Hace ya un mes que nos dejó aita. Mikel era un hombre muy alegre y generoso. Durante 4 años pasó por todos los departamentos de sanidad: oncología, neumología, nefrología, neurología... “tenía que haber pedido que me sellaran la compostelana”, bromeaba. El final del camino, después de la excelente atención brindada en el pabellón C2 del CHN, nos llevó a la clínica concertada San Juan de Dios. Para entonces ya teníamos hechos todos los dolorosos trámites que nos reafirmaban en lo que ya sabíamos: era la última parada.

En cualquier caso, Mikel no perdió la generosidad ni el sentido del humor. Convencido de que todo lo que podía donar era “defectuoso”, se alegró mucho cuando le dijeron que gracias a sus córneas, algún invidente podría volver a ver. Hicimos todos los papeleos y lo dejamos firmado cuanto antes, ya que no parecía que nos sobrara el tiempo. Viendo que la cosa se alargaba, Mikel bromeaba: “el pobre ciego al que le han prometido mis córneas va a venir a acabar el trabajo”. Pero estaba cansado y quería irse cuanto antes, así que también pedimos la solicitud de eutanasia antes del traslado a SJdD.

El traslado, que debería haber sido un mero trámite, fue un calvario, que se ve que es un tema que controlan. En lugar de pasar de una habitación del CHN a una de SJdD que ya teníamos asignada, nos tuvieron 3 horas en un box de urgencias.

A las pocas semanas y viendo la evolución, nos animaron a paralizar la solicitud de eutanasia. Ya saben, muchos objetores. El argumento era que probablemente ese proceso tardaría más que la muerte natural. Coincidíamos y finalmente así fue, pero siempre está bien eliminar esas solicitudes de las estadísticas, ¿verdad? Pero lo peor no fue eso.

Cuál fue nuestra sorpresa cuando, llegada la hora, nos comunican que en el centro (conocido por los cuidados paliativos y ser el hospital al que se va a morir), no hay depósito o morgue y que no se tramitan donaciones, seguramente por algún párrafo de la Biblia que así han interpretado, o vaya usted a saber por qué. El caso es que todos los papeles firmados quedaron en papel mojado.

Gracias a que mi ama se empeñó en cumplir la última voluntad de mi aita, se saltó la burocracia y contactó directamente con el coordinador de trasplantes, que, con un oftalmólogo de guardia, se presentaron allí y en media hora se encargaron de todo.

Por lo que nos dijeron, en 27 años de experiencia de uno y 9 del otro, era la primera vez que gestionaban una donación desde ese centro.

Queremos que esta carta sirva para animar a las familias que pasen por algo parecido a pelear por esas últimas voluntades, ya que, por muy firmadas que estén, en el momento en el que aterricen en el centro tan afín a la iglesia, no van a respetarse. También queremos que se reflexione sobre la mera existencia de estos centros concertados. La sanidad debe ser pública y laica. Ya va siendo hora de sacar a Dios de la casa de todos o, al menos, de los hospitales.