Desde hace bastantes años el mundo científico viene llamando la atención de forma persistente sobre el traspaso de los umbrales críticos de sistemas de funcionamiento ecológicos del planeta. Se están rebasando los límites de un espacio operativo seguro. De facto, señalan que seis de los nueve límites planetarios están en estos momentos trasgredidos. Con lo que se está socavando el presente y el futuro de la humanidad y del conjunto de las especies ya que esta dinámica, lejos de frenarse, se está incrementado día a día. Nos enfrentamos a riesgos que aumentan de forma exponencial, desencadenando impactos que pueden convertirse en irreversibles para los sistemas de soporte vital.

El último dato aportado por científicos es la constatación de la desaceleración en las corrientes oceánicas que transportan agua caliente y nutrientes desde los trópicos hacia el norte de Europa, lo que provocaría graves repercusiones sobre el clima global.

La constatación de esta realidad es algo admitido, en teoría, por la gran mayoría de los gobiernos, quedando reducido a una minoría de sectores derechistas quienes la niegan.

Sin caer en catastrofismos ni visiones colapsistas, lo cierto es que la sobrecarga a la que este sistema económico social está sometiendo a nuestro planeta está causando una grave crisis ambiental global, cuyas consecuencias no podemos vislumbrar con exactitud, y ante la que es preciso dar respuestas con nuevos enfoques que partan de la necesidad de salvaguardar los sistemas biofísicos críticos de la Tierra para contribuir a reforzar la resiliencia planetaria y la vida de todas las personas.

Lo que llama poderosamente la atención es que ante este reto, las alternativas que plantean los gobernantes no rompan con la profundización de las vías que han generado esta crisis.

En estos momentos existen pruebas fehacientes de que las grandes compañías del petróleo y del gas eran conscientes, desde hace bastante tiempo, de las graves consecuencias que conlleva el uso de los combustibles fósiles, y han estado mintiendo y engañando sobre los riesgos climáticos de sus productos. Por lo que resulta de una insensatez extrema confiar en estas empresas para solucionar la crisis generada por su práctica.

Sin ir más lejos y a modo de ejemplo, podemos detenernos en los proyectos que el Gobierno de Navarra está poniendo en marcha o declarando de interés foral, para confrontar esta crítica situación: construcción de una planta de hidrógeno verde en la Ciudad Agroalimentaria de Tudela; construcción de un electrolizador de 25 MW de potencia para la producción de un total de 3.880 toneladas al año de hidrógeno verde; instalación de planta para el ensamblaje de celdas de baterías de alta tensión en Noáin; implantación de 474.330 módulos fotovoltaicos de 670 W en Peralta cargándose 354 hectáreas de comunal…

Todas estas iniciativas parten de la insistencia en la búsqueda del incremento económico basado en el coche eléctrico, en el hidrógeno verde, en innovaciones tecnológicas y en macro polígonos de energías renovables.

Todo ello impulsado por sociedades privadas o público-privadas, en donde participan las grandes empresas energéticas (Repsol, Iberdrola, Energy, Endesa…), bajo el disfraz de las energías renovables.

Buscar el objetivo de mantener el nivel de consumo energético actual, e incluso incrementarlo, con renovables o con innovaciones de muy dudosa eficacia, constituye no sólo una utopía, sino un engaño manifiesto, porque es materialmente imposible.

Estas soluciones, además de ser falsas, se centran en combatir, supuestamente, la crisis energética, pero obvian la crisis de materiales o el mantenimiento del equilibrio del ecosistema. Las alternativas del coche eléctrico o el hidrógeno verde suponen el incremento de la utilización de materiales escasos y el uso de combustibles fósiles para su extracción y fabricación. Por otra parte, suponen el mantenimiento de las desigualdades territoriales, puesto que no se plantean con carácter universal. Además, y esto es gravísimo, contribuyen a profundizar en prácticas colonialistas y en guerras de sometimiento y explotación de los países en donde se encuentran esos materiales.

La hoja de ruta del Gobierno de Navarra plasmada en el Plan Horizonte 2030, que se inscribe en las líneas maestras diseñadas para la transición ecológica por la Unión Europea, las Cumbres de la Tierra, los protocolos de Kioto y París…, y que parten todas ellas de la idea motriz de que preservar el medio ambiente y el crecimiento económico no son excluyentes, sino todo lo contrario, y que la economía verde debe ser la base de un nuevo ciclo de acumulación capitalista. Han resultado ser un fracaso estrepitoso, puesto que desde que se pusieron en práctica, las emisiones de CO2 no han dejado de aumentar. La conclusión es clara: situar el sistema de mercado como la base de la transición energética necesaria no ha conducido a la disminución de la contaminación, sino que la ha aumentado.

Pese a esta constatación, los gobiernos, tanto locales, como a escala mundial, persisten en plantear salidas que no son sino falsas huidas hacia delante, que sólo producen efectos positivos en las cuentas de resultados de las grandes empresas de la energía y de los combustibles fósiles.

Es necesario cambiar el rumbo, lo que significa poner en primer lugar la defensa de los bienes comunes: la tierra, el agua, el aire, la flora, el medio ambiente, los ecosistemas, pero también los cuidados y el reparto de la riqueza para todas las personas. Es necesario priorizar el mantenimiento de los bienes comunes y el interés de los grupos que dependen de ellos, evitando romper los límites planetarios trabajando para asegurar un mundo más justo e inclusivo.

Es preciso cuestionarse el nivel de consumo superfluo existente en los países ricos y en ellos por las clases pudientes. Decrecer no significa necesariamente vivir peor. De hecho vivimos en una parte del mundo en donde el consumo es exacerbado y en donde hay más infelices y desigualdades que nunca. Vivir bien es satisfacer las necesidades humanas, no sólo las de subsistencia, sino las de cuidados, participación, libertad, democracia… Reducir el consumo material y energético, sobre todo en las sociedades ricas, no significa peores formas de vida.

El impulso de esta transformación debe venir de la sociedad organizada y de su acción colectiva, diseñando sistemas de gobernanza colaborativa a escala local, convirtiendo a las personas en administradoras activas de su propio sistema de soporte vital, imponiendo prácticas subordinadas a los gobiernos y colocando a la sociedad civil a la cabeza de la salvaguarda colectiva de las funciones del sistema terrestre.

*Nafarroako Energia Eraldatzen (NEETEN)