Por ejemplo, la culpa de asesinos en Alemania les impide confrontar tanto a asesinos de Hamás como israelitas.

Lo tenemos en el trauma irresuelto de nuestra Guerra Civil. A nivel público y colectivo vemos sus consecuencias en la política de hoy.

¿Y a nivel psicológico personal? ¿Cómo nos afecta eso? Pues bien, casi cada vez que exploro el árbol genealógico de una persona que viene hoy a consulta me encuentro con la herida traumática que recibió de su abuelo, su bisabuelo muerto, padre superviviente de la muerte, infertilidad por tener la sangre envenenada por el padre o abuelo asesino, depresión y culpa por sobrevivir mientras otros murieron, huérfano desarraigado que mendigó acogida, padre que silenció lo vivido en la guerra pero no pudo dejar de transmitir su tristeza, etcétera. Todo esto se ha derramado sobre los descendientes de la Guerra Civil y del Holocausto.

Pero ¿cuánto va a durar esta cadena traumática? Doscientos años decía un historiador hace poco en una publicación. La epigenética ya encuentra datos para mostrar que los genes están implicados en esta transmisión.

Se está matando a muchas personas. Los asesinos son los que matan, tenga el color que tenga su bandera. Hablo claramente de asesinos. Las palabras que aligeran este hecho son cómplices del silencio.

Las víctimas son los que han muerto, sin olvidar a varias generaciones de descendientes de todos ellos. El objetivo de la paz no se va a lograr así, todos lo sabemos. Hay que hablar de las emociones que mueven esta guerra asesina: venganza, rabia, miedo, humillación, impotencia. Hay que ayudar a esos soldados a tener una perspectiva de las emociones encubiertas bajo sus acciones. Hay que ayudar a los políticos que las diseñan a ver la corriente emocional subterránea en la que están metidos. A vivir el miedo bajo la potencia del arma, a vivir la humillación del abuelo tras el orgullo identitario. A vivir tantas cosas amargas y desagradables que la violencia tapa.

Los culpables son los que matan y todos los que, con su silencio, dejan a los chiquillos que se maten a navajazos. Dejan, dejáis, dejamos. El silencio ante tales sangrías diarias será demandado por los descendientes de los afectados, será reclamado por la historia.

Yo, esta noche, duermo tranquilo. Con estas letras he llevado mi gotita de agua apaga-bombas. Solo una gotita, lo sé, una gotita de agua dulce que se perderá en el enome mar de lágrimas saladas que llorarán generaciones de todos los bandos.

¿Tranquilo?: cabreado, triste...

*El autor es psiquiatra y escritor